Al Gore vino a presentar en Saltillo su ya conocida ponencia sobre el calentamiento global de la Tierra, bajo el eslogan “La verdad incómoda”. Buen título, comenté en voz baja al sentir cierta inquietud aledaña ante las primeras imágenes presentadas. La impresión trasmutó luego en curiosidad, concentración de interés, angustia, desguarnecimiento, exasperación y finalmente... incomodidad. Todo menos pánico, como si los más de mil concurrentes a la plática de Gore tuvieran una visión pasiva de nuestra realidad ecológica.
El calentamiento global se parece al estado de buena esperanza en las mujeres, adquirido no por una casualidad, sino por una causalidad. El desaguisado atmosférico se carga al debe de las modernas sociedades humanas, cuyo descuido, uso y abuso de prácticas ecológicas adversas las convierten en provocadoras de la dramática condición climática que afronta el planeta Tierra, con múltiples consecuencias visibles en la televisión y en la prensa escrita; pero asaz dolorosas y concretas, por cierto, para los que habitan las regiones en que se han presentado los efectos del fenómeno calentamiento, tales como deshielos, daños atmosféricos, tormentas eléctricas, granizadas, inundaciones, trombas, fracturas en la costra terrestre, cuantiosos detrimentos materiales, más pérdidas irreparables en vidas humanas.
Así pues, el calentamiento global no constituye solamente una ominosa predicción, sino una realidad existente y negativa, propia para sentir pánico. El título de la plática de Al Gore entraña por otra parte -imposible no deducirlo— una alusión directa y contundente contra el Gobierno de USA, su país y una intensa carga de odio contra su actual presidente. Se entrevé en ella un pretexto para vengar verdaderos agravios políticos: recuérdese que la primera elección de George W. Bush fue a costa de Gore, por medio del chapucero conteo judicial del voto indirecto.
¿Qué podemos hacer los coahuilenses ante las terribles consecuencias del calentamiento global de la Tierra y de otros perniciosos devenires de terribles descuidos durante nuestra comodataria utilización de esta reducida parte del planeta Tierra? El tamaño del problema mismo establece nuestra incapacidad para afrontarlo. Pero si ya dijimos que tenemos la intención de conjurar los terribles efectos de los fenómenos citados ¿por qué no empezar por lo más sencillo?
A nadie se le va a ocurrir demandar del doctor Héctor Franco, titular de Ecología en el Gobierno Estatal, un esfuerzo superior a lo que permita el reducido presupuesto y capacidad del personal bajo sus órdenes; aunque hay medidas administrativas que no cuestan dinero sino voluntad y empeño de aplicar la Ley y exigir resultados. ¿Por qué no atender quejas y realizar inspecciones donde los vecinos demanden hacerlo?
La visita del señor Gore y su advertencia para que los coahuilenses dejemos de contribuir al calentamiento global es aleccionadora; ¿pero cómo hacer compatible nuestra necesidad de crear empleos, de constituir nuestros centros urbanos en modelos de virtudes ecológicas si, por otra parte, el bióxido de carbono que expelen los autobuses citadinos, los taxis y los automóviles particulares que transportan a la mano de obra industrial y comercial infestan el medio ambiente y envían gases venenosos a la atmósfera con daño absoluto y total a su capacidad de neutralizar los rayos solares?
Las dependencias ecológicas federal, estatal y municipales tienen mucho qué hacer en nuestro agobiado mundo, víctima de las ominosas devastaciones producidas por nuestra acelerado desarrollo. La verdad que proclamó Al Gore no sólo es incómoda; también es apanicante.
Sin embargo, nuestro tradicional conformismo no sufrió merma ante la plática de Albert Gore. Al salir pregunté a una persona que esperaba junto a mí la recuperación de su credencial de elector, garantía exigida para usar el sistema electrónico de traducción simultanea: ¿Cómo la ves, podremos hacer algo? La respuesta fue la misma escuchada en otras ocasiones y con otros motivos: “¡Ya mero que se pueda hacer algo! Si aquél (en el caso Bush) no ha podido hacerlo... ¿podremos nosotros?”...