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Foro Iberoamerica

Carlos Fuentes

Fundando en 2000 en la Ciudad de México, el Foro Iberoamérica acaba de celebrar su octava Asamblea en Santiago de Chile. Lo inauguró, en el Palacio de la Moneda, la presidenta Michelle Bachelet, ella mismo símbolo de los grandes cambios ocurridos en la América Latina durante el último cuarto de siglo. Víctimas, ella y su familia, de la atroz (y corrupta) dictadura del general Augusto Pinochet, la presidenta Bachelet, igual que su antecesor Ricardo Lagos, le han reservado al Ejecutivo la mirada del porvenir y a las instituciones, al Poder Judicial sobre todo, la mirada del pasado. De esta manera, Chile ha podido construir para el futuro mientras el sórdido pasado de Pinochet, su familia y sus socios, queda sujeto a la aclaración mediante eso que León Blum llamó, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, “La Justicia sin Venganza”.

El Foro Iberoamérica discutió, en cuatro sesiones, política y economía, sociedad y cultura. Felipe González definió a la política como el arte de gobernar el espacio público compartido. A partir de esta definición, la política crea aspiraciones y abre caminos con la meta, dijo Carmen Iglesias, de vivir en libertad bajo la Ley. “No hay patria con tiranía”, añadió la historiadora española. Tampoco, continuó el filósofo argentino Natalio Botana, hay democracia sin alternancia. Ello propone una ética de la victoria, pero también una ética de la derrota. De lo contrario, se entra en la espiral viciosa de la alternancia por desalojo: la vieja tradición iberoamericana de alternancia “tumbando” al presidente en turno o deslegitimizando procesos electorales ganados e instituidos con dificultades dada la tradición autoritaria y personalista de nuestra política.

“Quién no acepta la derrota, no sabría gobernar”, advirtió González, el mismo derrotado en España, después de trece años de centro-izquierda, por el partido del centro-derecha, que a su vez fue sucedido por una nueva victoria socialista, expuesta, desde luego, a la derrota en los siguientes comicios.

Dicho lo cual, muchas voces de este Foro señalaron los peligros que acechan al orden democrático en América Latina. Hay descontento. Hay desigualdad. Hay deterioro político. Hay asimetrías. Los excluidos no están representados, indica la mexicana Beatriz Paredes. La violencia ocupa espacios cada vez mayores y a veces se siente que no hay seguridad frente a la violencia. La globalización, dijo el canciller chileno Alejandro Foxley, vulnera a muchos ciudadanos, nos faltan “pisos de protección social”. Pero el liderazgo político, añadió Foxley, consiste en anticipar.

Anticipar mediante la creación de fondos de cohesión, como lo ha hecho la Comunidad Europea, que contribuyan a un crecimiento con distribución. Mediante la inversión en capital humano, mediante la capacitación obrera. Mediante la educación, donde Europa invierte siete mil dólares por estudiante y Chile, a la cabeza en Latinoamérica, apenas dos mil quinientos, porque la distribución del ingreso incluye el acceso a la educación. Mejores impuestos significan mejores instituciones, mayor legitimidad y eficiencia mayor. Quien no paga impuestos es porque no le hacen falta, dijo el argentino José Luis Machinea. Pero quien no paga impuestos no sólo debilita el sistema tributario: falta a la solidaridad social más elemental. Resumió el peruano Pedro Pablo Kuczynski: crecimiento implica infraestructura con empleo, con educación y con cohesión social. Pero “cohesión social”, añado yo, significa justicia política, económica y cultural.

Sin embargo, las buenas recetas le van resultando dilatorias y aun lejanas a una masa de latinoamericanos, la mitad de la población que vive en diversos grados de la pobreza. Requerimos, dije en La Moneda ante la presidente Bachelet, empleo, salud, educación, infraestructura que integren a las grandes mayorías a la política económica, social y cultural de la democracia. De lo contrario, más y más latinoamericanos acudirán al llamado de las sirenas autoritarias, a las promesas desde el balcón, a la falsa facilidad del espejismo inmediato, pero engañoso y evanescente.

Votos o botas, dijo Felipe González.

Y más allá de las dos diatribas señaladas por el filósofo chileno Martín Hopenhayn: populismo o neoliberalismo. A ambas fórmulas las acecha la falsa redención autoritaria, por no decir fascista. Pero ambas apuntan, también, a una novedad que las trasciende. ¿Cómo llamar a esta novedad? La edad media no se sabía medieval, pero el Renacimiento pronto se supo renacentista. Acaso, en lo hondo de estos debates, estemos dando forma a una civilización que aún no sabemos nombrar.

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