(Segunda parte)
Continuación...
“El único remedio del juicio es el perdón”. La única manera de salir verdaderamente de todos nuestros problemas, angustias y desajustes en nuestra vida, es perdonando, pero que sea un perdón verdadero, definitivo, total. Hay mucha gente que dice “perdono pero no olvido”, es decir, que quieren, pero la realidad es que no pueden, pues posiblemente su odio o su juicio son mucho muy profundos.
Hace algún tiempo participaba en un grupo de oración, donde cada semana nos reuníamos y una de las partes finales de esta reunión era rezar el “El Padre Nuestro”. Una de las también asiduas asistentes, una persona mayor, en esta parte, abandonaba la sala y se dirigía a la habitación contigua, que se había acondicionado como cafetería, a esperar que saliéramos los demás participantes. Uno de los días, el guía no se pudo contener y le preguntó que cuál era la razón de que no se quedaba al “Padre Nuestro”. -¿Qué no es usted católica?-, le interrogó. Sí, claro que soy católica, pero en el Padre Nuestro hay una sentencia que yo no puedo ni siquiera mencionar- contestó aquella dama. ¿Cuál de ellos?, inquirió nuestra guía. –Ahí donde dice: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a quien nos ofende” –dijo casi llorando la mujer. -¿Qué es muy grande su odio que no puede ni siquiera pensar en perdonar?-. Volvió a la carga el instructor. –Pues verá usted- por fin se decidió a confesar. –Mi hijo se enredó con una mujer mayor que él, y la embarazó y tuvo que dejar la escuela, pues ella lo obligó a que se casaran y tuvo que ponerse a trabajar para poder mantener su hogar, y eso no se lo perdonaré nunca- terminó llorando aquella ofendida madre.
Y usted, ¿cuántas cosas tendrá en su mente que no puede perdonar? Otra señora que vino a platicar a la oficina, no le podía perdonar a su padre, que cuando murió su mamá, él se hubiera vuelto a casar y que a ella y a otra hermana las dejara en casa de la abuela. Ella no podía ver que su padre nunca se desentendió económicamente de ellas, que siempre estaba pendiente de sus necesidades, y cuando ya crecieron les heredó, en vida, varias propiedades que les redituaron lo suficiente, pues el odio venía por haberlas abandonado. Era tanto el odio de esta mujer, que cuando se refería a su padre, no podía hacerlo ni con el nombre ni con la palabra “padre” o “papá”, sino que lo mencionaba como “ese viejo ca...” después de hacerle ver que si no fuera por él y su madre, ella no habría nacido, que le dio la forma de desarrollarse, de estudiar, de que se había preocupado siempre por sus necesidades, etc., etc., por fin pudo decirle papá.
-Cierra los ojos –le dije relajándola– toma una respiración profunda, imagínate que tu padre está frente a ti, ahora dile “Papá, te amo”. –Papá, te amo– repitió obediente. –Te acepto como eres. –Te acepto como eres– volvió a repetir, -Te perdono tu abandono-... silencio. –Te perdono tu abandono –le insistí más fuerte-... silencio, pero con el dedo índice de su mano derecha hizo el movimiento de izquierda a derecha y de derecha a izquierda señalando “NO”. -¿No le puedes perdonar?–. Pregunté incrédulo, ella abrió los ojos, rasados en llanto y dijo: -Que Dios me castigue, pero “NUNCA” se lo perdonaré– dijo levantándose y saliendo de la oficina violentamente.
Una señora asistía a un grupo donde había recibido apoyo toda su familia, al parecer las cosas iban mejorando entre ellos (su familia), pero de buenas a primeras esta persona empezó a quejarse de ciertas situaciones del grupo que no tenían lógica ni cordura, queriendo deshacer el grupo donde había recibido apoyo, haciendo juntas por separado con cada miembro de los matrimonios y como no tuvo eco, inventó cosas y empezó a hablar (dicen que el pez por su boca muere), con otras personas, con otros grupos y hasta con los dirigentes de todo el movimiento. Lo más triste es que envenenó, al matrimonio que fungía como dirigente aquí en Torreón en aquel tiempo y ahora la situación ha afectado a toda esa familia de alguna manera, todo por el odio que lleva en su alma esta persona.
