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Fuentes homenajea a Gabo

Carlos Fuentes fue uno de los primeros en leer Cien Años de Soledad

Carlos Fuentes fue uno de los primeros en leer Cien Años de Soledad

Carlos Fuentes habla de García Márquez y del español como idioma

EL UNIVERSAL

BOGOTA, COLOMBIA.- Carlos Fuentes volvió a Colombia después de varios años de ausencia, para homenajear a su amigo Gabriel García Márquez. Habló sobre literatura y español de manera elocuente, libre.

Dice que Cien Años de Soledad se asemeja a la obra cumbre de Cervantes...

-Lo que más relaciona las dos obras es esta capacidad de que sea un brujo itinerante el que cuenta las historias, tanto en el Quijote como en Cien Años de Soledad. Está Cide Hamete Benengeli en el primero, y Melquiades en el segundo, extraordinario narrador brujo que ocupa el lugar del autor y que, al mismo tiempo, le da una gran libertad narrativa.

Usted fue uno de los primeros en leer esta novela de Gabo.

-Cuando me envió el manuscrito de Cien Años de Soledad yo estaba en Venecia. Lo leí y traté de comunicarme con él. No lo encontré. Entonces le escribí a Julio Cortázar, en mi afán de comunicar mi emoción. Éramos muy amigos los tres. Le digo esto, que nunca lo he contado: el día que murió Cortázar, yo estaba en Estados Unidos. Llamé a Gabo y le dije la tristeza que sentía por la noticia de la muerte, que había leído en el New York Times. Y Gabo me dijo: “Carlos, no creas todo lo que lees en los periódicos”.

A veces es más recomendable creer en la ficción...

-Ese es el genio de García Márquez. Nos enseña que la ficción es parte de la realidad. Uno es el mundo anterior al Quijote, otro es el mundo anterior a Cien Años de Soledad. Hoy no podríamos entender la realidad sin estos dos libros. Es la magia de la literatura. Su valor no es que refleja realidad, sino que la crea.

¿Cómo ve el estado actual de la lengua española?

-Extraordinario. Una lengua que era un poco marginal, asociada con la decadencia y el subdesarrollo, sitamente se convierte en la segunda lengua de Occidente. Después del inglés, es la lengua más hablada, enseñada y leída. Esto le da un horizonte a nuestra literatura y a nuestro periodismo que acaso no tenían hace 50 años.

¿Se habla hoy un español de buena calidad?

-El castellano es un lenguaje vivo. En consecuencia está sujeto a transformaciones constantes, a metamorfosis, a enriquecimientos y a empobrecimientos. Es una lengua abierta a horizontes, a que se añadan vocablos populares, a pasar por el camino del “spanglish”, a que sea olvidada, como está sucediendo en Filipinas. Es un organismo vivo.

¿Esa vitalidad es propia del español?

-Del español más que ninguna otra lengua. Hace un siglo, o medio siglo, eran el inglés y el francés las lenguas de la diplomacia, de la cortesía y de la literatura. Hoy eso ya no es cierto. El francés pasó a un tercer término frente al castellano. Estamos ante una potencia de la lengua, por la cantidad de hispanoparlantes que hay en el mundo y, al mismo tiempo, porque es una de las lenguas más expresivas, más ricas, más mestizas.

Por fin la Real Academia tiene en cuenta a América Latina en su nueva gramática.

-Es una gran victoria que le debemos en buena medida a un hombre ilustre: Víctor García de la Concha, presidente de la Real Academia Española. Ha significado una apertura hacia el castellano como lengua universal, de un continente, de muchos pueblos, de muchas clases sociales que ahora se reflejan en el diccionario de la Academia.

Había sido un proceso muy cerrado.

-Sí, por la debilidad de nuestros pueblos, por nuestra incapacidad de comunicación en algunos momentos. Por las dictaduras, que cierran. Es un proceso que va liado a la expansión de la sociedad, de la cultura y de la política de los países hispanoparlantes.

Entre latinoamericanos a veces no nos entendemos...

-Eso es muy divertido. Si yo quiero tener una novia en Chile, tengo que decirle “polola”. Si quiero tenerla en Buenos Aires, tengo que decirle “minina”. Si es en México, “chamaca”.

Y está el Internet, que empieza a provocar cambios.

-Sé que está pasando, pero ya no me tocó a mí. Yo soy pre-Internet. Soy un hombre muy anticuado que escribe a mano. Me digo: si Cervantes escribía con pluma, ¿por qué yo no? ¿Verdad? No uso máquinas para comunicarme. Esto me hace premoderno, pero así me siento a gusto y no voy a cambiar a estas alturas.

Si pudiera hacerle una modificación a la lengua castellana, ¿qué le haría?

-La haría menos beata. Sin embargo, protegería que hubiese siempre una zona de palabras prohibidas, explosivas. Es una contradicción, pero me gusta esa contradicción. Siempre debe haber palabras prohibidas. Cuando yo era niño, en los Estados Unidos, la palabra ‘fuck’ no se podía decir. Era prohibidísima. Luego se pasó a f... y hoy la dice todo el mundo. Perdió su importancia. Eso está mal. Si pasa, hay que encontrar rápido otra palabra prohibida que le siga dando veneno al lenguaje.

¿Un ejemplo con una palabra en nuestro idioma?

-En castellano cada país tiene sus palabritas. En México tiene que ver con el verbo “chingar”. Ahora se ha banalizado. Sin embargo, todavía tiene una gran fuerza. Una fuerza maternal, porque es una referencia a la madre.

Usted vive entre Londres y Ciudad de México. ¿Tiene el inglés algo que no tenga el español?

-El inglés tiene más capacidad de crear palabras nuevas. De neologismos. Es una lengua muy flexible para la invención de palabras. Una lengua de absorción de muchas otras. Más que el castellano, porque tiene el alemán, las lenguas nórdicas, el galés... Es muy rica. Pero la nuestra no se queda atrás. Un poquito atrás, no mucho.

¿Nos resistimos a lo nuevo?

-Hemos sido más tradicionales y conservadores. Pero una de las misiones de la literatura es romper, liberar de los corsés a la lengua y permitirle que las carnes se muevan, que se agiten un poco, como si fuera una rumbera.

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