“Isabel Pantoja, la tonadillera más famosa de España, añadió ayer otro desagradable jalón a su leyenda: La cantante y estrella de la prensa del corazón evitó ir a prisión después de que sus abogados depositaran la fianza de 90,000 euros…” Diario El País.
Durante el Medioevo mal llamado por los pseudos eruditos como la Edad Obscura, existían lecturas prohibidas, so pena de quedar excomulgados o terminar en la hoguera. Sí, textos explosivos, jocosos, algunos muy ricos en lo que al erotismo se refiere. En fin, páginas borradas, ocultas gracias a la mente, a las manos de aquellos pendientes de preservar la conciencia pía, el recato y las “buenas costumbres” (cualquier parecido a Los Legionarios de Cristo es mera coincidencia). Quien buscase el alumbramiento perseguía dar con dichos manuscritos arriesgando la vida y los calzones… ¿Pero eso era antes?
Más o menos. Debo confesar, lector querido, mi ya añeja proclividad hacia un semanario “de lo oculto” que en pocas palabras y vistosas imágenes ejemplifica todo el mal, lo mundano y perverso. ¡Arriba! que pueda existir en un universo tan tergiversado en el cual -como diría mi querida y nunca bien ponderada Cristina Pacheco- nos tocó vivir. Hablo del ¡Hola!, foro del jet set internacional, receptáculo de los sueños y perversidades de una larga lista de fulanas, musas trepidatorias, aristócratas respetables, estrellas de la farándula que en busca de fortuna van y claro está, también de golfos sin fortuna, pero con probada experiencia en las mieles del amor y la simulación. Sí, en el ¡Hola! cabe todo lo insulso, la desmemoria de una España proclive a la prensa rosa, a lo facilito, a ese arte de espulgar con cinismo, alevosía y ventaja existencias ajenas. ¿Te suena raro?
Mi experiencia con la publicación cubre prácticamente mis casi tres décadas de existencia. Todo comenzaría en el baño de una dama -mi tía- quien con celosía profana guardaba con orden espartano todos y cada uno de los ejemplares; desde el bautizo del Caudillo hasta la última unión de Isabel Preysler, ex chavala bien matrimoniada. Entre hadas y odaliscas, este muchachón aprendió de culebrones que ni en los mejores años de la Vero Castro se hubieran dado en México. ¡Que viva España!
Pero mi infancia pasó y ante las novias me encontré imposibilitado a confesar cierta proclividad dudosa. La necesidad de reafirmar al macho que en mí llevo -toro de harto cartel- se encontró en pelea frente a las damas y a otras lecturas de mejor calaña: El Coronel No Tiene Quien Le Escriba y de ahí que dejé de leer ¡Hola! Únicamente los años, la seguridad de no tener que demostrar nada (mis chicharrones truenan) y esa sublime capacidad de no darle cuentas a nadie de en qué demonios gasto el dinero, me llevaron a comenzar cierta rutina: acudir a la librería de prestigio, comprar libros y de paso disfrazar mi lectura preferida.
Quien haya leído ¡Hola! bien sabe de los poderes que tiene frente a la ansiedad y el estrés; lo podríamos equiparar con la definición que María Félix hacía del dinero: calma los nervios. En un mundo colmado de noticias y diarios serios que “…nomás me amargan el día y recomiendo no lea nadie”: Vicente Fox Quesada, ¡Hola! genera notas cruciales y al mismo tiempo sumamente alegres: “La Duquesa de Alba acudió a la Clínica Ruber Internacional a realizarse un check-up y el médico la ha encontrado fantástica a sus ochenta”. “Álvaro, el hijo de Marta Chávarri, fue al Corte Inglés a mirar las tendencias de verano y ha comprado un jersey sport que le viene muy bien durante esta temporada impredecible”.
Sin embargo, nada seríamos sin el drama y la tragedia. Honestamente no sé qué me pudo más, si el deceso “inesperado a los trescientos años de edad”, de la madre de SM El Rey, La Condesa de Barcelona o aquella fatídica fecha donde un imberbe conduciendo su Chevy Monza “se llevó de corbata” a Max (Maximiliano) mi golden retriever o alter ego durante los años de la primera juventud. Nos conducimos por la mala: cargamos a un fan de Pedro Infante a cuestas y aquella fascinación morbosa, necesidad primaria de gritar ¡No ha muerto!, lo tienen secuestrado en un Seven Eleven de Las Vegas.
Risa provoca en su charro negro la negación masculina ante las publicaciones rosas: “Yo no leo esas ma…., las compra mi vieja”. ¡Ya aceptémoslo”. Todos lo ojeamos a escondidas ¿A quién no le gustaría poseer título nobiliario y por ende ser el chuletón en turno de la Ana Obregón? Digo, a mí, diario me salta la interrogante: Si soy un joven fogoso, simpático y con algo de conversación ¿dónde está si acaso alguna marquesa cincuentona, de esas que la simple expresión les delata el ansia por enseñar y dejarse mangonear por un tutor de las bellas artes? ¡Caray!, no hay derecho…
Quizá lo que más gracia me causa, sí, aquella satisfacción sublime la encuentro en la socialité mexicana que ocasionalmente se deja retratar en la publicación. “La Tachis Redo Sánchez Navarro y Corcuera de García Pimentel nos recibe en su piso del Barrio de Salamanca. La Tachis, quien divide su tiempo entre su apartamento de París y la casa de playa en Los Cabos, se deja ver acompañada de Pinky y Milka -sus amadas mascotas-. Ataviada con un fabuloso Tom Ford para Gucci y joyas de Asprey, su rostro luminoso nunca desmerece ante un Manet adquirido en la última subasta de famosa casa de arte. Para nuestros lectores La Tachis asevera contundente: me lacera la pobreza en México”.
De dar pena. Y de peor pena el que leas mis ocurrencias domingueras. Todos somos el ¡HOLA! ¿Quién hablará de nosotros si no fuésemos alguien?