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Guerra sin parte |Sobreaviso

René Delgado

Si su nombre era o no Iván Solís, poco importa. La función de ese oficial del Cuerpo V del Ejército argentino era ofrecer todos los días, puntual a las 18:00 horas, una conferencia de prensa donde daba a conocer el parte de guerra correspondiente a la jornada próxima a concluir.

En el improvisado auditorio que, quizá, era en realidad un salón de fiestas o un centro de reunión social en Comodoro Rivadavia, se amontonaban decenas de periodistas para escuchar las ansiadas palabras del portavoz militar y reportar, a sus respectivos medios, el estado que guardaba la guerra a punto de estallar.

De no ser por la gravedad del asunto, el ejercicio de comunicación era gracioso en extremo. La flota británica navegaba a ritmo de marcha en dirección al Teatro de Operaciones del Atlántico Sur para recuperar las Islas Malvinas y el choque entre las dos Fuerzas Armadas era inminente. Entre tripiés, cámaras, cables, micrófonos, luces y sillas desacomodadas, pero con el debido porte, el militar se abría pasó hasta el micrófono, imponía silencio con su presencia e invariablemente, decía: “El parte de guerra, es: sin novedad en el frente”.

Desesperados, los periodistas se amotinaban, descargaban una batería de preguntas sobre el militar que, viéndose ante aquel pelotón de fusilamiento, invariablemente recurría a un ardid. De todas las preguntas y para salir del atolladero, así fuera por la vía de provocar un inaudito aburrimiento que terminaba por diezmar a los reporteros, escogía aquélla que le venía a modo y largaba una interminable perorata que muy poco tenía que ver con la situación en las Islas Malvinas.

Uno de esos días, algún corresponsal preguntó si esperaban que los británicos lanzaran tropas en paracaídas sobre las islas. Y de inmediato, el portavoz hizo suya la pregunta, replicando con otra: ¿Vieron aquella fantástica película El puente sobre el río Kwai? Y sin esperar respuesta, el militar se arrancó con verdadera pasión a hacer la reseña de aquel filme de David Lean, protagonizada por William Holden y Alec Guiness en los papeles estelares. Sabía todo de aquella película, hasta la melodía que silbaban los prisioneros: La marcha del coronel Bogey.

Nunca quedó claro de dónde sacó el militar argentino una supuesta escena donde varios soldados eran lanzados en paracaídas y liquidados en el aire. Como si se tratara de un especialista en el manejo de las estadísticas del filme, el portavoz daba con precisión el supuesto número de efectivos muertos o heridos en el aire y de ese modo, ejemplificaba el evidente revés, las incontables bajas, que sufrirían los británicos si osaban retomar las islas lanzando efectivos en paracaídas. Era fantástico.

La desesperación de la prensa era comprensible porque, en Comodoro Rivadavia, a la sazón, cabecera del puente aéreo con las islas, los periodistas estaban sujetos al código militar y tenían prohibido filmar, grabar, fotografiar o tomar nota de los objetivos militares y según la comandancia del Cuerpo V del Ejército, en el momento todo Comodoro era un objetivo militar. Unos cuantos días después, los militares argentinos salieron del problema: echaron del Teatro de Operaciones a los periodistas y éstos tuvieron que regresar a Buenos Aires, donde la dictadura manejaba a capricho la información relativa al conflicto.

A pesar de las argucias y los ardides, el Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas argentinas tenía clara la necesidad de rendir partes de guerra sobre la situación del conflicto desatado con el intento de la dictadura encabezada por Leopoldo Galtieri de reivindicar la soberanía argentina sobre aquel archipiélago, sobre la base de invadirlo.

Los militares argentinos jugaron con la información hasta donde pudieron, pero la realidad de los muertos acabó con el inflamado espíritu belicista y nacionalista de los argentinos. Acabó con la contradicción de apoyar un acto de soberanía territorial, llevado a cabo por un Gobierno que había secuestrado la soberanía popular.

Conforme comenzaron a regresar los cuerpos de los jóvenes de la colombina –el servicio militar–, muertos en el enfrentamiento con los británicos y conforme se fue sabiendo que muchos militares profesionales sencillamente rendían la plaza y más bien jugaban a su acomodo en la posguerra, se fue desplomando la dictadura y desde luego, se fue perdiendo la guerra.

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Viene a cuento el recuerdo porque –a pesar de haberse planteado el combate al narcotráfico en México– como una guerra, tal pareciera que el Gobierno no tomó en cuenta la necesidad de rendir partes sobre la situación que se guarda en el frente y sobra decirlo, la información –si se quiere, la propaganda– es clave en toda guerra. No hay guerra sin partes de guerra.

Han transcurrido ya casi cinco meses de que el Gobierno se embarcó en esa guerra y más allá de discursos que prometen la victoria final más adelante o de conferencias de prensa donde se hace el inventario de los decomisos, los detenidos o los plantíos destruidos sin aportar los parámetros necesarios para concluir cómo va el combate, la idea que comienza a prevalecer es que no hay claridad en la estrategia para combatir al crimen organizado y que el marcador no necesariamente le da la ventaja a las Fuerzas oficiales.

No hay información seria en relación a esa guerra y la propaganda a veces queda en spots que, de repetidos y manidos, no están creando ni sosteniendo un espíritu de respaldo y apoyo a ese combate. Y esos dos elementos son fundamentales cuando se libra una guerra.

En contraste a ese vacío, la evidencia es la de los muertos. El número de ejecutados que un día y otro también aparecen y que, desde el ángulo de la información, dejan la impresión de que, a pesar de los operativos militares, los narcotraficantes se sienten con la impunidad y libertad necesaria para saldar sus cuentas entre ellos, sin sentir cosquillas o rasguños por parte de las Fuerzas oficiales. Al menos en el terreno de la información, el narcotráfico le está ganando la partida al Gobierno. Deja sus mensajes clavados con picahielos, seguros de que esa información llegará a donde tiene que llegar.

Se entiende, desde luego, que el Gobierno no revele sus planes y estrategias en atención a las necesidades de información pública, pero resulta incomprensible que no tenga previsto un plan de comunicación en la materia y ni siquiera un sistema de información que, en verdad, tenga al tanto a la sociedad de lo que está ocurriendo. Sin poder comparar la indiferencia del anterior Gobierno frente al problema del crimen, el actual Gobierno está cayendo en la práctica informativa de su antecesor: nos va mal por lo bien que estamos haciendo las cosas.

Sin embargo, hay un problema. Sea producto o no de los operativos oficiales, la violencia del narcotráfico comienza a salpicar espacios sociales que antes no incluía su campo de acción. Restoranes, hospitales, bulevares, plazas comienzan a formar de su Teatro de Operaciones y sin partes informativos que expliquen con seriedad lo que está ocurriendo, el Gobierno puede perder el respaldo social en la guerra que libra.

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Puede creerlo o no el Gobierno, pero, si no comienza a rendir su parte de guerra y si no cuida el frente de la información, la victoria que pronostica puede estar mucho más lejos de lo que dice o peor aún, puede no estar. No hay guerra sin partes de guerra.

Correo electrónico:

sobreaviso@latinmail.com

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