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Golpes de pecho

Federico Reyes Heroles

“El nacionalismo es una en fermedad infantil. El sarampión de la humanidad”.

Albert Einstein

La sentencia de Einstein es radical. Todos los estados cultivan alguna forma de nacionalismo. Eric Hobsbawm, el gran historiador y pensador inglés, lo ha fraseado diferente: el nacionalismo es un mal necesario, una enfermedad en sí misma, de la cual debemos estar conscientes para controlarla. Es entonces una cuestión de grado. Pero también es cierto que ese mal evoluciona, se adapta. Los retos al Estado-nación, a la soberanía en sus decisiones, son cada día diferentes.

Si cultiváramos hoy el mismo nacionalismo vigente en el siglo XIX y parte del XX tendríamos que cerrar nuestras fronteras a muchos productos, introducir aranceles, dejar de importar alimentos, negar la universalidad de los Derechos Humanos, replegarnos, ensimismarnos. En teoría allí radicaba la fortaleza. El Estado debía ser capaz de fomentar una industria de piso a techo, es decir igual producir acero que lápices. Entre menos intercambio mayor fortaleza. Los retos eran otros. ¿Cuál es hoy el principal desafío del Estado mexicano? Parece claro: el narcotráfico, el crimen organizado y todo lo que de allí se deriva: corrupción y cooptación de los cuerpos de seguridad pública, de las Fuerzas Armadas y en general de las instituciones encargadas de librar esa auténtica guerra.

El diagnóstico no permite evasiones. La cifra global de tráfico de drogas podría oscilar en alrededor de unos 500 mil millones de dólares. El poder de los cárteles es muy superior al de muchos estados nación. Se trata de una verdadera amenaza supranacional a la soberanía de los países. De ahí la necesidad de involucrar al mayor número posible de miembros de la comunidad internacional. Si a ello se agrega que México es la principal puerta de entrada al mayor mercado consumidor de droga del mundo, pues comprenderemos que los esfuerzos que podamos hacer siempre serán inferiores a esas fuerzas. Por eso desde hace años México reitera su postura de que los Estados Unidos deben volver la cara al interior, al consumo. Mientras el mercado siga creciendo –estamos hablando de decenas de millones de consumidores, que además están dispuestos a pagar cifras exorbitantes por la mercancía-, lo que haga México sólo serán paliativos.

El costo para nuestro país de esta guerra ha sido altísimo. En primer lugar dejamos de ser un país sólo de tránsito para volvernos consumidores. El daño causado sobre todo a los jóvenes es incalculable. De las consecuencias sociales del consumo apenas nos vamos enterando. Por ejemplo, se calcula que el 70% de los asaltos violentos en la Ciudad de México podrían estar vinculados a nuevos consumidores que en la desesperación delinquen para obtener dinero rápido que les permita satisfacer su dependencia. El narcotráfico está minando a la sociedad mexicana y por supuesto al Estado.

Otro daño del que rara vez hablamos es de las vidas humanas que, año con año, pierden las Fuerzas Armadas y las policías abocadas a la persecución de este cáncer, suman cientos, quizá miles a lo largo del tiempo. Mejores equipos y el factor sorpresa le dan al narco una ventaja. Pero el sacrificio de vidas no puede ser infinito. El tercer gran daño es la utilización creciente de recursos públicos para estos fines, recursos que un país pobre como el nuestro podría estar utilizando en educación, salud, combate a la pobreza o infraestructura. Por todo lo anterior llaman la atención los reclamos casi automáticos y muy exaltados de nacionalismo como reacción al posible apoyo estadounidense equivalente a 500 millones de dólares.

“Ni un peso al plan Mérida”, “intervencionismo flagrante”, “violación de la soberanía”. Más allá de los errores cometidos en el anuncio y de la confusión por las cifras, la noticia debió de haber recibido aprobación. La mayor parte del apoyo es en especie, en equipo y capacitación. No hay cesión en el control de las acciones, por fin se logra que el Gobierno estadounidense asuma una corresponsabilidad y ahora nosotros nos damos golpes de pecho.

Dos han sido las líneas de argumentación en contra del apoyo. La primera rechaza por principio la colaboración. La considera un verdadero atentado a nuestra capacidad de decidir, a nuestra soberanía. La colaboración internacional en asuntos de seguridad -y este lo es- es una práctica recurrente desde hace más de medio siglo; la OTAN, la Unión Europea o incluso el caduco TIAR son los ejemplos más cercanos, pero hay muchos más. Por lo pronto el argumento pareciera un poco trasnochado, teñido de un antiyanquismo poco realista. ¿Es acaso mejor seguir perdiendo control territorial frente a los narcos? La segunda línea de argumentación es muy curiosa, tiene que ver con el monto, se les hace poco dinero y en realidad lo es dado el desafío. Lo curioso es que si el monto hubiese sido mayor ya no les parecería tan ofensivo. O sea que nuestra soberanía tiene un precio.

En las próximas décadas México y Estados Unidos por mutua conveniencia deberán colaborar. Es claro que México que está obligado a dar esa guerra por la simple defensa de nuestro Estado-nación, pero a la vez no deberíamos desviar cada día más recursos materiales y por supuesto humanos. Es una tragedia que con todas nuestras carencias tengamos que invertir creciente dinero público para restaurar la gobernabilidad perdida, la seguridad mínima. La otra paradoja es que sea precisamente esa guerra la que enriquece a los narcos. Como lo ha demostrado The Economist, sólo la apertura de los mercados, la regulación y la educación podrán a la larga con este monstruo de mil cabezas.

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