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Hora cero/La sentencia

Roberto Orozco Melo

Muchos valores se han perdido en la política, lo sabemos; pero entre la cantidad y variedad de pérdidas hay una lamentable por su importancia ética: la quiebra del pudor y la entronización del descaro. Un déficit más preocupante que los pecados reales o inventados que históricamente recargan la columna del ?debe? en las modernas organizaciones político-electorales de nuestro país. Doña María Moliner, sabia mujer que comparte su conocimiento, explica que el pudor es el sentimiento penoso de pérdida y dignidad personal como reacción natural a la exhibición del cuerpo humano, o de un colectivo social o político, que ha quedado desnudo a la vista de las demás personas y enseñan fealdades o lástimas corporales, morales o cualquier otro descrédito, abyección, degradación o infamia que provoquen empacho, confusión, embarazo o sonrojo. Cuando hace más de dos años se descubrió por ejemplo la venalidad de dos destacados dirigentes del Partido de la Revolución Democrática, ambos funcionarios del Gobierno del Distrito Federal, algunos de sus compañeros con restos de dignidad reaccionaron avergonzados; no así los superiores jerárquicos que por comisión, omisión o sentimiento de amistad se convirtieron en cómplices de la degradación moral que sufría en aquel momento su organización política.

La codelincuencia o la excesiva tolerancia llegó al extremo de fingir un procedimiento judicial que tuvo presos por algunos meses al que recibió las millonarias cantidades de dinero y a quien las entregó ante una cámara oculta de video para asegurar los resultados esperados de la connivencia.

El delincuente principal saldría poco después en libertad caucional en un remedo de proceso jurisdiccional pues era colaborador cercano al entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal. El sobornante aún está en prisión. Y del dinero nadie sabe, nadie supo, como en los cuentos radiados del paisano Carrasco, el famoso monje loco de los años cuarenta del siglo pasado.

Después sobrevino un remanso de paz pública. Luego el frustrado desafuero del jefe de Gobierno. Después la campaña política y la derrota del candidato del PRD. La vida siguió, como siempre. Los hechos concretos se disuelven en la neblina del ayer. Todo se olvida, aunque el pudor se pierda y subsista la sombra de la desvergüenza. De los actuales escándalos públicos contra algunos personajes del partido Acción Nacional nada desea saber la dirigencia partidista.

La muerte de un líder estatal, la detención de los posibles involucrados, la extraña manipulación de las investigaciones y la confusión de los hechos dan pábulo a la suspicacia y al posible desdoro del partido en el poder, que se mantiene al margen: ?A nosotros no nos toquen? Así quedaron, según parece, otras denuncias de mal manejo del dinero fiscal cometidos en la cúspide del poder durante el Gobierno de la alternancia. ?No hagan caso, es pura politiquería, nadie nos señalará? susurraban los influyentes señalados, desnudos por sus actos, pero nunca formalmente responsables. El tiempo pasa y la piadosa desmemoria obra prodigios. ¿Y el pudor? ¿Y la vergüenza?...Chi lo sá...

Y qué citar del Partido Revolucionario Institucional, vinculado a tantos escándalos públicos del lejano y reciente pasado. Qué de los crímenes políticos, qué de las venganzas sórdidas, qué del asesinato de la confianza de sus viejos militantes, la renuncia a sus principios ideológicos, la conchabanza de sus recientes decisiones copulares y la pérdida culposa de su influencia popular, perdidos los dos últimos comicios presidenciales y legislativos hasta ubicarse en el tercer sitio de las preferencias electorales, sólo por encima de los partiditos de conciliábulos de familia y ?amigochos? que apenas alcanzaron el porcentaje de votos requeridos para mantener su registro.

Hoy el PRI se enfrenta a una elección ?democrática, se dice- para renovar su dirigencia, pero los actos preelectorales no auguran un mejor destino al partido antes mayoritario. Hay seis fórmulas priístas registradas en un acto que recuerda otros de ingrata memoria, con más candidaturas ?de paja? que reales: cuatro contra dos, respectivamente; éstas parecen ser las últimas cartas del neoliberalismo social: Enrique Jackson y Beatriz Paredes, cada uno con su cada cual candidata o candidato a secretario; dos aspirantes con la marca de fábrica del madracismo y tres desconocidas formulas de San Onofre: aves azabaches que travesean en las parvadas.

La elección pasará como quiera el PRI que pase. Y nada sucederá después. Quizá, años más tarde, veamos con dolor y coraje cómo se cumple la sentencia de muerte en contra del Partido Revolucionario Institucional, dictada en Washington y obedecida en Los Pinos desde hace treinta años... Sí, con dolor y con coraje...

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