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Gobernadores (9) Don Braulio| Hora Cero

Roberto Orozco Melo

El gobernador Raúl Madero González tuvo en la primera mitad de su sexenio (1957—1963) a dos excelentes alcaldes: Eulalio Gutiérrez en Saltillo y Braulio Fernández Aguirre en Torreón. Era también destacado el protagonismo político del profesor Federico Berrueto Ramón, en ese tiempo senador de la República. Parecía obvio que el próximo sexenio (1963—1969) quedaría en alguno de estos ciudadanos.

La abrumadora presencia de aspirantes en 1957, que cedió campo y tabla al general Raúl Madero fue una lección política: los más viables aspirantes deberían competir en armonía -bien “computados” diría don Braulio- en un juego abierto y comprometido a respetar su resultado. Los no elegidos ayudarían al candidato a ganar los comicios. Competir sin dividir era la regla de oro.

Don Federico Berrueto Ramón era el de mayor edad. Sus 63 años y su colmillo político, agregados a su preparación intelectual y amplias relaciones en la cúpula del PRI, lo perfilaban como amarrado. Braulio Fernández Aguirre, contaba con 51 años y una militancia política por cerca de dos decenios. Como alcalde de Torreón en dos ocasiones obtuvo un doctorado político. En esta actividad el triunfo educa, pero más educan los contratiempos. Don Braulio tenía las dos sabidurías; era un aspirante maduro y responsable. Eulalio Gutiérrez Treviño era el más joven en la tríada, con 46 años de edad. Era reconocido como un profesional de la agronomía, la minería y la construcción. Su primer cargo político fue la alcaldía de Saltillo desempeñada entre 1958 y 1960 con un gran reconocimiento popular.

La convocatoria del PRI saldría a principios de mayo; pero los tres aspirantes se concentraron desde el primer mes de 1963 en el Distrito Federal. Como dijo entonces Calixto Guerra: le soplaban al jocoque. Los tres convinieron en que cada cual haría su lucha por separado, pues en el PRI y en Gobernación aceptaban que la única solución posible era elegir a uno de los tres.

La tranquilidad del licenciado Gustavo Díaz Ordaz, secretario de Gobernación, no era compartida por la clase política del estado, seccionada en sendos bloques: Berrueto era apoyado por mineros y profesores en el Centro y Norte del estado; Fernández contaba con el pueblo de la comarca lagunera y Gutiérrez poseía un similar capital de apoyo en el sureste del estado.

A fines de abril parecía insoportable la tensión entre los priistas. Los aspirantes empezaron a temer una sorpresa negativa del comité nacional del PRI, y como se habían comprometido a no realizar manifestaciones públicas de apoyo, bien podrían darles un albazo que actuaría como detonador para una desbandada en el PRI del estado.

Don Braulio, de acuerdo con Berrueto y Eulalio, pidió audiencia con el secretario de Gobernación. En los primeros días de mayo de 1963 estaba frente a Díaz Ordaz, diciéndole: “Mire, señor licenciado, hace tiempo que no le sigo el paso a mis negocios en La Laguna; además mis hijos quieren que los acompañe a celebrar a mi esposa por el día de la madre. Vine a decirle que voy a ir a mi tierra pero no quiero que mi viaje vaya a ser mal interpretado: siempre me van a recibir al aeropuerto algunos de mis viejos amigos”.

Díaz Ordaz sonrió confiado: “No se apure, diputado: ¿Cómo se podría mal interpretar la presencia de unos cuantos amigos?. Vaya y venga sin apuro”. Bueno, licenciado –aclararía Fernández Aguirre— lo que sucede es que mis amigos son unos cuantos, pero unos cuantos miles y ya andan muy alebrestados, ¿Cómo la ve? ”, Díaz Ordaz espesó el tono de su voz: ¿Cuándo piensa viajar?. ¡Mañana mismo! —respondió don Braulio— y regreso el día once”. Puesto de pie, dando por concluida la entrevista, el secretario pidió a don Braulio que pospusiera por dos días su salida: “Es posible que para entonces pueda saber usted quién será el candidato para gobernar Coahuila”, Don Braulio extendió su diestra para estrechar la del funcionario y se despidió: “¡En eso quedamos!”. Al día siguiente Díaz Ordaz comunicaría a los tres aspirantes, uno tras otro, que el candidato era Braulio Fernández Aguirre, quien fuera a Torreón pero primero llegó a Saltillo donde se le dio una recepción tumultuosa. Eulalio Gutiérrez y don Federico Berrueto, por su parte, cumplieron su palabra y el PRI de Coahuila se mantuvo unido.

Don Braulio resultó un gobernador activo, amable, accesible, progresista y su esposa, doña Lucía, fue su mejor apoyo. Los saltillenses los saludaban cuando paseaban en la Alameda Zaragoza o en la calle Victoria, al asistir a las funciones del cine Palacio. Jamás necesitaron escolta. Don Braulio solucionó a Saltillo por años el abastecimiento de agua potable; edificó casas muy dignas para las Facultades y Escuelas de la Universidad de Coahuila; impulsó la construcción de caminos en toda la entidad en la que, además, se produjo un milagro: no hubo paros sindicales en las escuelas primarias del estado.

Doña Lucía y don Braulio conquistaron a los coahuilenses pues su sexenio se deslizó en el tiempo como una balsa en aceite, sin conflictos ni desconfianzas. La naturaleza impondría duras pruebas a Coahuila, como las trombas del 68 en La Laguna, pero don Braulio encabezó con buena fortuna los salvamentos.

El licenciado Gustavo Díaz Ordaz fue candidato y luego presidente de la República. El mismo día en que GDO tomó posesión, el profesor Berrueto fue designado subsecretario general de Educación Pública. Seis años después Eulalio Gutiérrez Treviño devino candidato de unidad y gobernador del estado. La competencia concertada de tres buenos políticos se recuerda como una lección para las siguientes generaciones, pues evidenció que tanto en la política como en la misma vida la palabra de los coahuilenses es palabra de honor.

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