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¿Grandeza mexicana?

Sobreaviso

René Delgado

Cuanto más se habla de las reformas estructurales como el punto de partida para reconstruir el país y plantarse de cara al porvenir, la conducta y la actitud cotidiana de más de un actor político derrumban esa aspiración y ofrecen el peor pasado como el mejor futuro.

Los desplantes, el cinismo, las descalificaciones, la mezquindad, los abusos y la desmesura de grandes y pequeños actores políticos advierten que, por mucho que se reforme el marco jurídico del Estado, el país seguirá siendo el de antes o algo peor. Si no se desarrolla una cultura política distinta marcada por la civilidad, el respeto, la competencia y el civismo de poco servirán las reformas anheladas. Antes de aprobarse y entrar en vigencia, esas reformas podrán enviarse al museo de lo imposible.

Esos actores políticos han divorciado el presente del futuro, olvidándose del pasado. Ven la historia como un conjunto de episodios inconexos. En su lógica, el presente es un continuo, el futuro una promesa y el pasado algo ocurrido. El discurso político contradice la práctica política y, entonces, el paraíso prometido es simple utopía.

En el olvido de esos políticos está la necesidad de crear una mística en relación con la posibilidad de plantearse un país distinto. Una mística que, sobre la base de pequeños cambios en la cultura, en la conducta y la actitud política, ampare y aliente a aquellas reformas. Pero como no hay voluntad de realizar esos pequeños cambios se prefiere hablar de las grandes reformas... imposibles.

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Viene a cuento todo esto por las conductas, los actos y las actitudes que, día con día, protagonizan esos actores políticos y que, en su mezquindad y demagogia, refuerzan la subcultura de la impunidad, la transa y la indolencia como “una forma de ser” de los mexicanos.

Si la ciudadanía no se resuelve decididamente a acotar y sancionar a esos políticos aquella cultura de la certidumbre política y jurídica, del crecimiento económico sostenido, del desarrollo social más equilibrado seguirá siendo un sueño imposible.

¿Qué conductas, qué actos, qué actitudes vulneran la posibilidad de construir una cultura distinta? Hay una larga colección, éstas son tan sólo algunas perlas negras.

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En estos días, el país no se conduele de la muerte de 21 trabajadores petroleros y de la desaparición de otros dos.

La plataforma donde se encontraban fue presa del poder de la naturaleza, pero ellos fueron presa de la naturaleza del poder. Oportunamente, se advirtió del pésimo estado en que se encontraban los botes salvavidas de las plataformas, las famosas mandarinas, pero esa información no fue suficiente para poner remedio al problema. Y, ahora, la muerte de esos trabajadores confirma aquella información desatendida.

Muertos los trabajadores sólo una esquela, por cierto del Senado de la República –publicada en dos diarios–, lamenta su fallecimiento. Ni el sindicato petrolero ni la empresa del ramo expresan públicamente el dolor que debería provocarles la tragedia y la secretaria de Energía, Georgina Kessel, considera oportuna la coyuntura para anunciar que el país es rico en petróleo aunque no pueda extraerlo. Nomás faltó que la funcionaria viera el lado positivo de la tragedia, informando que Pemex redujo en 21 personas su plantilla laboral.

La muerte de esos obreros pasa como un hecho más del día, una novedad tan importante como la del traslado de El Caníbal al reclusorio, un incidente que ni siquiera amerita que Vicente Fox guarde silencio como mínima muestra de respeto. No, el ex mandatario está empeñado en demostrar que el Jaguar blanco de su esposa lo compró ella en cómodas mensualidades y que el Jeep rojo, aunque él lo usa, es de otra persona. Eso sí, el ranchero promotor de libros en el extranjero no explica ni por equivocación por qué usó la democracia para confrontar al país hasta dividirlo. No rinde cuentas políticas de eso, nada más lo festeja una y otra vez.

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Podría pensarse que, bueno, la izquierda perredista sí lamenta el fallecimiento de los trabajadores petroleros y abandera su reivindicación, pero no.

El portavoz de ese partido, Gerardo Fernández Noroña, está comprometido en otra causa de muchísima mayor trascendencia: satanizar, a partir de señalamientos misóginos y machistas, a su compañera Ruth Zavaleta, la presidenta del Congreso de la Unión. Le faltaran argumentos al portavoz para descalificar a la legisladora, pero insultos no.

Y es que la diputada cometió un pecado que en el dogma de la Oposición contestataria no acepta penitencia: la presidenta del Poder Legislativo legítimo tiene tratos con el Poder Ejecutivo ilegítimo y eso no tiene perdón. Qué importa a la izquierda los trabajadores muertos, si la consigna es recoger leña verde para quemar a una compañera “obnubilada por el cargo”.

En la ilusión, podría entonces esperarse la solidaridad del dirigente de Acción Nacional, Manuel Espino, con los trabajadores petroleros, pero tampoco. El saliente dirigente panista está metido en otra cruzada: denunciar a sus compañeros de partido –“facciosos, radicales, mezquinos, fanáticos e intolerantes”– que traicionan la historia y la doctrina panista.

Espino no tiene tiempo para distraerse con ningún asunto distinto a ése y tan decidido está a ganar esa cruzada que ya renunció a postularse como candidato a la presidencia de Acción Nacional. Espino repone en práctica una vieja idea, pero la aplica mal: no hay mejor batalla que la que no se libra. Grita, pero renuncia. Grita, pero no se atreve a llamar por su nombre al destinatario de sus calificativos: su compañero de partido, el presidente de la República, el mismo al que él le ha hecho siempre el vacío. Cómo distraer a Espino con un asunto tan menor con la muerte de unos cuantos trabajadores.

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Las perlas negras del collar de la bajeza política son muchas más. Ahí está el conjunto de gobernadores priistas que ha integrado una tribu de canallas y hacen alarde y ostentación de su impunidad a la hora de violar derechos o lanzar, con absoluta irresponsabilidad, señalamientos sin sustento.

Ese collar es enorme y sus perlas, expresadas en conductas, desplantes y abusos, alejan una y otra vez la posibilidad de emprender en serio la reforma del Estado mexicano.

Esos actores han denigrado tanto la política que, en los hechos, las supuestas reformas que todos ellos proponen como la llave maestra del progreso en realidad son un mero recurso retórico. En la demagogia del discurso que disfraza la incongruencia en la conducta urgen todas las reformas: la del Estado, la energética, la judicial, la educativa, la de pensiones, la hacendaria, la laboral, la electoral, la social, la de telecomunicaciones... pero, cuando no hay prioridades ni mística para operar pequeños cambios en la conducta diaria, sencillamente no hay futuro.

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El problema de la subcultura política que esos actores promueven es que, en el fondo, invita a entender el presente como un continuo y el futuro como un imposible. Pero, peor todavía, invitan a mirar con indolencia la vida. Y, así, si no importa que ya sean 2 mil los ejecutados en lo que del va del año, qué rayos va importar la tragedia de los trabajadores muertos. Así el socorrido discurso de la grandeza mexicana queda como un olvido.

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Correo electrónico:

sobreaviso@latinmail.com

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