El 30 de noviembre de 1969 concluiría el sexenio de don Braulio Fernández Aguirre. Este término legal indefectible inquieta a todos los gobernadores y no por que marque su epílogo, sino por la natural curiosidad de saber quién los va a suceder y qué ánimos traerá consigo cuando asuma al mando estatal.
Nada de esto perturbó el sueño de don Braulio en 1969, pues desde hacía seis años parecía previsto que un segundo miembro de la tríada de aspirantes de aquel 1963 iba a ser mano en la candidatura. Se hablaba entonces de dos aspirantes: Federico Berrueto Ramón y de Eulalio Gutiérrez Treviño, cuyos nombres no provocaban desazones en las filas del PRI, pues el prestigio de los dos garantizaba que Coahuila repetiría con otro buen gobernador.
Eulalio resultó electo senador por Coahuila en 1964 y el maestro Berrueto devino subsecretario de Educación Pública en el recién iniciado Gobierno de su amigo Gustavo Díaz Ordaz. Al senador Gutiérrez lo acreditaba su buen desempeño en la Cámara Baja; en la aureola de don Federico refulgían sus blasones de excelente educador y buen político.
Él mismo, no obstante, parecía desanimado de participar otra vez como aspirante. Reiteradamente recordaba a sus amigos sus argumentos: la edad que ya tenía –69 años— y su personal convicción de que Coahuila requería a un hombre joven en el timón estatal.
Tristes sucesos acaecidos en los años precedentes habían consternado al profesor Berrueto. La enfermedad y el fallecimiento de su señora esposa fue el principal. Agregado a este dolor del alma, al profesor se le había agudizado un problema óseo en la región sacro ilíaca: era como si su cuerpo y su espíritu resintieran los años de lucha social, preocupaciones personales, intenso trabajo pedagógico y contrariedades políticas.
Óscar Flores Tapia, su amigo de siempre, lo visitó en los primeros días de enero de 1969 en su casa de Altavista, en el Distrito Federal, e intentó convencerlo de no abandonar la lucha política. “Míreme —le diría Berrueto— al rato no podré caminar y un gobernador necesita moverse de arriba abajo en todo el estado”.
Flores Tapia hizo un último esfuerzo: “No se gobierna con las extremidades inferiores sino con la cabeza, maestro. Usted está fuerte y lúcido”. Pero don Federico ya lo había decidido: “De lejos se ven mejor los toros”, respondió.
Don Federico Berrueto sabía que tenía en contra el hándicap de los casi setenta años; por otra parte no ocultaba su simpatía por Eulalio Gutiérrez Treviño, a cuyo padre admiraba como un valiente revolucionario. El factor principal de la decisión política, el presidente Díaz Ordaz, evocaba los antecedentes electorales de Coahuila: si el gobernador Fernández Aguirre y el subsecretario Berrueto Ramón opinaban a favor de Eulalio Gutiérrez, ni la entidad ni el propio Gobierno Federal enfrentarían problemas políticos.
La candidatura de Gutiérrez Treviño fue bien recibida por la ciudadanía. Llegó a Saltillo como precandidato, después de haber estado dos días en Torreón: los saltillenses invadieron las calles para ovacionarlo e igual sucedió en el centro y en el norte del estado. Las asambleas sectoriales del PRI fueron en Torreón, Monclova y Piedras Negras y la convención estatal en Saltillo.
Por su congénita sencillez Eulalio era considerado un hombre carismático, el pueblo admiraba sus cualidades; la presencia física imponía por su alta estatura y su popularidad se veía reforzada con un noble comportamiento. Solía atender con prolijidad a las personas, escuchándolas el tiempo que fuese necesario. En las elecciones obtuvo un claro refrendo ciudadano, así que al rendir su protesta legal, su Gobierno inauguraría un nuevo y promisorio capítulo en la vida política de Coahuila.
Eulalio se interesaba por la política y la respetaba profundamente; despreciando a quienes contaminaban esa actividad con superficialidad, intrigas y bajezas. Era un hombre recto, franco y honesto y por eso lo irritaba la politiquería, tanto como las mentiras y las intrascendentes conjuras de los políticos entre sí. Huía de esa degradación de la política y el solo hecho obligado de hablar con políticos, sobre todo con los del Distrito Federal, le exigía un esfuerzo de contención de genio para hacer valer sus propias convicciones.
Entonces salía al campo o a los municipios pequeños para airear su mente con la plática amena, llana y bien intencionada de los campesinos; a mayor abundamiento éstos siempre tenían problemas que resolver, así que apoyarlos resultaba una benéfica catarsis. Lo indignaban las injusticias contra los hombres del campo y por ello estaba pendiente de ellos. Una gran parte de su obra de Gobierno se realizaría en todo el campo de Coahuila.. Las secundarias agropecuarias, fundadas por Eulalio y el subsecretario Berrueto, dieron evidencia de su interés: “Las gentes de las ciudades se defienden solas”, solía decir.
Agrónomo, minero y constructor, Eulalio se vestía sencillamente. Parecía sentir incomodidad cuando las circunstancias o el protocolo le obligaban a presentarse de traje; pero al concluir el evento se despojaba de la corbata y del saco para seguir en mangas de camisa y si acaso hacía frío se enfundaba en una chaqueta de uso diario. Traía en su vehículo la gorra tejana que solía portar con naturalidad, un poco inclinada al flanco derecho de su cabeza. Así siempre estaba listo para salir al campo en cualquier momento.
Considerado como uno de los mejores gobernadores que ha tenido Coahuila, Eulalio Gutiérrez Treviño falleció en 1977. Su sepelio constituyó una manifestación de duelo colectivo y aún se le recuerda con mucho cariño. Una estatua honra su memoria en el bulevar que lleva su nombre.