La gran enfermedad mental del ser humano, en este nuevo siglo, no se llama esquizofrenia, sino fanatismo. El hombre se ha convertido en un enfermo terminal presa del dogmatismo terrorista, cuya tierra fértil son los países, en donde el desempleo, la pobreza, el subdesarrollo y las desigualdades más flagrantes están presentes. Sin embargo esto va más allá, es la sed de un mundo que lucha por regresar a sus orígenes, a las promesas de los grandes profetas, al encuentro con una identidad cultural, a la creencia de un destino mejor, a dar la vida misma. La búsqueda del hombre es regresar a lo sagrado, a su sagrado, por eso luchan judíos y palestinos por el mismo territorio. El muro de las lamentaciones, restos del segundo templo, patrimonio sagrado del pueblo judío, rodea a uno de los tres lugares sagrados del Islam y en el mismo espacio geográfico los cristianos tienen sus lugares sagrados. Por lo mismo los talibanes destruyeron a los Budas gigantes de Bamiyán, en Afganistán, su territorio. La identidad cultural, debería ser una de muchas y no el arma mortal contra otros pueblos, otras culturas, contra el “otro”, el diferente. Nuestra lucha debería ser por la identidad humana, por el Homo: el semejante. No sólo somos laguneros, regios, yucatecos, vascos, catalanes, mexicanos, franceses, indios, sioux, negros y blancos, varón, hembra ¿qué es lo que lleva a los norteamericanos a ser sólo ellos “americanos”?, a imprimir en sus billetes verdes, tan preciados por todos “in God we trust”, a los vascos, a los catalanes a luchar por su independencia alegando una diferencia fundamental con el pueblo español, a los regiomontanos a sentirse la casta divina, a los jalisquillos ostentar el título de los más valientes, los más machos, a los chilangos el título de los más odiados, a los judíos, del pueblo perseguido, a los nazis, a los cristianos durante la época de la Inquisición matando en el nombre de Dios, a los budistas a emigrar del Tíbet ante la falta de respeto a los derechos humanos por parte del Gobierno chino, a los fundamentalistas a matar en nombre de Alá?
¿No debería ser lo sagrado para el hombre, el semejante, el otro distinto a mí, pero mi igual como ser humano? ¿Es acaso la religión el “opio de los pueblos”?
El concepto de lo sagrado ha llevado al hombre a construir las estatuas gigantes de Buda en Afganistán, patrimonio de la humanidad, ahora ya destruidas; a erigir en nombre de Dios las más hermosas catedrales, los monumentos magníficos como el Taj Majal en la India, el buda dorado de Kamakura en Japón, la Giralda de Sevilla, la Catedral metropolitana, la Mezquita de Córdoba, la catedral de Notre Dame en París, la Gran Muralla china; también ha llevado al hombre a componer la Misa en Sí menor de Bach, el Réquiem de Mozart, los poemas de Sor Juana Inés de la Cruz, El Quijote a Cervantes, Balzac, Borges, Descartes, Paz, Verdi, Dante y La divina comedia con sus cielos, purgatorios e infiernos, al Bosco con su Jardín de las delicias y a guardar celosamente sus libros sagrados: La Torá, El Corán, La Biblia, El Bagabagdita, los Sutras.
Pero en el mundo cabe Confucio y Lao-Tse, Cristo y Mahoma, Buda Shakiamuni, (el buda histórico), Moisés, Abraham, Krishnamurti y Alá, siempre y cuando no ciegue el odio y la destrucción a sus seguidores.