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¡Fuera ropa!

Adela Celorio

¿Me encuero?.. No me encuero… ¡Que se encueren! ¡Que se encueren! Gritaban afuera. “A esos mirones les faltan pantalones”, respondían adentro, hasta que se escuchó la orden: A la una, a las dos ¡y a las tres! Y disciplinadas, dieciocho mil personas procedieron a desnudarse. Cubriendo con sus manos los rincones brujos en un resto de pudor, para no mirar preguntaban: “¿Tú por qué viniste?” “No vine me trajeron” ¿’Y tú’? “Yo porque nunca me he encuerado en el Zócalo” o, “Porque esta es una experiencia única. O, ¿Tú de qué número calzas?

Y así, ambientándose, identificándose, midiéndose con los otros, personas de todas las edades y colores, altas, chaparras, morenas, rubias, gordas y flacas, entretuvieron la hora y cacho que medió entre el momento en que se desnudaron y dio inicio la sesión de fotografía bajo la dirección de Spencer Tunick, el polémico fotógrafo-instalador neoyorkino que ha encontrado una ingeniosa propuesta para el tan antiguo y trillado tema del desnudo.

Mientras tanto, friolentos -a las seis de la mañana siempre hace frío por acá- muchos de ellos tuvieron que caminar en pelotas hasta los baños que se habían instalado para el evento. “Órale Tunick, como tú no estás desnudo y en ayunas”…, gritaban. “Una persona por cuadrado”, ordenó el fotógrafo pero el mexicanismo desmadre se imponía: “Norberto Rivera/ la gente se te encuera/ gritaba la multitud/ y como ya es costumbre en esta capital, donde debía colocarse una persona tuvieron que apretarse cuatro.

“Ahora bien, estaban los dos desnudos, el hombre y su mujer, mas no sentían vergüenza” (Génesis Vrs. 25) Sólo después, al ser expulsados del paraíso de la desnudez, con los pantalones puestos los hombres recuperaron el machismo y rompiendo el ambiente de fraternidad y camaradería comenzaron a fotografiar a las mujeres que habían recibido la orden de mantenerse desnudas para una última toma. El encanto se desvaneció ante la ordinariez de los machines y la maldición de la vergüenza cayó sobre los cuerpos femeninos; aunque a mí nadie me quita de la cabeza que cayó en el lugar equivocado, ya que la vergüenza no debe alcanzarnos por las cosas del cuerpo sino por las cosas del alma: vergüenza por las guerras, por el hambre y el frío de nuestros hermanos o por la tortura.

Vergüenza por utilizar el poder para estafar y corromper a quienes han depositado en nosotros su fe. Mostrar el cuerpo no es motivo de vergüenza y así lo entendieron las más de dieciocho mil personas que respondieron a la convocatoria del polémico Tunick, quien tímido e incapaz de desnudarse en público -según sus propias declaraciones- tiene eso sí, una gran capacidad de convocatoria: cinco mil personas en el parque forestal de Santiago de Chile en 2002, siete mil en la avenida Reina Cristina en Barcelona y dieciocho mil en el Zócalo capitalino, quienes sin más recompensa por el desfiguro y el resfrío que una copia de las fotografías que se tomaron; llegaron en avión, en autobús o en el Metro; de todas partes de la República para someterse a las instrucciones del fotógrafo que mejor expresa la masificación como signo de nuestro tiempo.

Cuerpos que son menos que un punto, miles de brazos que se levantan en oleadas, nalgas, penes y tetas que nada significan cuando masificados se convierten en un mar de cuerpos. Gritos que sí y gritos que no, de todo hubo antes y después de la foto, aunque no entiendo bien por qué tanta conmoción dado que los hechos no tienen nada de novedoso para nosotros que con frecuencia hemos visto al colectivo de “Los cuatrocientos pueblos” encuerarse sin mayor arte, al grito de “Si no hay solución, nos quitamos el calzón”.

Y para quien tenga alguna duda, no, no me encueré. La paralizante mezcla de mis tres “P”: pusilánime, perezosa y pentonta; me lo impidió.

adelace2@prodigy.net.mx

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