Si a manera de un slide show se pudiera repetir y resumir los primeros días de este año, con toda inocencia se podría preguntar: ¿alguien sabe dónde está el futuro?
Y es que, sin querer o adrede, los personajes más emblemáticos del continente, George W. Bush y Hugo Chávez, ofrecen viajar al pasado como si éste fuera el paraíso por venir. Con la mano en la cintura, una lágrima de cocodrilo en la mejilla y aventando a la basura las recomendaciones, Bush propone la muerte como industria en Irak. Chávez, a su vez, entusiasmado con su nuevo mandato y autoproclamándose sucesor natural de Fidel Castro, desempolva el viejo grito: ?¡Socialismo o muerte!?
En ambos personajes, la locura política cobró expresión estos días. La agonía de Bush que, a la postre y en su lógica, podría terminar en el cadalso como Saddam Hussein por crímenes de guerra y el éxtasis de Chávez dispuesto a elevar a rango constitucional su inmortalidad, terminan por complementarse e integrar un panorama en extremo complicado para el continente Americano, donde Felipe Calderón podría terminar prensado o liberado.
Por eso vale preguntar si alguien sabe dónde está el futuro.
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El divorcio entre el norte y el sur de América, lo simbolizan George W. Bush y Hugo Chávez, personajes llamados a quedar inscritos con letra de molde en las revistas de historietas, pero no en los libros de historia.
Ambos mandatarios forman parte de ese nuevo elenco de estadistas que no creen en el Estado ni en sus instituciones, de ese nuevo elenco de demócratas que se valen de la democracia para vulnerarla, de ese nuevo elenco de cruzados que fincan su fe en la fuerza y justifican su misión en un dogma con muy pobres ideas. Bush y Chávez se complementan. El uno justifica al otro y por esa vía, terminarán disputándose el territorio donde quieren enclavar el imperio de su arbitrariedad. Y ese territorio es el continente Americano.
Son el símbolo de quienes no entienden su presente porque desconocen el pasado y temen asomarse al futuro, por eso retroceden a ritmo de marcha sin importarles el signo de los tiempos marcado por un reloj de problemas. Generan déficit, sacuden mercados financieros y petroleros, provocan inestabilidad, zarandean instituciones, ensanchan las brechas de la incomprensión y reparten promesas como dioses de una religión donde sólo ellos se reconocen y asumen como sumos sacerdotes. Creen más en la adversidad que en la diversidad.
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Muchos de los valores de la democracia estadounidense han sido maltratados y vejados, otros han sido encapuchados. La tortura tiene carta legal, la intromisión en la vida privada de los ciudadanos es un derecho en función de la seguridad, la censura se disfraza como un asunto de asociación con los intereses nacionales, la Ley del talión es un acto de legítima reivindicación, las formas más primitivas de la venganza se disfrazan de juicios apegados a la Ley del más fuerte.
Muchos de los valores de las propuestas socialistas se han vuelto un chiste cruel en Venezuela donde el caudillo determina a su capricho, apoyado en la desesperación popular y el fracaso de la política, lo que es justo y lo que no, lo que es patriotismo y lo que es traición, el quehacer y el deshacer. Así, la Constitución se vuelve un cuadernillo de hojas desprendibles.
Si de populismo se trata, Bush y Chávez encontrarán vitrina privilegiada en el museo de esa expresión que tanto daño ha causado a todo lo largo del continente y tanto tiempo ha hecho perder. Sus fórmulas de solución a los problemas son de tal simpleza que terminarán por complicarlos en vez de resolverlos.
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George W. Bush y Hugo Chávez son los polos de los extremos que se tocan.
Son los abanderados de una causa sin destino que, en el límite de su desesperación, terminarán por exigir definiciones al vecindario. El ALBA o el ALCA. En ese punto es donde Felipe Calderón tendrá que tener muy fino olfato si no quiere verse prensado por la presión que ejercerán tanto los problemas domésticos como los continentales.
En el discurso resulta fácil decir que hay que mirar a Latinoamérica, la duda es si es allá hacia donde hay que voltear, pero inclinarse hacia el norte en los hechos sin tener claridad en la agenda podría resultar todavía peor. La política exterior de Felipe Calderón tendrá un efecto directo en la política interior, donde hay quienes quieren vestir al presidente de uniforme galoneado y otros le reclaman arremangarse la camisa para identificarlo con quienes ni siquiera traen camisa y ven en la desigualdad la condena de su existencia.
¿Adónde y cómo quiere voltear Felipe Calderón? ¿Cómo quiere vestir Felipe Calderón? ¿Dónde está el futuro?
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Es curioso pero los campos desde donde, hasta ahora, ha mandado señales Felipe Calderón son los que están en el tablero continental: seguridad y desigualdad, encontrándose con el problema de que la creación de empleos es algo más complejo que un simple eslogan de campaña.
La geografía sociopolítica continental presiona a Felipe Calderón tanto como la geografía nacional. Los Gobiernos de izquierda, mayoritarios en Centro y Suramérica, buscarán ganarse adeptos a la expresión matizada o radicalizada de su concepto y Estados Unidos hará lo mismo cuando reconozca al sur del Bravo un vecindario del cual perdió la noción hace tiempo. Así como de fuera vendrá esa presión para determinar aliados, de dentro también vendrá la exigencia de las definiciones donde razones objetivas y subjetivas, políticas e ideológicas, estarán tironeando al Gobierno.
Encontrar hacia adentro y hacia afuera del país la fórmula para atender los frentes que plantea la seguridad y la desigualdad no es cosa sencilla ni se resuelve vistiendo un día de militar y otro de paisano. Es muchísimo más complejo. Es un ejercicio de equilibrios y de acciones decididas que requieren de verdaderos cancilleres y primeros ministros, de auténticos secretarios de Estado con una clara noción de lo que se quiere y se requiere, así como de la dirección precisa de un futuro, más bien marcado por la esperanza que por la nostalgia.
Cualquier resbalón fuera y dentro del país puede provocar una caída.
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Los días hábiles del Gobierno de Felipe Calderón ya comenzaron. Por el carácter de la elección, muy pocos fueron los días festivos. La realidad es ésa.
A nivel doméstico y continental, las dificultades y las presiones derivadas de éstas ya comenzaron a tomar forma, y en medio de ellas está el nuevo Gobierno. En distintos campos, que igual corren del monopolio de la tortilla al monopolio de los medios electrónicos de comunicación, es claro que los grupos de poder quieren hacer de la difícil circunstancia nacional la ocasión para fortalecerse. En distintos países del continente es claro que, en la difícil circunstancia continental, el populismo norteño o sureño quieren ensanchar su dominio.
El Gobierno de Felipe Calderón tiene un gran problema y una gran oportunidad frente a sí. Será el mismo Gobierno el que optará por el uno o por la otra. No es cosa sencilla. Por eso urge ubicar dónde está el futuro y cuál es la doctrina política que, finalmente, Felipe Calderón habrá de aplicar.
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