Mira, me dijo un amigo en una céntrica avenida: ?Ya se estacionó en la banqueta un influyente tal por cual?. El automóvil invadía la mitad de la banqueta y la otra mitad ocupaba casi dos metros en la calle. Traté de calcular el efecto de esa manera de estacionar un vehículo para la circulación cuando se oyó un imponente frenazo en el pavimento: un camión conductor de valores se había detenido en forma intempestiva para no golpear la parte trasera del automóvil que invadía acera y calle. ?Por poco te vendes, ca.....? gritó el dueño del vehículo estacionado dirigiéndose al chofer de la camioneta al tiempo que caminaba, sonreía con descaro y revisaba que nada le hubiera sucedido a su carro. A media cuadra un policía de tránsito avanzaba con paso cansino rumbo al sitio del incidente...
Ninguno de los dos conductores se impresionó ante la inminente presencia del representante de la Ley, quien saludó de mano al automovilista y se dirigió moviendo la cabeza hacia el conductor de la camioneta de valores. Estaban lejos de nosotros, así que apenas alcanzamos a presumir lo que se decían: ?¿Alguna queja, señor?? preguntaría el guardián público al causante del incidente. Éste haría un legible movimiento con la mano derecha indicando que no había queja, subió al auto, echó a andar el motor y salió de su incómoda posición con sorpresiva reversa que provocaría otros frenazos y toques de claxon. Asustado, mi amigo no podía hablar, pero su actitud interrogaba. Lo invité a caminar sobre la banqueta. Aludió al automovilista: ?¡Un influyentazo!...Pensé que en efecto lo era, pero en grado disgustante. ?¡Dos influyentazos!? corrigió mi acompañante refiriéndose al chofer de la camioneta. Volvimos la vista hacia atrás y vimos que el poli palmeaba la espalda del otro e intercambiaban sonrisas con excelente humor. ?Lo de diario? dije. ?Ajá? respondió.
El influyentismo es endémico en nuestro país. De diversas maneras todos somos influyentes. Algunos porque detentan cargos en el Gobierno, otros porque son amigos de los gobernantes, y no faltamos los periodistas. En el incidente que presencié el policía mantenía, aparentemente, una relación de inferior a superior con quien había violado la Ley de tránsito. Y parecía cuatacho del otro infractor. Pero también hay banqueros influyentes, e influyentes empresarios. La influencia es la llave del mundo moderno. El ábrete sésamo de lo imposible.
También abundan personas morales que saltan trancas en eso de sentirse influyentes e intocables. Daría como ejemplo, a propósito de los hechos que comento, a los dueños de los vehículos que transportan dinero y valores. Son sociedades mercantiles anónimas. Tampoco podemos saber quiénes son los choferes, aunque los veamos violar las disposiciones del reglamento de tránsito. No es fácil identificarlos ya que las camionetas lucen blindadas de atrás para adelante, de arriba abajo y de lado a lado. Hay mirillas laterales abiertas permiten a sus ocupantes ver hacia el exterior, mas al revés resulta imposible. Y para cuando uno quiere leer las placas de circulación ya se han perdido velozmente en las calles.
Los autobuses de transporte urbano, los repartidores de refrescos, las camionetitas distribuidoras de chatarra comestible, los camiones materialistas, los cientos de taxis que ocupan los carriles de baja circulación y se detienen de improviso para ofrecer sus servicios al pasaje. Es otra clase de prepotencia vial. No es que el columnista quiera que todo el espacio de las rúas sirva para circular sin riesgo: lo deseable es que todo conductor ejerza un simple y cuidadoso manejo de cualquier vehículo, y si no fuera mucho pedir, que otorgaran un poco de caballerosidad con las damas que conducen sus automóviles, para los ancianos que cruzan las esquinas y ante la posible distracción de los escolapios que caminan kilómetros cargando sus pesadas mochilas de cuadernos y libros. No es mucho conceder un poco de cortesía de todos para todos: que demos evidencia de urbanidad en la vía pública, tanto en las banquetas como por las calles. Vaya, que vivamos como personas respetuosas y respetables.
Influyentes siempre habrá. Y personas educadas y corteses también. Lo que nadie puede asegurar es que una vez metidos en la selva del tráfico urbano todos resultemos indemnes, aunque bien podríamos lograrlo si nos responsabilizamos del civilizado manejo de nuestros vehículos, de la seguridad nuestro movimiento peatonal y de una actitud siempre vigilante y atenta a la circulación de las demás personas, sean andantes, conductores o pasajeros. Y que aceptemos nuestras propias responsabilidades cuando un descuido o un imponderable nos obligue a ser causantes activos de los accidentes viales. Echarnos broncas unos a otros no resuelve nada. Reconocer responsabilidades si. Dar disculpas también y aceptarlas en dado caso es muy importante. Vivir en el moderno tráfago de ciudades en crecimiento es un riesgo que debemos asumir, pero constituye un riesgo previsible y aún evitable. Hagamos que sea realidad.