“El tiempo nos está haciendo tontos otra vez”.
Albus Dumbledore, director de Hogwarts
Todo parece indicar que Harry Potter and the Deathly Hallows, el séptimo volumen de la serie del mago adolescente de la escuela de Hogwarts, será el mayor éxito de ventas en una serie que ya ha roto muchos récords en la última década.
Tan sólo en el primer día de su lanzamiento, este sábado pasado, el 21 de julio, se vendieron ocho millones de ejemplares en los Estados Unidos y más de dos millones en el Reino Unido. Si bien estos dos países representan los principales mercados para este libro, el cual hasta este momento sólo está disponible en inglés, las ventas han sido también muy importantes en otras naciones, desde Alemania hasta Australia, desde la India hasta México.
Antes de Deathly Hallows –que podría traducirse como Los santos mortíferos— se habían vendido ya 325 millones de libros de la serie de Harry Potter. Solamente la Biblia y el Corán y quizá el Pequeño libro rojo de Mao Tsetung, han tenido una distribución mayor en la historia, aunque sus ejemplares -en su mayor parte- han sido regalados y no comprados.
Otros libros muy populares, como Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll o El diario de Ana Frank, tienen cifras de ventas de decenas de millones, pero las cuales se acumulan a lo largo de muchas décadas. La serie de Harry Potter, en cambio, apenas empezó a publicarse en 1997.
Muchas críticas he escuchado y leído acerca de la serie. Una de las más comunes es la que plantea que estos libros ofrecen una trama barata y tramposa que, como otra literatura comercial, impide pensar a los lectores. El hecho de que en torno a estos libros haya surgido toda una industria de entretenimiento que ha convertido a la autora J.K. Rowling en una de las personas más prósperas del mundo, con una riqueza personal que se estima en alrededor de mil millones de dólares, ha sido un motivo de rechazo para muchos.
Otro cuestionamiento, éste de carácter religioso, plantea que la serie es un engaño que hace que los chicos se enreden en un mundo de magia y brujería cuando deberían estar leyendo y comprendiendo la fe verdadera (cualquiera que ésta sea).
Para mí, sin embargo, Harry Potter es una confirmación de que el mundo de la imaginación literaria no ha muerto. El que jóvenes de todo el planeta hayan hecho cola durante horas para obtener los primeros ejemplares del libro, en un comportamiento que puede ser normal entre fanáticos de estrellas del rock, pero no entre lectores, es una muy buena señal para el futuro del libro en el mundo.
Las novelas de Harry Potter no son, por supuesto, obras literarias de primera magnitud. No compiten en profundidad o creatividad con los trabajos de Kafka o Joyce o Sartre, pero en eso radica precisamente su encanto. Estos libros tienen una trama fácil y emocionante, sin demasiadas exigencias quizá, pero con una gran riqueza de imaginación. La narrativa es rápida y los personajes son… bueno, “encantadores”.
La historia de la publicación del primer libro es ya una leyenda. Joanne Rowling lo escribió en medio de serias dificultades económicas, después de un divorcio, mientras recibía subvenciones estatales y cuidaba a una hija pequeña. Una modesta casa editora, Bloomsbury, aceptó hacer una tirada de mil ejemplares, después que la hija del presidente del consejo de administración leyó el primer capítulo y exigió los demás para continuar la lectura. La autora recibió un anticipo de 1,500 libras esterlinas. Los primeros ejemplares salieron a la luz en junio de 1997.
El que en apenas 10 años la historia de Harry Potter haya alcanzado la popularidad que hoy tiene no se puede explicar sin la atención de los medios electrónicos. Pero la raíz de todo el fenómeno sigue siendo una narrativa plasmada originalmente en libro. No deja de ser notable, en efecto, que en la era del Internet y los medios electrónicos haya sido un libro el que haya hecho estallar esta fiebre de interés.
Aquellos jóvenes que hoy se hunden en los libros de Harry Potter difícilmente dejarán de ser tocados por el gusanito de la lectura. Quizá no todos se vuelquen después a libros más exigentes, al Ulises de James Joyce o a las novelas de Carlos Fuentes; pero el entusiasmo por el joven mago de Hogwarts nos demuestra que el libro y la literatura tienen futuro y un futuro muy importante, si los escritores están dispuestos a escribir libros para el gran público y no sólo para sus amigos intelectuales.
Por lo pronto nada me dio más gusto este pasado fin de semana, mientras pasaba unas horas en un aeropuerto y hacía un viaje en avión, que ver a decenas de jóvenes enfrascados en la lectura del nuevo libro de Harry Potter sin prestar atención a las pantallas que usualmente monopolizan su atención.
DESPLOME
La Bolsa Mexicana de Valores tuvo ayer su segunda mayor caída del año, pero no estuvo sola en el desplome. Los mercados de Estados Unidos arrastraron a los demás por la preocupación sobre la fragilidad del mercado de bienes raíces en ese país. Tanto la bolsa de México como la de Nueva York se encontraban cerca de sus mayores niveles en la historia. Ayer, después del desplome, la Bolsa Mexicana cerró en 29,996.60 unidades, 7.4 por ciento abajo de su nivel máximo de 32,411.84 unidades del 6 de julio, pero todavía con un avance de 13.4 por ciento sobre el cierre de 2006, que fue de 26,448.32. Al terminar el 2000 el IPC se encontraba en 5,652.19 unidades. Desde entonces ha subido 430 por ciento.