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Hans Küng| Archivo adjunto

Luis F. Salazar Woolfolk

La visita de Hans Küng a nuestro país ha suscitado comentarios interesantes, como obligada consecuencia de ser uno de los pensadores actuales más conocidos a nivel mundial.

Sacerdote católico nacido en Suiza en 1928, en 1957 obtuvo la licenciatura en filosofía por la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma con la tesis El Humanismo Ateo de Jean Paul Sartre.

Fue designado perito consultor de la Santa Sede por Juan XXIII y Paulo VI durante los años del Concilio Vaticano Segundo y en 1966, durante su carrera de treinta y seis años como profesor en la Universidad de Tubingia, invitó a dar clases al teólogo Joseph Ratzinger, el actual Papa de la Iglesia Católica.

Además de la academia y el sacerdocio ambos personajes compartieron la experiencia de un temperamento genial, aunque ofrecieron un marcado contraste entre la personalidad mundana de Küng que llegaba a la Universidad en su Alfa Romeo deportivo y el actual Benedicto XVI que se trasportaba en bicicleta.

Después del movimiento estudiantil de 1968, que repercutió en Tubingia como un parteaguas ideológico que se tradujo en actitudes de los alumnos que Ratzinguer consideró inaceptables, el actual Pontífice abandonó esa universidad y se trasladó a la de Ratisbona.

A partir de este momento las carreras de Ratzinguer y Küng transcurren en paralelo, pues siendo dos pensadores interesados en visualizar la misión de la Iglesia de acuerdo a los signos de los tiempos que les ha tocado vivir, sus caminos han resultado diferentes y hasta antagónicos, tanto en el orden del pensamiento como en el de la acción concreta.

El pensamiento de Küng alcanzó su más alta cota en sus obras maestras Ser Cristiano y ¿Existe Dios? publicadas en la década de los setenta, en tanto que Ratzinguer ungido arzobispo y después cardenal de Munich, desarrolló una vasta obra pastoral bajo su divisa episcopal: “Cooperador de la Verdad”.

Con un sólido respaldo teológico cimentado en su rica producción intelectual, orientada al fortalecimiento renovado de la celebración de la Eucaristía, la liturgia y el sacerdocio. Ambos pensadores coincidieron en el Concilio, uno como asesor del Papa y otro como Pastor de su arquidiócesis.

En el libro Ser Cristiano, Hans Küng pugna por que la Iglesia vuelva a los orígenes del cristianismo primitivo, repudiando las “adherencias” culturales asumidas al través del tiempo, desde la filosofía helénica hasta la música de Mozart; se adentra en la bruma del racionalismo alemán y en síntesis plantea un cristianismo de laboratorio químicamente puro, a la manera en que Emmanuel Kant concibe su Ética o Hans Kelsen su Teoría Pura del Derecho.

En su obra ¿Existe Dios?, Küng hace una precisión de su racionalismo centrado en el hombre a partir de un análisis de la filosofía moderna desde Renato Descartes, el filósofo del “Pienso, luego existo”. El antropocentrismo (el hombre es el centro) filosófico de Küng desplaza a Dios y en ese momento entra en conflicto con la doctrina de la Iglesia.

Ello explica que a la llegada de Juan Pablo II a la Sede Romana, mientras Joseph Ratzinguer era designado Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe y se convierte en el campeón intelectual y cooperador de la verdad de dicho Pontificado, el Vaticano suspende a Hans Küng de la clase de Teología Católica de la Universidad de Tubingia y la propia Universidad lo reubica en la clase de Teología Comparada que el maestro imparte bajo su estricta responsabilidad. Con esta medida se consigue un resultado indulgente, para resolver la tensión entre la identidad y la congruencia por una parte y la tolerancia por otra.

En el año 2000, ya jubilado de la cátedra y entregado a su trabajo en la Fundación por una Ética Mundial, Hans Küng publica su libro La Iglesia Católica, que consiste en un breve apunte sobre la historia de la Iglesia desde su fundación hasta nuestros días.

En dicho opúsculo el autor resume sus viejos planteamientos y cuestiona la divinidad de Cristo, la estructura de la Iglesia, la infalibilidad del Papa, la moral sexual y el celibato sacerdotal.

El libro revela extraños conflictos de conciencia porque hace una crítica despiadada y radical, sin reconocer prácticamente ni a la Iglesia ni a ninguno de sus hijos a lo largo de la historia, mérito alguno. Por poner un ejemplo: Hans Küng critica las malas costumbres de la jerarquía de la Iglesia y en lugar de pugnar por el saneamiento y santificación de dichas jerarquías, lleva al lector a la conclusión de que deben desaparecer.

Ante ese panorama, es normal que cualquiera se pregunte por qué el Padre Küng sigue como católico y como sacerdote dentro de la Iglesia. La respuesta sólo Dios y el interesado la saben, pero es fácil suponer que un hombre de fe, perdido en el laberinto de su propia razón, no encuentra un mejor lugar a dónde ir.

Correo electrónico:

lfsalazarw@prodigy.net.mx

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