Señalan que el crimen es negocio para las Maras, con lo que obtienen, compran armas, pagan abogados y ayudan a familias de los presos.
EL UNIVERSAL
SAN SALVADOR, EL SALVADOR.- Con un origen de miseria y marginación socioeconómica, una estructura clandestina de mandos y misiones, y en vías de radicalizarse, las Maras salvadoreñas carecen todavía de sustento político.
¿Pero las Maras de hoy serán la guerrilla del futuro en El Salvador? ?Sí, pueden politizarse?, alertó Jeannette Aguilar, directora del Instituto de Opinión Pública de la Universidad Centroamericana, regida por jesuitas en la capital salvadoreña.
?Les ha faltado motivación social y política. Muchos son muy inteligentes, estratégicos, visionarios. Algunos estudian Derecho para defender a los presos?, dijo.
?En los últimos años, el fenómeno se ha sofisticado tanto que tenemos ya algunos visos de que la organización pandillera se está profesionalizando y organizando más, con una motivación con carácter más político. Hace algunos meses, tuvimos la toma de Catedral Metropolitana por parte de familiares de reos pandilleros, que exigían la reivindicación de sus derechos?, explicó.
?Esto es muy simbólico?, admitió al recordar que la Catedral antes era tomada por fuerzas izquierdistas que sostuvieron una guerra de guerrillas de 1980 a 1992, en contra del régimen militar de este país.
Por eso es que cuando a Porfirio Chica, asesor del ministerio de Seguridad Pública de El Salvador, se le cuestionó si las Maras son la guerrilla del futuro, contestó que ?no debemos ni podemos pasar desapercibida esa tesis, y trabajamos para que eso no ocurra?.
Surgidas en las calles de Los Ángeles, California, entre miles de jóvenes nacidos en este país que emigraron con sus padres a esa ciudad para huir de la guerra, la Mara 18 y la Mara Salvatrucha llegaron a El Salvador entre 1992 y 1994, con las masivas deportaciones desde Estados Unidos de salvadoreños que vivían marginados y excluidos en suelo estadounidense. El fenómeno existe también en Honduras y Guatemala.
?Al retornar, hallaron el mismo apartheid social en que vivían. Tenían doble sentido de exclusión: no pertenecían ni a la sociedad de Los Ángeles ni a la de El Salvador?, puntualizó Aguilar. Pero hallaron tierra fértil en un país en posguerra: de siete millones de habitantes, más de dos y medio millones viven en Estados Unidos, y de los 4.5 millones restantes, 80 por ciento sufre la miseria o la pobreza extrema.
A partir de entonces, crearon un concepto de ?familia? para proteger a su barrio de la pandilla rival, inventaron códigos de conducta y comunicación y se involucraron en robos, asaltos, asesinatos y otros actos delictivos.
Pero también empezaron a cobrar ?impuestos? a elementos civiles del barrio -al dueño de autobuses, al de la tienda de abarrotes, al vendedor ambulante, al cantinero, al proxeneta, al propietario del taller automotriz-, a cambio de que puedan seguir con su actividad.
?El crimen es negocio para las Maras. Con lo que obtienen, compran armas, pagan abogados, ayudan a familias de los presos y se sostienen ellos como familia?, subrayó Chica.
Enfrentados a intensas batidas policiales lanzadas en los últimos años y a misteriosos escuadrones de ?limpieza social?, los mareros cambiaron de look.
Ante la persecución, optaron por un camuflaje camaleónico y se dejaron crecer el cabello, se quitaron los tatuajes y cambiaron de vestimenta.
?¿Dónde están los mareros? Pues, son muchos y ninguno?, narró el sacerdote español Antonio Rodríguez, director de un centro de rescate juvenil en Mejicanos, suburbio capitalino y bastión de la Salvatrucha.