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Germán Martínez Cázares

Plaza pública

Miguel Ángel Granados Chapa

Mañana, día de la Inmaculada Concepción de María, y por decisión del presidente Felipe Calderón, Germán Martínez Cázares será elegido presidente nacional del partido Acción Nacional. Hubiera triunfado sobre cualquier antagonista, pero la astucia de su principal adversario, Manuel Espino, lo hizo llegar a solas, como candidato único en una organización donde la contienda por el liderazgo nacional ha sido a veces reñida y aun encarnizada.

Germán Martínez nació en Morelia el 20 de junio de 1967. Se formó como abogado en la universidad La Salle de la Ciudad de México y se doctoró en la Universidad complutense de Madrid en un breve retiro de la actividad política, tras la muerte de Carlos Castillo Peraza, que lo tuvo como discípulo dilecto y a quien acompañó en su despacho de consultoría político jurídica Humanismo, desarrollo y democracia con el que el dirigente panista yucateco alivió en la cercanía de su muerte su desapego por el dinero.

Desde que a los 21 años ingresó al Pan, Martínez Cázares tuvo un desempeño relevante, dentro del comité nacional y en la representación de su partido ante el Instituto Federal Electoral. En ese papel, le correspondió recibir la constancia de triunfo de los dos candidatos de su partido ungidos por el órgano calificador de las elecciones como presidentes de la república. Antes había participado de modo activo en la campaña de cada uno de ellos, especialmente en la de Calderón, de quien ha sido colaborador cercano desde hace diez años, cuando fue secretario general adjunto del comité nacional encabezado por quien hoy ejerce el Poder Ejecutivo y lo hizo secretario de Estado. Tanto influye Calderón sobre quien desde mañana será dirigente nacional panista, que éste aplazó tres años su propósito de contender por esa posición. En 2005 se retiró tempranamente de la liza, en apoyo a Carlos Medina Plascencia, porque así lo dispuso Calderón quien, a diferencia de entonces, esta vez determinó que fuera Martínez Cázares, y no César Nava como pudo ser también, quien encarara y sustituyera a Manuel Espino, cuando parecía irreversible la decisión de éste de buscar la reelección.

Desde antes de que éste fuera elegido presidente del PAN, cuando era secretario general, Martínez Cázares expresaba su preocupación por el rumbo del partido: “La brújula del PAN no funciona… El partido se abre —¿se prostituye?— de par en par a oportunistas y se cierra a ciudadanos con compromiso y liderazgos sociales. La fuente orientadora del PAN está atrofiada. Su discurso distinto y distinguible tiene sordina. Al parecer los panistas sólo estamos encaminados por el apetito de ganar la Presidencia de la República en 2006”.

Él mismo, sin embargo, se dejaría ganar por ese apetito. Espino ha revelado la sentencia que dictó contra López Obrador: ¡Lo vamos a chingar!, habría dicho. Y con pragmatismo crudo el inminente líder panista diría a Álvaro Delgado en octubre del año pasado, a propósito de la estrategia propagandística que su partido y su candidato desplegaron meses atrás: “Es tan aceptable una campaña de miedo como una de alegría”. (El engaño. Prédica y práctica del PAN).

Martínez Cázares asumirá mañana su liderazgo precisamente cuando está en curso la tardía corrección a una maniobra de que fue protagonista: la integración del consejo general del IFE en octubre de 2003, en que junto a Elba Ester Gordillo confeccionó un órgano que respondiera a los intereses de su partidos, el del PRI que era entonces el de la ahora dueña del Panal y el que Martínez Cázares presidirá a partir de mañana.

Como Castillo Peraza, quien será su sucesor es un intelectual al mismo tiempo que un practicante de arreglos políticos. Como hizo su maestro, el domingo admitirá en su comité nacional a miembros de la extrema derecha, a la que ha criticado con rigor: “Denuncio, advierto a los militantes del partido una peligrosa derechización de Acción Nacional”, pronosticó certero al despuntar 2004, semanas antes de la elección de Espino, a quien enfrentó siempre. A veces lo hizo con las armas que le son propias, la de su cultura y sensibilidad espiritual. Cuando en abril del año pasado la ignorancia de Espino lo llevó a descalificar de modo pedestre a Elena Poniatowska, asumida como propagandista de López Obrador, Martínez Cázares hizo lo propio, pero se contrastó con el modo primitivo de Espino. Se refirió a la obra de la escritora: “la aventura de dignidad de Trinidad Pineda en El tren pasa primero”, la lucha maravillosa de “Lorenzo de Tena… por alcanzar las estrellas en La piel del cielo”, “el testimonio de cariño y dolor que Poniatowska deja por la Ciudad de México en Nada, nadie: las voces del temblor. ¿De dónde o con qué autoridad cuestionar su homenaje a Tina Modotti? No, no. La escritura de embrujo de Elena Poniatowska es arte y cultura. Es orgullo de nuestras letras y gozo de quienes saben leer. Me parece miope cuestionarla sin conocer sus novelas, sus crónicas o su estilo literario. Sin embargo, me parece francamente repugnante que muchos de sus ahora defensores políticos no se hayan percatado de que muchos mexicanos podemos, al mismo tiempo, disfrutar de la prosa de Elena Poniatowska y no estar de acuerdo con sus juicios favorables sobre el Gobierno reciente del Distrito Federal”.

Designado por él, aunque deba ser avalado por la mayoría de los miembros del consejo nacional, Martínez Cázares encabezará un partido adicto al presidente sin resquicio para la crítica que acaso le beneficiara.

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