Y cuántas personas conoce usted, que cuando hacen un juicio a una persona, a su tumba se lleva su odio, su resentimiento, su deseo de venganza, pero no perdonan. Podría usted, recordar ¿Cuál fue la primera situación que pasó en su vida, que no le gustó cómo sucedió? La primera cosa que nos pasó a todos y que no nos gustó como sucedió, fue el haber nacido. Todo mundo dice lo dolorosa que es para la madre el parto pero nadie hace mención del dolor del niño. Cuando el niño está en el vientre, ahí no tiene ningún problema, no hay ninguna angustia, pues si tiene hambre, nada más con pensarlo, el alimento le llega a través del cordón umbilical, no hay frió, no hay calor, es decir, no hay ninguna molestia ni preocupación alguna. De pronto, empieza a sentir que lo expulsan, empieza un largo camino por un canal estrecho, oscuro, interminable, la cabeza tiene que alargarse para poder pasar por entre los huesos de la pelvis de la madre, algunas están tan estrechas que lo tienen que jalar con “fórceps”, imagina el dolor, y luego la sensación extraña del mundo exterior, el aire al que aún no está acostumbrado, la luz intensa, que para ese pequeño ha de ser intensísima, pues viene de un mundo de tinieblas, luego el ruido de voces, instrumentos, aparatos, etc., que deben martillarle los tímpanos, pues también eso es algo desconocido, el corte del cordón umbilical y luego la nalgada.
-Bienvenido– le dice el doctor, y el niño contesta con un llanto angustioso, y aquí viene su primer pensamiento de odio, impotencia, rechazo, etc. –Si yo estaba tan a gusto allá adentro, para qué me sacaron a este mundo hostil-. Ese pensamiento nos va a manejar, inconscientemente, toda la vida. Cuando nos molesta, cuando las situaciones se ponen difíciles, ¿Qué nos decimos a veces?: -¡Para qué habré nacido! Mejor no hubiera venido a este mundo!-. O bien: -¡Quisiera irme a un lugar donde nadie me moleste!-. Es decir, inconscientemente estamos pidiendo volver a aquel paraíso que era el vientre de nuestra madre. Aquí hacemos nuestro primer juicio “yo no debería haber nacido”. Y también aquí dictamos nuestra primera sentencia: “Pero me las vas a pagar”. De alguna manera ese niño empieza a ejercer la venganza, ¿Cómo? – Despertando a media noche, llorando de una manera desesperante, enfermándose constantemente, orinándose en los momentos más inoportunos, rompiendo cosas, rayando paredes, maltratando animales, plantas, etc., etc., a tal grado que la madre, a pesar de su cariño y su ternura, tendrá que devolverle el castigo, y lo empieza a maltratar, a golpear, a amarrarlo, a encerrarlo, etc.
Aquí la venganza del niño toma nuevas proporciones y ahora la sentencia es más fuerte, pues manejado por ese comportamiento, ahora será un criminal en potencia, un drogadicto, un violador de mujeres, un ratero y hasta un asesino, con tal de ver a su madre derrotada y lastimada hasta sus últimas consecuencias. Continuará...
En el Centenario de la fundación de “Torreón”, empezamos a impartir las conferencias Actitud de Clase Mundial e Hijos Huérfanos de Padres Vivos, la intención es que todos los laguneros vivan estas impactantes conferencias, basadas en esta columna de valores, por lo que si su empresa, escuela, universidad o institución lo solicita estaremos con gusto con ustedes y esperamos seguir contando con su atención y cometarios sobre estos temas tan interesantes cuyo objetivo es fortalecer nuestras familias y sus valores. Comparta conmigo sus casos y forme parte activa de este programa. Los esperamos en nuestra dirección electrónica que ponemos a sus órdenes con Germán de la Cruz Carrizales:
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La siguiente semana veremos la tercera parte de Origen, Causa y Efecto II de la serie y próximo libro Despertar... es. Gracias por su atención.
“QUIEN NO VIVE PARA SERVIR, NO SIRVE PARA VIVIR”.