Hace unos días me honró el Instituto Mexicano Norteamericano de Relaciones Culturales de Saltillo con la presea que otorga cada año en el área cultural. La considero una distinción no merecida; pero como alguna vez leí, los reconocimientos son como un dulce y así la acepté, la disfruté y la agradeceré para siempre.
Llegué hace 58 años a Saltillo a estudiar preparatoria en el glorioso Ateneo Fuente, institución matriz de la Universidad Autónoma de Coahuila. Uno los últimos días de agosto de 1949, sin más bagaje que un veliz maltratado y casi vacío ?a excepción de algunos libros? pedí al operador del autobús Parras-Saltillo que me permitiera bajar en Aldama y Xicoténcatl. Desde esa esquina pude ubicar la casa de la señorita Piedad Valerio, eximia pintora y ex alumna del maestro Rubén Herrera, quien me daría asistencia y buenos consejos en los años siguientes. Advertí también, sólo a unos pasos, las oficinas, la redacción y los talleres del ?Heraldo del Norte? y en la acera norte, se me reveló el domicilio del Partido Revolucionario Institucional. ¿Coincidencia? ¿Premonición? ¿Destino? Lo ignoro, pero fue en torno a estos sitios y al edificio del Ateneo Fuente donde tuvieron lugar mis andanzas entre 1949 y 1951.
Desde 1947 era corresponsal en Parras del desaparecido ?Heraldo del Norte? así que sentí confianza para pedir un empleo en este periódico. Me lo dieron de corrector de pruebas y dos meses después me iniciaría como reportero. También escribí, al alimón con Guillermo López Gómez, la columna ?Peronazos? (por K. Melo y K. Milo) y al paso de dos años sustituí al Jefe de Redacción, don Isauro Cabrera. En 1956 ya había sido subdirector y director editorial del mismo periódico. En ese año ?Heraldo del Norte? fue adquirido (para cerrarlo por quiebra y evitarse el pago de las correspondientes indemnizaciones) por José García Valseca y quedé sin trabajo. Ya tenía esposa y un hijo de dos meses. Vinieron días difíciles, pero no desesperados. Gracias al periodismo había hecho amigos en el sector público de Coahuila y no me faltó ocupación gracias al licenciado Salvador González Lobo. La poesía y la narrativa me habían acercado a los grupos culturales que recién habían tenido un importante desarrollo y mucho tendrían que ver después con la fundación de la Universidad de Coahuila.
Los años en el Ateneo Fuente resultaron enriquecedores en formación educativa y educación formativa. No desvarío: a pesar de ser similares y de buscar un mismo resultado, ambas pedagogías discurren senderos diferentes: La didáctica, arte de la enseñanza, instruye, informa y disciplina dentro del aula; pero afuera, donde late la existencia humana y sus avatares, es la vida la gran maestra, cátedra que se ennoblece al moldear conductas y encauzar vocaciones juveniles. Alfonso Reyes, entre otros intelectuales, parafraseó a Bernard Shaw al anotar en uno de sus memoriosos textos que había abandonado la educación de la vida para ingresar a la escuela preparatoria.
Shaw escribió: ?Desde muy niño hube de interrumpir mi educación para ir a la escuela?, una frase feliz que leyó Gabriel García Márquez en su juventud y la repitió cuando se consagró como premio Nobel de Literatura. Lo cierto es que la vida, la academia y otros muchos caminos conducen al hombre a que alcance su natural destino: Ser.
Los textos de enseñanza y los libros de pura y gozosa lectura, salteados por las diversas experiencias propias de la juventud, integraron el acervo cultural del grupo de potenciales bachilleres al que pertenecí: todos tuvimos maestros de aula y maestros de vida. Evoco entre los primeros: a Ildefonso Villarello Vélez, a Rubén Moreira Cobos, al inolvidable Chato Severiano, al licenciado Francisco García Cárdenas, a Guillermo Meléndez Mata, a José León Saldívar y a otros que ilustraron y orientaron nuestro aprendizaje propedéutico; de los segundos destaco la influencia en mi formación a José Natividad Rosales, a Óscar Flores Tapia y a don Salvador González Lobo: cada uno con su historia, personalidad, convicciones y visión del existir humano...
Qué distinto y distante es aquel Saltillo, comparado con el actual. La pequeña ciudad que resolvía su vida social en varias iglesias, un par de cines aceptables, dos hoteles y tres restaurantes está hoy desconocida. Entre los setenta y noventa años del siglo XX la globalización industrial y comercial abrió las ciudades de Coahuila a las inversiones extranjeras y éstas estimularon a los inversionistas locales y nacionales para iniciar empresas complementarias o de servicios. Y se dio la suerte de que Coahuila tuvo un audaz gobernador que supo aprovechar el crecimiento de la economía nacional en un momento propicio, para beneficio de Coahuila: Óscar Flores Tapia.
Después subsecuentes gobernadores han mantenido la promoción de nuevas e importantes factorías, lo cual ha cambiado definitivamente el rostro de la ciudad. Vemos en sus calles, en centros comerciales, de trabajo y de diversión la insólita dinámica de sus pobladores. Todo ha crecido bajo las oportunidades laborales. Se amplió la ciudad en los cuatro puntos cardinales y de pronto nos vimos envueltos en la vorágine demográfica y vial que caracteriza a las ciudades laboriosas y modernas. Ante el inusitado desarrollo económico, cuyos consecuentes apremios para la modernización urbana son inalcanzables para los recursos estatales y municipales, se aquilata el esfuerzo de construir calzadas y bulevares de cuatro, seis y ocho carriles que cruzan y circundan el paisaje urbano de Saltillo, antaño estrecho, tranquilo y cansino.
Hoy Saltillo espera de los saltillenses una actitud solidaria y orgullosa hacia los aspectos culturales. A fines del siglo XIX y en el XX Saltillo era la ?Atenas de México? y ahora se le dice, por causas obvias ?la Detroit mexicana?. Algo tendremos que hacer para que los dos epítetos se justifiquen y puedan solicitar o exigir de los gobiernos federal, estatal y municipal la aplicación de un programa de embellecimiento urbano que dignifique y enaltezca a la ciudad, de modo que Saltillo recupere sus antiguos prestigios y torne a ser admirado por propios y extraños.