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Gobernadores (11) Flores Tapia

Hora cero

Roberto Orozco Melo

Muy temprano, el día 27 de diciembre de 1974, descolgué el teléfono de mi casa en la ciudad de México: eran pasadas las siete horas y escuché la inconfundible voz de Óscar Flores Tapia que me invitaba a desayunar en su casa de Coyoacán, esa misma mañana. “Si no tienes otro compromiso, acompáñame por favor”...

Media hora después llegué a la casa de Óscar. Personalmente preparaba, como gustaba hacerlo en ocasiones, el machacado con huevo y los frijoles refritos. Su familia estaba en Saltillo desde Navidad y él retornaría allá en dos o tres días para pasar el 31 de diciembre con su esposa Isabel y sus hijos.

Empezábamos a dar cuenta del almuerzo cuando sonó el teléfono. Contesta, me dijo. Es un oficial del Estado Mayor Presidencial, le avisé. Óscar fue a atender la llamada. Luego escuché que decía “voy para allá” y después de colgar el aparato me comentó: “Era Luis —Luis era el señor presidente— Quiere que vaya a desayunar con él, así que despacha el almuerzo en lo que me arreglo para que me acompañes a Los Pinos”.

De camino a la casa presidencial me hice la ilusión de conocer, por fin, tan importante sitio; fue vana mi esperanza pues hube de esperar, en la calle, a bordo del automóvil entretenido en observar durante más de dos horas el monumento en bronce de mi distinguido paisano, don Francisco Ignacio Madero. La entrevista concluyó y Óscar salió de Los Pinos.

Flores Tapia abordó su auto y se puso al volante. Luego enfilamos hacia el mercado de La Merced. OFT cumplía cada semana con su autoimpuesto deber de comprar las verduras y la fruta para la despensa de su casa. En el mercado se enfrascó el entonces senador en su habitual regateo por los precios de la compra; lo conocían bien las vendimiadoras y jugaban a irritarlo con negativas de rebaja hasta verlo disgustado. Era un juego establecido, pues apenas bajaban al mínimo los costos Óscar sacaba 200 pesos de su cartera y se los regalaba: ¡Adiós chillonas!, se despedía entre enojado y sonriente.

Reinstalados en el automóvil Óscar se animó a compartirme una confidencia: “Dice Luis que el PRI dará a conocer mi candidatura en el mes de enero”. Al llegar a su casa nos sentamos en la sala y apuramos un par de tequilas entre pecho y espalda, pues la noticia los justificaba. Óscar comentaría además que en la semana siguiente realizaría una gira por el Distrito Federal en su carácter de líder de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares y que el 29 de diciembre tomaría el avión para pasar en Coahuila el último día de 1974, Luego volvería al DF el 2 de enero, pues el presidente de la República, Luis Echeverría Álvarez, recibiría a los senadores el día 3 para el tradicional saludo de año nuevo. Hablaríamos en esos días.

Cerca de las quince horas del tres de enero de 1975 –creo que era un lunes— Óscar Flores Tapia me habló por teléfono desde del despacho del presidente en Palacio Nacional. Después del intercambio de saludos y buenos augurios por la fecha, me anunció: “Mañana el PRI va a dar a conocer mi precandidatura y después empezarán las convenciones sectoriales”. Me pidió hablar de inmediato con dos de los precandidatos a gobernador para invitarlos a desayunar en su domicilio y participarles la decisión del Partido. Las subsiguientes jornadas de Óscar resultaron muy agitadas: reuniones en Gobernación, con periodistas, con el PRI, con los dirigentes de los sectores, etc. En sus oficinas de Patricio Sanz, en la CNOP y en su casa atendió muchas llamadas telefónicas e hizo otras tantas él mismo.

Una noche antes de su partida hacia Torreón, para asistir a la primera convención sectorial, Flores Tapia proyectó la integración del comité de campaña y al día siguiente salió a bordo de un autobús hacia Coahuila acompañado de quienes trabajarían como equipo en su campaña electoral. La postulación de Óscar encendió muchos apoyos y buenas voluntades en todo el Estado. Con el respaldo de su amigo, el presidente Echeverría, había diseñado un programa urgente de construcción de obras: “Caminando y haciendo” lo bautizó, pero el eslogan dejó de usarse cuando un columnista periodístico aseguró que el lema entrañaba un imposible fisiológico. Lo cierto es que antes de que Óscar Flores Tapia jurara el cargo de gobernador ya inauguraba obras públicas en toda la entidad y no cejó de construirlas hasta el último día de su gestión, aquel dramático 12 de agosto de 1981 en que el Congreso del Estado aceptó a regañadientes la renuncia que había presentado por el asedio de la infamia periodística y la persecución judicial de que fueron víctimas –él y a su familia— instrumentada por Óscar Flores Sánchez, procurador general de la República en acatamiento de las órdenes expresas del presidente José López Portillo.

Hoy Óscar Flores Tapia es parte de la historia de Coahuila. Nadie niega el crédito que le corresponde en la transformación económica y urbana de la ciudad capital y de otras importantes poblaciones y se le califica como el mejor gobernador del Estado en el siglo XX. Si él leyera esto, diría que todos los gobernadores han tenido una parte de mérito en la construcción de Coahuila, lo cual sería parcialmente cierto en la mayoría de los casos; pero es una bíblica verdad que la Administración de Óscar Flores Tapia constituyó un parteaguas en el desarrollo de Saltillo y de Coahuila. Y así se le recuerda.

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