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Extraña a Bergman

Liv Ullman recibió el premio Donostia en el 55 Festival Internacional de Cine de San Sebastián. (EFE)

Liv Ullman recibió el premio Donostia en el 55 Festival Internacional de Cine de San Sebastián. (EFE)

El País

SAN SEBASTIÁN, ESPAÑA.- Con su clásico moño, un poco de colorete y las arrugas y kilos que corresponden a sus 68 años, Liv Ullman recogió el jueves el Premio Donostia por su carrera. La actriz noruega, compañera sentimental durante años de Ingmar Bergman y después de una de sus más fieles colaboradoras y amigas, habló del cineasta sueco midiendo con cuentagotas su memoria. Sentada en una enorme butaca de una suite del hotel María Cristina, con su aspecto de matrona nórdica, concedió entrevistas cronometradas a grupos de periodistas que apenas podían hacer una pregunta por cabeza. Pese a la fugacidad de los encuentros, la actriz desplegó una calidez confortable. Es fácil imaginarla, con toda su personalidad de gran mujer concentrada en los ojos y la sonrisa, charlando tranquilamente junto a una chimenea.

Las preguntas sobre su relación con Bergman fueron insistentes y a Ullman se le terminó escapando una lágrima cuando recordó el último día del rodaje de Sarabanda, último filme del cineasta en el que ella y Erland Josephson interpretan a un matrimonio que se reencuentra después de treinta años. “Ingmar casi no hablaba, pero nos enviaba constantes señales de humo. Estábamos muy cerca el uno del otro y él me conocía perfectamente. Fue un rodaje extraño, en digital, estaba su inspiración pero no la cámara. El último día de rodaje hubo una fiesta, pero él no fue. Me dijo que quería tomar un avión a su isla lo antes posible. Nos dio las gracias al equipo y se marchó. Era su despedida. Él lo sabía, nosotros lo sabíamos...”.

Liv Ullman recordó cómo Bergman y ella encontraron, hace cuarenta años, la casa de la isla de Färoo en la que el cineasta decidió instalarse hasta el final de su vida. “Cuando nos conocimos hicimos un viaje juntos a la isla. Un día estábamos dando un paseo por la playa y él me dijo que estábamos conectados de una manera dolorosa, la frase me impactó, aunque seguramente se la repitió a otras mujeres. En cualquier caso, él encontró allí su hogar, allí construyó su casa y allí fuimos muchas veces con nuestra pequeña hija”.

Ullman dirigió en 2000 Infiel, un drama demoledor escrito por Bergman sobre la mentira y la culpa y sus consecuencias irreparables. “Él confiaba mucho en mí, siempre estábamos de acuerdo. Escribió el guión de Infiel para mí, pero discutimos cuando yo decidí que el personaje del anciano se iba a llamar Bergman. Él no quería y no le gustó que yo lo hiciera, discutimos mucho, aunque al final entendió mis motivos”.

“Con su muerte yo no me he quedado huérfana, en ningún sentido”, matiza la actriz, “ese dolor profundo sólo le pertenece a sus hijos. Yo le extraño como mujer y como amiga”. “Bergman fue muy importante en nuestras vidas, pero no era Dios. Logró que un grupo de personas, un grupo de mujeres y amigos, nos sintiéramos fuertes a su lado. Él nos hacía pensar que todo lo que hacíamos tenía un sentido, y eso era algo maravilloso que no podía quitarnos nadie. Todos necesitamos un maestro, pero un maestro que no nos trate como niños. Y él era de ese tipo”.

Ullman, que ya había anunciado su retirada del cine, volverá a trabajar el próximo año en su país, Noruega, donde en 2005 tuvo que abandonar el proyecto de llevar al cine Casa de Muñecas de Ibsen. “Allí nunca me han tratado demasiado bien. No he trabajado allí en 40 años, pero ahora me han ofrecido un guión maravilloso y volveré para rodar”.

La actriz y directora asegura que acepta premios como el de San Sebastián porque para ella son una plataforma para hablar de otras “mujeres”.

