Resulta insólito contemplar el desplazamiento diario sobre la vía pública de varios vehículos oficiales, color verde olivo, transportando a elementos de tropa del Ejército Mexicano. Gente pacífica por excelencia, los coahuilenses hemos sido ajenos, desde hace mucho tiempo, a cualquier tipo de disturbio social que justificara la presencia disuasiva o activa de los soldados, tanto en las carreteras como en las áreas urbanas; verlo ahora nos causa desazón.
El espectáculo, que ante algunos ciudadanos pudiera parecer ominoso, a la larga resultará tranquilizador para la mayor parte de la sociedad. La presencia del Ejército una garantía de orden y seguridad, a pesar de lo imponente que nos parezca el discurrir por la vía pública de las fuerzas militares. Recordamos al Ejército combatiendo el fuego en los bosques aledaños a nuestras comunidades, auxiliando a nuestras familias en casos de siniestros colectivos provocados por la violencia de las fuerzas naturales: inundaciones, vientos huracanados, accidentes carreteros múltiples, desgracias mineras, etc. y avalamos la simpatía y gratitud que el pueblo siente hacia los soldados por su actitud respetuosa, por la seguridad que inspiran y por la decidida colaboración que brindan a la sociedad en cualquier trastorno público o necesidad, incluida su participación en obras asistenciales.
Pronto hará un siglo que no estamos en guerra, aunque ahora el Gobierno y la sociedad combatan contra la delincuencia organizada, cuyas violentas acciones pueden rebasar la reducida capacidad de los cuerpos policiacos locales y federales para perseguir a los responsables de actos criminosos que, de muchas maneras, están ligados a nocivas actividades contra la tranquilidad y la salud social; y en perjuicio asaz grave de algunos cumplidos policías y agentes del Ministerio Público locales o federales que los investigan y acosan.
Alguien podrá tildar de exagerada la respuesta de los gobiernos Federal, del Estado y de los municipios; pero recordemos que parecía ordinario que se informara de que en entidades vecinas habían sido ametralladas las patrullas de la Policía Municipal o Estatal, y victimados sus agentes o los de la Agencia Federal de Seguridad, los policías judiciales federales, los servidores del MP federal o personas opuestas o vinculadas a las organizaciones criminales. Las calles y zonas urbanas de Tamaulipas, Nuevo León y Durango eran escenarios proclives a todo tipo de violencia, y así...¿cómo no vacunar a Coahuila contra un potencial contagio?
Disuadir la comisión de violencia es deber fundamental de los organismos que atienden los ramos de justicia y seguridad pública en Coahuila.
Deviene evidente o por lo menos previsible que en donde la delincuencia observa la permanencia eficiente de la fuerza de la Ley, nadie arriesgue la comisión de homicidios, secuestros o cualquier tipo de atentado contra el orden público y la seguridad de los ciudadanos. Así pues, los coahuilenses podremos vivir tranquilos al saber que en nuestro entorno trabajan varias corporaciones policiacas para la seguridad personal y familiar en las carreteras, en las calles y en los sitios donde proliferan y se amacollan los centros nocturnos de diversión, las cantinas o los antros, que todos son lo mismo, o en sitios diversos en los que las autoridades consideren necesaria su presencia.
¿Por qué nos alegramos en las bodas y lloramos en los funerales?, preguntaba Mark Twain al reflexionar sobre la capacidad individual o colectiva para desvincularse de los problemas que sufren las demás personas, y se respondía: ?Porque no somos los protagonistas principales?. Vemos de lejos los hechos criminales, los lamentamos, pero no siempre consideramos y valoramos lo valioso de vivir en una relativa tranquilidad social; esto lo pudo haber pensado mucha gente cuando al saber por la prensa, la radio y la televisión que Nuevo León, Tamaulipas y Durango sufrían sorpresas y temores a diario porque sus calles, sus sitios públicos y sus áreas rurales aledañas eran convertidas en terreno dúctil a hechos sangrientos y escandalosos.
Algunos pudieron caer en el lugar común de decir: ?Hágase en los dominios vecinos mientras no suceda en los nuestros? mas por fortuna reaccionaron las autoridades locales, a quienes preocupó el potencial contagio de ese tipo de criminalidad para solicitar la presencia del Ejército que ahora protege a nuestras poblaciones y a nuestros paisanos.
No mostremos impaciencia ante los operativos del Ejército y de las policías civiles; colaboremos en las inspecciones, comprendamos los retrasos que las revisiones puedan provocar en nuestros viajes y paseos y felicitémonos por tener aquí esa actividad preventiva que por ahora nos permite vivir en relativa seguridad y sin sobresaltos el libre curso de nuestra existencia.