El martes pasado, como ya se venía venir, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, aprobó por amplia mayoría la despenalización del aborto, permitiendo casi de plano a las mujeres desechar el producto hasta con doce semanas de gestación. Un día después de la aprobación, el secretario de Salud local del Distrito, Manuel Mondragón, dice acerca de la reforma que exigirá a las mujeres que decidan practicarse el aborto, ser residentes de la capital para tener acceso al servicio.
La batalla desafortunadamente pasó de lo meramente ideológico y jurídico al terreno político. El que en el Distrito Federal se consienta la decisión de las mujeres sobre la vida de un feto que alberga dentro de sí, es un tema que toca uno de los fundamentos ideológicos de los postulados de Acción Nacional, no se diga la posición de la Iglesia Católica al respecto, que amenazó con la excomunión a los diputados que aprobaran las reformas.
Al final, la jerarquía católica se vio sencillamente ridícula con la amenaza, que no con su postura, porque en pleno siglo XXI, pocas personas están realmente preocupadas por las decisiones que tome una institución de humanos, que pretenden juzgar cuestiones divinas.
Se puede continuar la crítica a la Iglesia de Benedicto XVI, señalando sencillamente en México cómo se ha perdido terreno en cuanto a número de adeptos, a cambio del crecimiento de otras religiones o sectas que han ido mermando sensiblemente la posición de la otrora hegemónica grey católica. Razones se señalan muchas, pero tal vez la más considerable es la resistencia del Vaticano y toda su estructura, a flexibilizarse y adaptarse a muchas cuestiones de la vida moderna que simplemente se apartan de los postulados añejos que profesan, la manera de afrontar la reforma que al final se dio, tal vez fue otro golpe más a la alicaída institución moral.
Para el debate que se llevó a cabo en el Distrito Federal ya no hay nada que hacer, la democracia permite a veces hasta este tipo de legislaciones “progresistas”, pero queda la arena regional o de los Estados. Las encuestas de opinión muestran que la Ciudad de México tiene una postura ante el aborto diferente que el resto de la República, por lo que las personas que pertenecemos a la postura del respeto a la vida tal vez no veamos cómo los derechos de los seres humanos en el vientre de la madre sean asesinados con el alegato de que la mujer tiene la libertad de decidir sobre su cuerpo y ello le da derecho sobre la vida de un tercero.
En el caso de que el debate se diera en el ámbito local, yo agregaría nada más que ciertamente la mujer –y el hombre- tiene por supuesto el derecho a la libertad de decidir sobre sí mismo, mientras no afecte derechos de terceros, pero creo que una vez respetado el derecho de cada quien de hacer lo que le venga en gana, también todo mundo debe asumir las consecuencias de sus actos y el embarazarse por lo general –aclaro que yo no discuto el aborto por violación, malformación genética grave o riesgo en la vida de la madre, que ya se contemplan en la ley- es producto de un relación sexual que conlleva placer carnal, así que para los capitalinos, naturalmente resolvieron que las mujeres bien pueden entregarse al sexo sin consideraciones, para luego simplemente deshacerse de fetos de hasta doce semanas, donde un radiólogo aguzado, puede incluso determinar el sexo del bebé.
Los hombres por naturaleza misma, no son en la creación los seres seleccionados para engendrar vida de la forma que lo hacen las madres, por eso, en el caso específico del aborto, su rol es secundario, aunque la propuesta de que cada quien sea forzado a ser responsable de sus actos, podría contemplar el cumplimiento forzoso de los varones respecto a los deberes de un neonato creado con su participación.
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