Miembro destacado de la ONG International Rescue Committee (IRC), dedicada a la atención a los refugiados, y embajadora de la Unicef, Ullmann, cree que los artistas -mucho más que los políticos “con sus discursos vacíos”- pueden ayudar a hacer posible un mundo mejor: “Y muchas mujeres sufren este mundo de hombres. Aceptar un premio como este me da la oportunidad de hablar de cosas que son importantes para mí. Todavía creo en la posibilidad de tener una vida ética”.

“A estas alturas”, añade Ullman, “no puedo separar a la persona de la artista, aunque durante muchos años lo intenté. Pero ahora sólo soy yo, como puedo. Cuando eres joven tienes la tentación de ser muchas personas diferentes, pero es algo que poco a poco desaparece, hasta que descubres que el lugar más confortable es ser quien eres. Recuerdo que Ingmar me decía que estamos hechos de una sola pieza y que yo solía responderle que eso no era verdad, pero me temo que tenía razón”.

Para Liv Ullman hoy más que nunca es importante rescatar el cine de Bergman y no condenarlo a las “filmotecas”.

“Necesitamos ese cine. Necesitamos conocer la obra de gente que nunca se vendió a Hollywood. Yo le admiraba muchísimo por eso. Ese cine puede y debe hacerse, aunque no existan ni productores ni distribuidores dispuestos a defenderlo”.

La actriz recomienda entonces una comedia que pudo ver el día de su llegada a San Sebastián en la sección Perlas de Zabaltegui, Un funeral de muerte. “No podía parar de reírme. Estaba sentada al lado de un señor español que no volveré a ver en mi vida pero durante más de una hora me reí sin parar a su lado. ¿No les parece maravilloso poder disfrutar todavía así?”.

Muestran las desdichas de dos mexicanos en NY

Con las proyecciones de Padre Nuestro, del estadounidense Christopher Zalla, y Daisy Diamond, del danés Simon Staho, finalizaron las películas que han participado en la sección oficial del festival. Ayer se proyectó, fuera de concurso, y tras la entrega de los premios, Flawless, del británico Michael Radford. Es tiempo, pues, de balance y vaticinios.

Padre Nuestro, primera obra de su realizador, llegó con el aura del Gran Premio del Jurado del festival de Sundance (EU) de este mismo año. Relata los primeros días en la ciudad de Nueva York de dos jóvenes mexicanos sin papeles, uno de ellos en busca de un padre al que no ha visto y sobre el que ha construido una imagen idílica, y el otro que no tiene ningún reparo en robarle las escasas pertenencias a su compañero de desdichas y hacerse pasar por él. Son dos personajes con vocación de supervivientes en todo tipo de junglas urbanas.

De Zalla sabemos que a los 18 años hablaba tres idiomas, había estudiado en 13 colegios, habitado en 21 casas y vivido en tres continentes, es decir, que no es de extrañar su interés por los que se sienten extranjeros en todas partes ni de que los sin tierra consideren a Nueva York como su capital mundial. Cámara en mano, escenarios naturales de un Brooklyn inhóspito, diálogos y escenas de gran dureza. Queda poco sitio para la ternura o la lírica. Real como la vida misma y un galardón de Sundance absolutamente justificado.

El danés Simon Staho, que ya había concurrido al festival con su Bang Bang Orangutang (2005), presenta este año Daisy Diamond, las vicisitudes de una joven madre que quiere ser actriz en Copenhague, empeño frustrado por la atención constante que exige la criatura, sin duda, el bebé más perseverante en sus lloros que jamás haya fotografiado el cine. El problema de Staho es, sobre todo, extracinematográfico: a sus 35 años sigue pensando que es un enfant terrible dispuesto a sorprender a los espectadores, a la industria y a todo lo que se mueve. Es cierto que el cine no tiene por qué evitar los experimentos, el vanguardismo y lo que apetezca. También lo es que no es obligatorio intentar provocar lo establecido con disquisiciones teóricas de solapa. Ya con su Bang Bang..., nuestro rebelde danés afirmaba que “a los cineastas les han lavado el cerebro. Ya no se quiere ofender a nadie” a la vez que se mostraba convencido de que el cine “es para la vista y las entrañas, no para la cabeza”. A Staho le pierde la petulancia y una sobrevalorada autoestima.

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