En Coahuila tuvimos políticos que persiguieron el cargo de gobernador sin siquiera saber para qué lo querían. Otros lo alcanzaron por pura buena suerte. Y algunos más, que ni siquiera soñaban con serlo, vieron que les caía del cielo como el maná bíblico. De todo hubo en la viña del PRI en los tiempos del autoritarismo presidencial: desde los tiempos de Benito Juárez hasta los de Carlos Salinas de Gortari.
Eso cambiaría paulatinamente en los últimos decenios del siglo XX. En los comicios de 1993 Rogelio Montemayor Seguy ganó el Gobierno de Coahuila, apoyado en su trabajo previo como diputado federal, delegado de Solidaridad y Senador de la República. Antes de esto, la elección federal de 1988 había dejado una lección a los altos mandos del PRI: tendría que dejar de ser partido único y para ello debería instaurarse en el país un sistema electoral para la democrática alternancia de partidos en la presidencia de la República y demás cargos de elección popular: México tenía derecho a elegir gobernantes en forma democrática y el PRI debería empezar por hacerlo en su propia casa.
En 1999 el Partido Revolucionario Institucional decidió organizar una elección interna para escoger al candidato a gobernador de Coahuila en forma democrática; el 21 de marzo de 1999 los priístas decidieron en las urnas y Enrique Martínez y Martínez resultó electo en un proceso eficaz, limpio y tranquilo, lo cual constituyó una derrota para quienes auguraban un rotundo fracaso a la consulta interior. La división de los militantes del PRI fue otro mito que rodó por los suelos: el PRI pasó la prueba de la democracia con éxito y emergió sin daño aparente para triunfar en forma indubitable durante la elección del 26 de septiembre del mismo año. El PRI va a perder liderazgos, decían los escépticos: que si Jesús María Ramón iba a renunciar al PRI para jugar en la elección constitucional por el Partido de la Revolución Democrática y Braulio Manuel Fernández Aguirre se cobijaría en la bandera azul y blanca del panismo. ¡Pamplinas! Eso se haría en el PRD o en el PAN, no en el PRI. Y no, por lo menos, en Coahuila y en el Norte. Item más: los pesimistas se atrevían a decir que el gobernador en funciones, Rogelio Montemayor Seguy, intervendría en el proceso de elección para que triunfara su amigo Jesús María. Montemayor aclaró en forma incontrovertible su imparcialidad en los comicios. Tampoco el costo de las elecciones resultó exagerado, como se predecía, pues de hecho resultó muy inferior a cualquier otro proceso anterior o del vecindario.
Triunfó Enrique Martínez sin dejar dudas o reservas en el ánimo ciudadano y luego se dispuso a hacer un buen Gobierno, si bien el partido Acción Nacional no dejó día sin crítica ni queja. Por segunda ocasión sus candidatos fueron incapaces en la competencia por la gubernatura del Estado, si bien obtuvieron algunas presidencias en municipios donde han conservado influencia sobre sectores sociales conservadores, como Torreón, Monclova, etc.
La obra pública de Gobierno de Enrique Martínez, en general muy amplia, modernizó las vialidades urbanas en Saltillo, Torreón, Piedras Negras y Monclova; amplió y modernizó la de Saltillo a Piedras Negras; igual hizo con la carretera de Acuña a Zaragoza y concertó con Nuevo León y el Gobierno Federal la construcción de una amplia vía de cuota que aún no ha podido iniciarse por un deficiente manejo del proyecto por las delegaciones de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes en Coahuila y en Nuevo León y una diferencia de criterio sobre el libramiento norponiente de Saltillo. Buen trabajo se hizo en materia de educación. Se construyeron importantes edificios para dependencias estatales. Se obtuvo la construcción del hospital del CRIT. Como nunca antes la Región Lagunera recibió un trato especial en materia de obras y servicios públicos. Igual se impulsó la cultura y los Ayuntamientos de la entidad recibieron apoyos importantes para los programas municipales.
Siempre tuve la impresión de que Enrique Martínez y Martínez había sido preparado por su homónimo padre, mi amigo Enrique, para ser un buen político. Evocaré lo que alguna vez narré en esta columna. Era septiembre y tenía lugar una ceremonia frente a la estatua de Hidalgo esculpida por Joaquín Arias sobre uno de los corredores de la Alameda Zaragoza. Enrique Martínez señor y yo observábamos el discurrir del acto. Un niño de aproximadamente 9 años avanzó con seguridad hacia el podium en lo que el maestro de ceremonias anunciaba su participación. Era el hijo de mi amigo, quien no cabía en sí de satisfacción. Cuando Enrique hijo concluyó su intervención sobre Hidalgo y la Independencia, bien dicho y bien escuchado, la gente aplaudió. Le dije a don Enrique: “Tu muchacho va a ser muy buen orador”. Él me miró extrañado y aclaró: “No señor... ¡va a ser muy buen político!” Y en verdad lo fue, lo es ahora y esperamos que lo siga siendo.