El Instituto de Altos Estudios Internacionales que dirige el ex gobernador Eliseo Mendoza Berrueto presentó el lunes anterior un oportuno debate sobre “La reforma del Estado: el capítulo económico”, con la anfictionía de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Autónoma de Coahuila.
Debatieron poco, pues fue un encuentro amistoso, pero ilustraron mucho a la asistencia los doctores David Ibarra Muñoz, Rogelio Montemayor Seguy, Leopoldo Solís, Francisco Suárez Dávila y don Carlos Abedrop Dávila; gente de gran saber y bien hablar en la anfractuosa materia que tienen como profesión y oficio: la ciencia económica.
El doctor David Ibarra Muñoz fue secretario de Hacienda y Crédito Público en el Gobierno de José López Portillo (1976-1982) y padre de la reforma fiscal realizada en 1979. Su mérito principal: haber logrado el consenso social necesario para establecer el impuesto al consumo conocido como IVA –Impuesto al Valor Agregado— que más tarde sería mutilado con la tasa cero en los ramos de alimentos, medicinas y otras excepciones de menor contundencia.
Y bien le fue a David Ibarra, acotaría don Carlos Abedrop, pues estuvo a punto de ser derrumbado de la silla ministerial por el inquilino de Los Pinos quien, acobardado ante el comentario de algún oficioso economista de cabecera, citó a consulta al empresariado y les dijo que si ellos no aprobaban la reforma fiscal ahí mismo la cancelaría. Temía que el IVA provocara un alza en el costo de la vida con los problemas políticos consecuentes. El secretario Ibarra, desconcertado y enardecido, defendió su proyecto: ya había obtenido el apoyo de los hombres del dinero y no lo iba a perder por un acceso de cobardía presidencial. A poco tiempo, el 17 de febrero de 1982, estalló la crisis financiera propiciada por el descontrol presupuestal de JLP, quien ni siquiera tuvo los arrestos suficientes para escoger a un buen sucesor.
A partir de entonces el doctor Ibarra Muñoz se dedicó a la academia y al periodismo, convertido en el ojo crítico de los sucesivos secretarios de Hacienda. Su aguda percepción de los problemas financieros, su capacidad de análisis y prospectiva y su valor civil le dieron la oportunidad de servir al país desde la vida privada.
Luego expuso su opinión el doctor Rogelio Montemayor Seguy, también ex gobernador de nuestro Estado, quien ofreció ideas muy claras sobre la urgencia de promover una reforma fiscal incluyente y total. Propuso planearla con un objetivo inmediato y posible: alcanzar en un plazo breve el anhelado siete por ciento del crecimiento económico, única vía de enderezar las finanzas públicas y salvarlas del riesgo de la creciente petrolización del presupuesto fiscal.
En ello coincidieron los cinco ponentes quienes abundaron en que la llave de dicha reforma está en poder de todos los mexicanos que tengan poca, mediana y alta capacidad contributiva. Digámoslo con reiteraciones: los mexicanos todos, sin excluir a uno solo y de acuerdo a lo que cada quien gane, debemos contribuir al gasto público bajo normas de justicia y proporcionalidad. Sin exceptuar a los pobres por desamparados, ni dispensar a los ricos por su influencia política y poderío económico.
Es verdad sabida que nadie gusta de pagar más impuestos. A los pobres por causas obvias y a los ricos por otras causas, otra perspectiva. Para que el presidente Felipe Calderón Hinojosa pueda sacar adelante esta necesaria reforma tendrá que conciliar con pobres y ricos la aprobación de un IVA general, sin excepciones. Entonces podrá disponer de recursos económicos suficientes para ayudar a los necesitados a salir de su pobreza y también para que los ricos incrementen las suyas, pero no a base de subsidios injustificados sino creando las condiciones ideales para la inversión, la producción, la oferta, la demanda y el consecuente crecimiento económico.
Algo quedó claro en el debate: el Gobierno Federal otorga 45 veces más subsidios fiscales en beneficio de los ricos, el diez por ciento de los habitantes del país en relación a los beneficios tributarios que otorga a las personas de muy bajos ingresos.
Pareció ilógico que el licenciado Leopoldo Solís expresara un insólito optimismo ante la situación mexicana. No se lo permitieron algunos asistentes a la hora de las preguntas; más bien le reclamaron con cuestionamientos, acaso molestos por la dormilona actitud que asumió el licenciado Solís a lo largo de su improvisada, esquemática y pausada exposición.
El ex diputado federal Francisco Suárez Dávila hizo lo que, a juicio de algunos asistentes, fue la más breve y amena aportación al debate, además ilustrada con frases y dichos coloquiales. Suárez insistió en buscar una reforma fiscal que obligue a todos los contribuyentes y no haga excepciones de ninguna naturaleza y abrevió, confeso desde el principio, de haber degustado a medio día un borrego al ataúd; con una carga tan pesada entre pecho y espalda cualquier torero abrevia…
Pelillos a la mar, el evento resultó un éxito en asistencia y en contundencia. Que se repita, dicen en los tendidos…