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Hisa Arai

Julio Faesler

Ayer murió una de las figuras pioneras del comercio exterior mexicano. Hisa Arai formó parte del primer grupo de consejeros comerciales que México envió al extranjero a promover nuestras exportaciones. El programa fue ideado en tiempos del licenciado Ricardo J. Zevada, director del Banco Nacional de Comercio Exterior, durante la Administración de Adolfo López Mateos.

Otros consejeros de aquel tiempo fueron Juan Delgado Navarro que estuvo en Buenos Aires, Isaías Gómez Guerrero, Milán y Alberto Fernández, en París.

México salió entonces al mundo con su canasto de ofertas para diversificar nuestras relaciones económicas. El esfuerzo lo dirigió un comité coordinador presidido por el subsecretario de Industria y Comercio, Plácido García Reynoso. Participaba también la Secretaría de Relaciones Exteriores, de Hacienda, de Agricultura y de Patrimonio Nacional y el Banco de México.

Ana María Hisa Arai Espinosa de los Monteros, Hisa, como todos le decíamos, obtuvo su título de abogada por la UNAM en 1937 y posteriormente se doctoró en leyes en España. Hija de diplomático japonés y mexicana, Hisa hablaba japonés por lo que le tocó la región de Asia, siguiendo el criterio que durante muchos años se respetó de que el Consejero Comercial dominase el idioma del país de su adscripción.

Aquellos primeros pasos de la promoción comercial fueron declaradamente exploratorios. Por eso el área que se le asignó a Hisa, era tan vasta: abarcaba China, Filipinas, Indonesa, Vietnam y Korea. Activa e imaginativa, los informes de Hisa describían condiciones económicas, financieras, políticas y comerciales para calibrar las posibilidades de venta de cada uno de nuestros productos.

La exportación de nuestro país estaba compuesta principalmente de café, miel de abeja, carne refrigerada, raíz de zacatón, ixtle de lechuguilla, piña enlatada, aceite esencial de limón, tabaco, azufre, plomo, zinc, azúcar, fresas, camarón, empezaban algunas manufacturas como artículos de vidrio y tubería.

Hisa relataba sus experiencias en las recepciones oficiales en las que se encontraba a veces con las viandas más exóticas y sorprendentes como cuando se le convidó a saborear cerebro de mono o sopa de nidos de golondrina.

Había que aprender de la astucia de los comerciantes asiáticos en tiempos en que emergían de sus países desvastados por la guerra. Renacía la pujanza japonesa con sus grandes consorcios financiero-industriales y la China comunista se modelaba bajo un férreo régimen maoísta que, no importa, promovía ventas al mundo capitalista en la Feria de Cantón, a unos pasos del aún británico Hong Kong.

Las naves de Transportación Marítima Mexicana llegaban con nuestra bandera a los puertos de Asia al igual que a los de la recién lanzada Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) y comenzaban a ganar fama en Oriente Medio nuestros consorcios de constructores.

Poco a poco iba madurando un comercio exterior que incluía artículos de mayor valor agregado. La política de promoción industrial se traducía en cuidar que las importaciones apoyasen industrias “nuevas y necesarias” y que se evitase en lo posible las compras superfluas de consumo como, por ejemplo, los automóviles de lujo. Las compras de Gobierno preferían persistentemente al fabricante mexicano.

Nuestras promociones en los años sesenta seguían adoleciendo, empero, del Talón de Aquiles de la insuficiente producción. Era más fácil promover que cumplir los pedidos.

Esto explica por qué el Instituto Mexicano de Comercio Exterior, creado a principios de los años setenta, fijó como prioridad promover la oferta exportable que el país requería para responder a las amplias demandas mundiales que los consejeros comerciales descubrían. Se formaron comisiones mixtas de comercio exterior en cada Estado de la República presididas por particulares que apoyaron la actividad de unidades de producción agrícolas e industriales de todo tipo y tamaño. El comercio exterior se concebía como creador de producción y de empleos y no sólo banda de transmisión.

Hisa, su nombre completo era Ana María Hisa Arai Espinosa de los Monteros, siguió entregando su indómito entusiasmo siendo consejera del IMCE hasta entrados los años ochenta.

Ya para entonces la red de consejerías comerciales cubría los principales centros del mundo. La etapa de exploración y dependencia petrolera quedó atrás. Ahora exportábamos petroquímicos, automóviles, instalaciones y equipos eléctricos, farmacéuticos, alimentos frescos y procesados.

Hoy día seguimos importando en exceso lo que debiera dar empleo a nuestros campesinos y trabajadores. La creatividad de nuestros hombres de negocios se ve opacada cada vez más por la cultura de la franquicia extranjera; el industrial que abandona su vocación por abrazar la de mero representante. Pese a los esfuerzos de los actuales consejeros comerciales, el déficit comercial se repite.

La memorable promoción que explayaron al mundo aquellos primeros consejeros como nuestra querida Hisa Arai, sigue esperando respuesta de nuestros productores.

juliofelipefaesler@yahoo.com Septiembre de 2007

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