EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

Hacer política cuesta pero al pueblo

Hora cero

Roberto Orozco Melo

Cuando empecé a interesarme por el arte-ciencia de la política jamás pasó por mi escueta sesera que era indispensable ser rico para emprender una carrera electoral. No se usaba, y mucho menos recién egresado de la preparatoria donde aprendí que en los asuntos de la cosa pública valía el Ser, no el Tener, según Aristóteles, Platón y Sócrates. Por sostener estos conceptos los filósofos griegos y latinos era tenido en muy alta estima…

Sabíamos que las campañas políticas y la propaganda electoral demandaban algunos gastos conforme fuera la importancia del cargo que se ponía en juego por la vía electoral; pero ni siquiera imaginábamos, por nuestro déficit de malicia y nuestro superávit de ingenuidad, que también se podrían comprar candidaturas en algunos partidos políticos. En el PRI, que en aquel tiempo era el único que estaba en constante uso, se decía que jugar a la lotería, competir contra el PRI y pedir dinero prestado para casarse eran evidencias de ser pentontez crónica.

En 1958 fue mi primera campaña electoral al competir para diputado por el quinto distrito electoral local de Coahuila cuya cabecera era Parras y comprendía además a los municipios de Viesca, Matamoros y Sierra Mojada. La verdad gasté muy poco dinero, casi nada comparado con lo que ahora dilapidan nuestros epónimos hombres públicos: primero por no tener y segundo porque amigos generosos me apoyaron en especie: los compañeros tipógrafos me obsequiaron 350 cartulinas en tricromía; Mario Alberto Haza, un periodista capitalino me envió mil calcamonías; y como no tenía recursos para pagar publicidad en periódicos los directores de “El Siglo de Torreón” y de “La Opinión” –don Antonio de Juambelz y don Francisco L. Rodríguez, respectivamente— enviaron reporteros para que me entrevistaran, con cualquier otro motivo; así aparecía mi nombre en páginas interiores como candidato a diputado local.

Al concluir mi estancia en La Laguna visité a don Antonio y a don Francisco para agradecer sus atenciones. Ellos eran adversarios periodísticamente, pero tan semejantes en generosidad que uno y otro fingieron disgustarse y amenazaron despedir a sus respectivos reporteros. Claro que no lo hicieron... Lo más oneroso fue el costo de tres habitaciones en el Hotel Calvete, pero cuando pedí la cuenta me informaron que ya estaba saldada. Algún lagunero con alma franciscana, de entre tantos que conozco, tuvo ese gesto. Si el que me favoreció lee esta columna estoy seguro que va a sonreír al recordarlo.

Mi otra campaña fue para Presidente Municipal en Saltillo, seis años después. Cartulinas y pegotes los hice en mi propia imprenta. Mi papá y mis hermanos me prestaron cinco mil pesos que después no me cobraron. No había TV, pero sí radio: los dueños de las tres radiodifusoras locales no quisieron cobrar los “espots” que ahora resultan tan caros. Otros amigos, entre ellos aquel señor entrañable que fue don Miguel Dainitín, me facilitaron camionetas para recorrer el área rural. Alguien donó algo de gasolina. Chuy Martínez, a quien se recuerda el próximo lunes en el Museo Ortiz Garza, me fió los lonches de su restaurante “Saltillo”. Total y cuenta gasté mucho menos de lo que imaginaba.

Hoy todo es distinto: los candidatos a cualquier cargo de elección popular jamás meten la mano a su propia bolsa para solventar sus campañas: lo que gastan se los da el Gobierno vía los partidos políticos o por medio del Instituto Federal Electoral. No faltan ricos interesados que se ponen guapos con su aporte. Los medios esperan el pago de lo que no les entró por vía oficial hasta después del triunfo o la derrota del candidato. El dinero manda, ordena y dispone.

Decir que el aspirante es buena persona, posee méritos, es honesto y goza fama de responsable no acarrea votos. Es más: nadie lo cree. Hoy el prestigio no se basa en saber sino en tener. Las ideas y el prestigio no se valoran, el dinero vale lo que marcan los billetes. Paul Getty, el archimillonario, expresó con desilusión que el dinero no le servía para comprar lo que él deseaba; un poquito de felicidad. Pero ésta no tiene precio en el mercado, ni siquiera está a la venta.

Pronto vendrán nuevas campañas políticas: las diputaciones federales y locales. El chorro de billetes saldrá de la bolsa de los contribuyentes, todo será pagado por el pueblo y lo único que arriesgarán quienes logren ser candidatos será su físico y ni siquiera eso pues de entrada los partidos les compran un seguro de gastos médicos que cubre desde una uña enterrada hasta la necesaria cirugía plástica reconstructiva en los casos de aspirantes con antecedentes…penales. Ni modo…

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 307029

elsiglo.mx