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Hacen de la violencia su arte

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El Universal

MÉXICO, DF.- Llámese crimen, tortura, intimidación, trasgresión, persecución, terror, fanatismo, sobresalto, susto, horror, pánico, shock nervioso… todo destila violencia, sólo que, desde que la cámara de cine se encargó de ponerla en la pantalla grande, en la chica, en el video y de ahí hasta el DVD, las reglas de apreciación han cambiado dentro de los géneros tradicionales como el western, la comedia, los dramas y los no tanto (el cine de animación, musicales, documentales, el cine bélico…) y los que se han anclado sobre todo en los tradicionales y modernos thrillers y el cine fantástico.

Con tal de ejercer el poder para acceder a la riqueza por medio de la ambición, el hombre no ha dudado ni un momento en ejercer la fuerza, materializando a través de ella las distintas formas de violencia, según el medio en que se desarrolla y de los protagonistas que la han ejercido desde el principio de los tiempos.

Se sabe que, históricamente, algunas formas de violencia han legitimado al Estado y éstas, han reflejado en las películas muchas de las variables con que el espectador se identifica, de diferentes formas, ya sea a través de la fascinación o del rechazo tajante; del gozo sádico o de la complicidad silenciosa, patologías mediante.

Cada quien o cada cual, cuando mira un filme se pone -la mayoría de las veces, según estudios- del lado del diablo, cuando éste cambia indumentaria y se viste de ladrón, estafador, asesino, secuestrador, sicópata o terrorista, porque, ya se sabe que aunque en el cine, la mayoría de las veces estas alimañas acaban recibiendo su merecido, en la vida (i)real, sucede lo contrario, y es el mal y sus ejecutores violentos quienes acaban con el sartén por el mango, dando, obvio, terribles sartenazos.

Y es precisamente el cine de ahora, muy exacerbado por la violencia, el que, por ejemplo (algo inimaginable en otros tiempos), acaba glorificando el mal, lo mismo que volviendo “iconos culturales” de nuestro tiempo a los serial-killers.

En la forma en que ha variado la violencia cinematográfica en los últimos 50 años, mucho ha tenido que ver la propia tecnología del cine, con su narración, ritmo y un modo de filmación y de estilo que ha pasado desde un hoy anacrónico “festín de sangre”, de Hershel Gordon Lewis, que de la sangre se pasó al gore (el cine de los excesos sanguinolentos y las tripas a flor de piel) en 1963, que a las refinadas formas de matar en, por ejemplo, El Pájaro de las Plumas de Cristal, de Darío Argento; llegando hasta la brutalidad de Henry: Retrato de un Asesino en Serie, en donde más allá de sus estremecedoras secuencias de violencia más que explícitas, están las de esa mente más enferma, que no necesita de la brutalidad ni del cuchillo o el disparo a quemarropa para calar hasta lo más hondo del alma.

Del realismo violento se ha pasado, en un abrir y cerrar de ojos, al hiperrealismo demencial de la violencia, en donde las modernas técnicas de filmación vertiginosa, lo mismo que la pulsante edición, permiten ver casi la muerte en directo de las llamadas películas snuff; desde la propia cinta homónima de Michael y Roberta Findlay (1974), que resultó un soberano fraude) y 8mm, de Joel Schumacher (1999), hasta variantes que horrorizaron a medio mundo por su atroz y exacerbada violencia, como las de la saga de películas de Guinea Pig, perseguidas de oficio por la policía japonesa por un sadismo brutal y casi paranoico -nada más hay que recordar entre otras salvajadas gore y porno, el serruchamiento en vivo de una mujer drogada- que, a fin de cuentas, resultó solamente cinematográfico.

A una pléyade de directores que evocan sofisticadas formas de violencia al conjuro de su nombre, apellido y obra negra: Alfred Hitchcock (Psicosis, Los pájaros…), George A. Romero (La Noche, El Alba y El Día de los Muertos Vivientes); Tobe Hooper (Masacre en Cadena y Fun house), John Carpenter (La Cosa, Halloween y El Fantasma del Paraíso); Darío Argento (Rojo Profundo), Wes Craven (La Última casa de la Izquierda y Pesadilla en la Calle del Infierno), Sean S. Cunningham (Viernes 13), Lucio Fulci (el padre del spaghetti-zombie), Stuart Gordon (Re-animator), Sam Raimi (la saga de El Despertar del Diablo), Peter Jackson (Bad Taste y Meet the Feebles)… les debemos genuinos estremecimientos y miedos ancestrales puestos al día, lo mismo que algunos reciclados en digital con muchos extras que, en su momento, fueron basura y que hoy siguen siéndolo, sólo que se han vuelto basura maravillosa.

Invade salas de cine el hiperrealismo demencial

La violencia en el cine se ha exacerbado durante las últimas décadas, pasando en un abrir y cerrar de ojos del realismo violento al hiperrealismo demencial de la violencia, en el que las modernas técnicas de filmación vertiginosa, lo mismo que la pulsante edición, permiten ver casi la muerte en directo.

Así pues, hay muchos estilos y formas de mostrar la violencia que cada vez parece más retorcida y virulenta, con alarmantes dejos patológicos, estos son algunos casos: David Cronenberg (Telépatas, Shivers), Jörg Buttgereit (NEKRomantiks 1 y 2), Abel Ferrara (El Asesino del Taladro, MS 45), Frank Hennenlotter (Basket Case), Michael Hertz y Samuel Weil -Lloyd Kaufman (El Vengador Tóxico, emblema de la inagotable Troma Films) y, ¡pero cómo no!, nuestro Guillermo del Toro, desde Cronos hasta El Laberinto del Fauno, pasando por Mimic, El Espinazo del Diablo y Hellboy, aparte de Fernando Méndez (El Vampiro y Ladrón de Cadáveres) les debemos fidelidad por mostrarnos qué tan bizarra puede ser la violencia y qué tan averiado puede ser el mal gusto del buen gusto (o viceversa), al presentarla en el cine.

Y en Asia

Sólo era cuestión de tiempo para que los excesos y virtudes fílmicas del muchas veces ultraviolento, sorprendente y muy adelantado cine asiático -como lo fue en su momento el estilo gangsteril de honor y balas de John Woo (con The killer o la salvaje Hard-boiled)- asomara la cabeza en Occidente, convirtiéndose en inagotable filón, volviendo iconos cinematográficos casi instantáneos a inclasificables directores como Takashi Miike (Dead or Alive, Audition, Ichi the Killer…), Park Chan-wook (Sympathy for lady Vengeance, Old boy, Mr. Vengeance…), Kenji Fukasaku (Battle Royal I y II), capaces de poner en escena virtuosas coreografías de violencia en estado puro, plásticamente muy gráficas y sumamente sangrientas. Y lo mejor, sus películas que primeramente llegaron vía la importación, ya se encuentran, la mayoría junto con muchas nuevas de otros espectaculares realizadores de Corea y Tailandia, en varios sellos independientes.

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