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Hora cero |Avisen si algo ganó México...

Roberto Orozco Melo

Dice la historia que el primer encuentro entre presidentes de México y Estados Unidos tuvo lugar en 1837 y resultó peculiar y negativo para nosotros: el presidente mexicano, Antonio López de Santa Anna, huía de los forzudos texanos que buscaban venganza de su derrota en el Álamo de San Antonio. Ya los colonos de Sam Houston y Esteban Austin estaban decididos a adherir el territorio de Texas a la Unión Americana; cuando encontraron al paticojo mandatario en un jacal del Este tejano, medio enfermo, hambriento y sin más guardaespaldas que un par de gañanes. Lo retuvieron unos días en calidad de prisionero y concertaron, a petición del dignatario en bajada, un diálogo con el presidente de Estados Unidos, Andrew Jackson. Lo condujeron a Washington y platicaron, pero Santa Anna sólo sabía oír y decir sí a todo, por lo que el monólogo de Jackson nos costó la mitad del territorio nacional...

En más de ochenta años ningún otro estadista mexicano tuvo humor para conversar, aunque fuera con señales de humo, ante cualquier inquilino de la Casa Blanca. En el siglo XX se animó el general Porfirio Díaz quien andaba en apuros con el incipiente maderismo se entrevistó en Ciudad Juárez, Chihuahua, con William H. Taft el día 16 de octubre de 1908.

Posteriormente, en 1924, Plutarco Elías Calles consiguió ese mismo y discutible honor al sentarse a dialogar con Calvin Coolidge.

Cuando los balazos de la segunda guerra mundial casi chisqueaban en la mera Casa Blanca, el presidente Roosevelt creyó pertinente platicar sobre cuestiones de unidad panamericana y compra venta de petróleo con los mexicanos. Así se reunieron en Monterrey, Nuevo León, los presidentes Manuel Ávila Camacho y Franklin Delano Roosevelt el 20 de abril de 1943.

Nada se supo de la concertación de compra- venta, y sin embargo tuvimos que entrarle a la guerra europea cuando Alemania, Japón o los mismos yanquis nos hundieron dos barcos petroleros: el Potrero del Llano y el Faja de Oro. Dos años después de haber probado su bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki, Harry S. Truman visitaría a Miguel Alemán en la capital mexicana del 3 al 5 de marzo de 1947.

Al siguiente mes, 29 de abril de 1947, el presidente Alemán devolvió la visita a Truman en Washington, D. C. y en fecha posterior, el 19 de octubre del año 1953, don Adolfo Ruiz Cortines devino anfitrión del general Dwigth D. Eisenhower para inaugurar la Presa Falcón sobre el Río Bravo. La entrevista de retorno fue en White Sulphur Springs, Virginia Occidental el 26 de marzo de 1956.

El presidente mexicano, Adolfo López Mateos, se distinguió por el número de entrevistas con mandatarios estadounidenses: el 19 de febrero de 1959 recibió en Acapulco, Guerrero al presidente Eisenhower a quien devolvió la visita en Washington del 9 al 14 del mismo mes y año. Los mismos dignatarios se vieron por tercera vez en Ciudad Acuña, Coahuila, el 24 de octubre de 1960, y posteriormente el incansable López Mateos recibió en la capital mexicana al presidente John Fitzgerald Kennedy del 29 de junio al primero de julio de 1962. Muerto el joven mandatario estadounidense, don Adolfo visitó al sucesor, Lyndon B. Johnson, en Los Ángeles, California, el 19 de febrero de 1964, año en que ALM entregó el poder al sucesor Gustavo Díaz Ordaz.

Ya he contado la siguiente anécdota, pero la repito: El 25 de septiembre de 1964 gobernaba Coahuila don Braulio Fernández Aguirre y este columnista era alcalde de la capital del Estado. López Mateos quiso que tanto los gobernadores como los presidentes municipales de las capitales de los Estados que colindaban con USA lo acompañáramos en la entrevista que sostendría con Lyndon B. Johnson para recibir el terreno del Chamizal, una franja de tierra que una riada del Bravo había arrancado del territorio mexicano, hacía cien años, para ponerla en la geografía de Texas.

Johnson tardaría en llegar al punto de reunión, el puente entre Ciudad Juárez y El Paso, y así se informó al presidente mexicano. Eran las 11 en punto de la mañana, pero don Adolfo ordenó que la comitiva se formase en la raya fronteriza. El jefe del Estado Mayor le pedía abordar el autobús y esperar arriba, pero don Adolfo se negó: debía respetarse la hora que marcaba en el protocolo. Casi 30 minutos duró la espera. Finalmente llegó el texano grandote y se ubicó frente a su homólogo mexicano para balbucear una explicación en inglés, con repetidos “I am Sorry” que una traductora repitió en español al señor presidente de México. Johnson esperaba respuesta. López Mateos la dio en voz alta y sonora: “Diga al presidente Johnson que venimos a consumar el rescate de una propiedad mexicana usufructuada por Estados Unidos durante más de cien años. Si hemos esperado y peleado durante un siglo en los tribunales internacionales ¿por qué no esperar algunos minutos más para que se haga realidad?”. Era un asunto de dignidad solamente, porque luego fuimos a recibir “in situ” el terreno aquel, donde se proyectaba erigir una Universidad, pero lo vimos pequeño, sin importancia; no parecía tener más trascendencia que allí anotara México un gol al país más poderoso del mundo.

Gustavo Díaz Ordaz, el sucesor de ALM, cumplió el protocolo de presentarse como presidente electo de México, ante el presidente Lyndon B. Johnson, precisamente en Johnson City, Texas, los días 12 y 13 de noviembre de 1964. En adelante hubieron muchas otras entrevistas presidenciales, incluida la muy reciente Bush-Calderón. Si algo ganó México con la última, por favor avisen...

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