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Festival de las letras

Adela Celorio

Yo propuse tres días. Alguien objetó que era demasiado aunque no faltó quien propusiera un Ramadán -tres días son insuficientes para festejar como Dios manda los treinta y cuatro años que cumple nuestro taller literario de andar en esto de picar palabras. Sólo por esa necedad, lo menos que merecemos es festejar durante cuarenta días los cuarenta libros que se han fecundado entre nosotros. Y por aquello de que “de las lunas, la de octubre es más hermosa”, programamos tres días de festival para mediados de octubre.

No hubo luna y llovió tercamente la primera noche en que nos reunimos “Sólo por el gusto”: Abrazos, besos y vino para compartir con varias generaciones de hombres y mujeres unidas por el oficio de escribir: “Se escribe porque se escribe aunque algunos lo hacemos para que nos quieran. Pero muchos no son queridos aunque escriban y muchos más son queridos a pesar de lo que escriben. No importa. Se escribe para tratar de aproximarse a lo que uno quisiera escribir”.

A pesar de la lluvia grosera, la primera noche nos ofreció un espacio para el reencuentro con los viejos compañeros y los imprescindibles recuerdos: del sentimiento con que Fide y Tano -QPD- amenizaban con boleros nuestras reuniones; de aquel Año Nuevo en casa de Alicia Trueba en que a la media noche todos nos echamos a la alberca desnudos... de aquel verano en que alguien del grupo ganó un concurso de cuento en Argentina y todos fuimos allá a bailar tango… Así fue como la primera noche se hizo nostalgia. Para la mañana siguiente preparamos un mano a mano entre nuestros aspirantes a poetas, quienes no desmerecieron ante poetas mayores como Don Ali Chumacero, Vicente Quitarte y Raúl Renan; nuestros invitados de honor en la “Casa Poe” (sede de la “Sociedad del Cadáver Exquisito”) donde la poesía iluminó la mañana brumosa y contaminada de esta capital.

La celebración continuó con una exuberante comilona que ofreció una también exuberante tallerista. Canto y bailongo para celebrar las letras que nos unen y el premio Nobel otorgado a la novelista Doris Lessing (de soltera Doris May Tyler Kermanshah, nacida en 1919 en Persia -actualmente Irán-) por su obra ininterrumpida desde 1950 en que frustrada por los desengaños de algunas aventuras amorosas pasajeras, escribió sus primeras novelas; aunque no fue sino hasta 1962 cuando después de dos divorcios y tres hijos, Doris fue catapultada a la fama y convertida en el icono de las feministas con la publicación de “El Cuaderno Dorado”. Ese libro le consiguió el reconocimiento por su dedicación a reivindicar los derechos de la mujer y a resaltar las injusticias raciales en Sudáfrica -¿y dónde no?- que ella misma tuvo oportunidad de atestiguar durante los años en que vivió en aquellas tierras siempre abusadas y explotadas por el “amito blanco”.

Como dato curioso debo decirles que en 1995 con 76 años a cuestas, Doris regresó a Sudáfrica de donde se le había expulsado y prohibido la estancia en 1956, para -ironías de la historia- ser acogida con los brazos abiertos por haber plasmado en su obra las flagrantes injusticias de la desigualdad racial así como por sus constantes e implacables críticas al sistema. O sea, para ser aclamada por las mismas razones que cuarenta años antes, fueron la causa de su expulsión. ¿Acaso la vida no es un prodigio?

adelace2@prodigy.net.mx

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