Conforme transcurran los años habrán menos fumadores en el planeta Tierra.
Muchos dejarán de fumar, pero otros más caerán en el piélago insondable de la muerte. Entre tanto millones seguirán aspirando y expeliendo humo como práctica subrepticia y vergonzosa. El tabaquismo constituye un vicio: insano, contaminante y cancerígeno. Que fumara un prójimo, antes parecía algo inocuo, deleitable y tranquilizante. Quien iba a pensar cincuenta años atrás, que el tabaquismo sería calificado como un vicio ingrato a la sociedad, condenable en extremo y maldecido hasta la satanización por los organismos de salud pública del mundo.
Quienes escapan de esta práctica insana no pueden siquiera intentar la redención de los que fuman en su inmediato entorno. Todo adicto sabe que el dinero invertido en la compra de una cajetilla de cigarros es el recurso económico peor gastado y mal agradecido; un dudoso y extraño placer que arruina la salud y acaba con la salud, deja mal sabor de boca y produce una constante irritación en las vías respiratorias a la cual se suma la proliferación de recurrentes tosidos y cavernosa expectoración de flemas, que provoca infinitos males digestivos, seguros daños pulmonares, ostracismo social y el más largo etcétera en forma de involuntarias agresiones suicidas; mas nadie puede convencer a otros de su error.
El humito sutil, casi etéreo, que nace coloradito y se torna en inocente albura resulta ser un asesino implacable que congestiona el cerebro de quienes lo procuran con terrible contumacia. ?No pasa nada? suelen decir los fumadores...y sin embargo pasa todo.
Se necesita sufrir cerrazón del entendimiento para no comprender la ominosa realidad de la tabacofilia. Hoy las empresas cigarreras usan el calificativo inglés ?ligth? para convencer a los fumadores de que la ciencia se pone al servicio de su vicio. Lo cierto es que ?ligth? o no ?ligth? el tabaco es perjudicial por donde se le vea y se le fume. Y si el placer que produce cualquier cigarrillo es efímero, ¿para qué encender uno tras otro hasta consumir cajetilla tras cajetilla?
Arrinconados en los restaurantes hasta la extrema colindancia de los sanitarios, vistos con menosprecio por gran parte de la sociedad, considerados la hez de la humanidad, condenados irremisiblemente a sufrir los estragos de su vicio, los fumadores ven cómo se les niegan los espacios sociales. El tabaquismo es hoy como lepra de la edad media, cólera del siglo dieciocho, peste del dieciséis y diecisiete, guerras genocidas en toda la historia, tuberculosis del siglo diecinueve y mayor causa de mortalidad de la vigésima centuria, incluido el cáncer, el Sida y otras epidemias.
Pocos seres humanos hay en el planeta que logran escapar del tabaquismo.
Un médico se acomoda en el sillón, tras el escritorio, y recomienda al paciente: ?Debe dejar de fumar, no sabe el mal que le hace a su organismo, sea valiente, renuncie al cigarro?. El pacientito promete, resignado, que hará lo imposible por abandonar el vicio. Y abandona el consultorio con pasos compungidos, mientras el médico guarda su expediente clínico, sacude la cabeza, abre el cajón de enmedio y saca un paquete de cigarros, extrae uno, lo observa pensativo y lo enciende para después darle ?el golpe? clásico. Acaso impulsado por la paradoja de su recomendación y su conducta afirma en la segunda fumada: ?No pasa nada?...
Hace unos días contemplé en una iglesia la fila de espera de un confesor.
El oficiante de la misa se entretuvo en la homilía y casi al filo de la comunión el oidor de angustias existenciales sacó la cabeza del gabinete de las confidencias y se cercioró, con evidente alivio, de haber concluido su tarea. Luego se incorporó, dobló su estola, guardó bajo la sotana el libro que llevaba consigo y salió por la puerta principal. Ya en el atrio respiró con la satisfacción del deber cumplido y encendió un cigarrillo.
Si me hubiera acercado podría haberle dicho: fumar es malo para la salud, padre. Pero a juzgar por la delectación con que lo hacía me hubiera respondido: ?No pasa nada?...
Y sin embargo, pasa mucho...Mas ¿por qué fuman los fumadores? Existen miles de causas, desde el ocio hasta las tensiones emocionales y laborales. Algunos investigadores descubrieron en el acto de fumar un destete prematuro en la remota primera infancia; pero no hay que buscarle tres pies al gato: fumar es un vicio, como el alcoholismo o la drogadicción y es evidencia tangible de la debilidad de carácter de los seres humanos.
Conocí a muchas personas que ante el consejo de un médico dejaron de fumar sin más soporte que su voluntad. Nada de guiarse por libros, ni consumir pastillas, ponerse parches o inyecciones subcutáneas de nicotina. A base de producto de gallina lograron conjurar la muerte y ganar la vida por varios años más, cuando ya tenían dañado el corazón y escleróticos los pulmones.
Pero otros sufren pesadillas con la abstención, les sudan las manos, se les angustia el alma y salen a horas inopinadas en busca de un cigarrillo, de una cajetilla o de un paquete. Esos están malitos de verdad, pero de cobardía. Son los que dicen: ?No pasa nada?.