El lunes anterior se cumplieron 197 años de la fecha en que el Ayuntamiento de Saltillo designó a don Miguel Ramos Arizpe como su diputado ante las Cortes de Cádiz, al cual llegó a cumplir su comisión en el mes de febrero de 1811.
Cuando los ediles saltillenses aprobaron esta designación, -24 de septiembre de 1810- seguramente no tenían conocimiento de que en la Nueva España se libraba una sangrienta guerra civil por la independencia y la soberanía de México. Tampoco estarían enterados de que el movimiento encabezado por el sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla había estallado en la noche entre el 15 y 16 de septiembre. Y también es posible que el mismo Chantre Ramos Arizpe tampoco tuviera noticia fresca del suceso independentista. En esos días la comunicación en el territorio novohispano era lenta e insegura.
Pero algo trascendente hizo don Miguel Ramos Arizpe después de aquel día de febrero de 1811 en que presentó sus cartas credenciales: informó a las Cortes gaditanas el abandono en que el centralismo monárquico tenía a los habitantes de las Provincias Internas de Oriente, luego de exponer el “estado natural , político y material” de esta dilatada región de la Nueva España y reclamar medidas inmediatas que remediaran sus necesidades; entre otras la creación de las diputaciones provinciales, la libertad de las autoridades municipales, una acción correcta y expedita de la justicia, fomentar la colonización para poner en producción la tierra del Noreste, aniquilar cualquier tipo de monopolios, generalizar la educación del pueblo y declarar la libertad de imprenta como garantía contra las arbitrariedades de los gobernantes y de los caciques regionales.
Todo esto podía resumirse con la satisfacción de una sola demanda: implantar el sistema representativo, democrático y federal, como ya lo habían hecho nuestros vecinos del Norte desde 1789. Ramos Arizpe estaba convencido de las bondades del federalismo: sería un sólido dique contra el arbitrario centralismo; no contaba, sin embargo, con que la voluntad de la emergente clase política del país iba a ser más fuerte e insidiosa que todas las buenas intenciones. Nada pudo hacer el diputado Ramos Arizpe para que la Constitución de 1824 tomara un giro centralizador y falleció en 1843 antes de que los liberales, encabezados por Benito Juárez, empezaran a soñar el diseño del nuevo México independiente y moderno que culminó con la Constitución Federal de 1857.
Por desgracia, a partir de entonces, los caprichos políticos siempre estuvieron por encima de los mandamientos constitucionales y los gobiernos, federalistas de nombre, centralistas en la práctica, hicieron nugatorios los esfuerzos del grupo liberal encabezado por Juárez entre el autoritarismo de los mandatarios, la indisciplina interesada de las clases adineradas y las circunstancias bélicas internas y externas que impidieron la realización del auténtico federalismo a lo largo del siglo XIX. Los amagos de la Europa y la rapiña de los Estados Unidos de América dejaron al país pobre y en manos de los ambiciosos gobernantes.
Al celebrar el primer centenario de la Independencia los mexicanos del siglo XX repensaron en la justicia social para las clases económicamente débiles y en la democracia para la vida política el país. Desde 1876 gobernaba a México el general Porfirio Díaz y los treinta y más años de soportarlo habían cansado al pueblo, a los de la clase media y a los ricos hacendados y comerciantes. Los políticos y la burocracia se aburrieron de hacer caravanas ante el icono militar que cada día recargaba de medallas su congestionado pecho, tantas como muertes tenía en su conciencia.
Francisco Ignacio Madero González sólo era conocido en Parras de la Fuente y en la Comarca Lagunera; desde ahí hizo una revolución contra el porfirismo, logró triunfar en elecciones libres frente a la dictadura y sembró en el pueblo la semilla de las libertades, los derechos humanos y la democracia como sistema político y social. Madero moriría en el intento, pero aquella simiente fructificaría, fíjese bien el lector, hasta el año 1979, fecha en que empezamos a tener un sistema democrático de elecciones en la República, con un instituto ciudadano que las organiza, las vigila y las hace respetar. Entre el magnicidio de Madero en 1913 y las elecciones del año 2000, México vivió días azarosos, rijosidades sangrientas, autoritarismos implacables y un remedo de democracia electoral que insatisfacía. Decir lo contrario sería hacernos tarugos.
Hoy todo está en riesgo. También el sistema político. Nunca como ahora México está tan alejado de un verdadero federalismo. Y esta palabra implica otras de médula cívica y ética: libertad, soberanía e independencia. Recordemos que las propuestas federalista de Miguel Ramos Arizpe a las Cortes de Cádiz en 1812 y al Congreso de la Unión en 1824.
Estamos comprometidos a votar por el federalismo, la democracia y la libertad política.
El centralismo político del siglo XX debe a Coahuila la muerte definitiva de Ignacio Cepeda Dávila y la muerte civil de Oscar Flores Tapia. Si algunos medios escandalizan porque tres gobernadores -Coahuila, Sonora y Aguascalientes- se pronuncian contra la manipulada reforma electoral, es que estamos a punto de abdicar nuestros derechos políticos esenciales. Ya pasaron los días de la sumisión ante los poderes federales; y esto lo deben pensar los diputados coahuilenses, pues su voto en contra de la reforma electoral debe ser por voluntad de la ciudadanía, no de los partidos y menos de los líderes en las Cámaras. Es Coahuila entero quien, por medio de sus diputados, va a votar en contra de la amañada reforma que intenta acabar con la soberanía e independencia de las entidades federativas.