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Hora cero|Prolegómenos de la U. de C.

Roberto Orozco Melo

Hoy se inscribe la denominación “Universidad Autónoma de Coahuila” en el muro principal del Congreso del Estado. El honor se debe a la tarea desarrollada por la casa de estudios durante los cincuenta años de vida jurídica que cumple hoy, precisamente. Este hecho ha movido en mi memoria los sucesos de hace medio siglo, que ahora les platico:

Un mes antes, el 7 de febrero, retorné a Saltillo después de un trabajo de mes y medio en la capital de la República en asuntos de la naciente Universidad de Coahuila y me presenté con don Salvador González Lobo para rendir cuentas de aquella comisión y entregar la papelería referente a la misma. Imaginé que González Lobo estaba a punto de dimitir a la secretaría particular del gobernador Román Cepeda Flores, ante la inminente posibilidad de ser designado Rector; pero, según él mismo aclaró, aún estaba pendiente de la aprobación del decreto del Congreso del Estado que crearía la Universidad. Tres o semanas después tuvo lugar dicho evento, pero González Lobo permanecería en su puesto hasta el mes de octubre, y dedicó horas extras a los preliminares universitarios.

Yo, por el contrario, reanudé mi trabajo en “Heraldo del Norte” como jefe de redacción así que en los tiempos libres solía visitar las oficinas del secretario particular del gobernador, quien siempre tuvo la deferencia de recibirme y conversar sobre su soñada y después concreta responsabilidad, plena de riesgos y responsabilidades.

En aquel año de 1957 Coahuila era una entidad plena de aceleres políticos que inquietaban a la sociedad. Don Salvador temía razonablemente que el nuevo candidato del PRI, y luego seguro gobernador, pudiera ser mal informado y mal influido respecto al proyecto de la Universidad y su eventual capitalización política por el gobierno que concluía funciones.

En efecto: habían muchos aspirantes a la gubernatura y no todos eran gente de ‘pro’ aunque si de pri. Ser gente de “pro o de contra” redujo la palabra “provechoso” a sus tres primeras letras, suponiendo que eran “de contra” las personas que no calificaban. Además el último año de una administración estatal y el primero de la subsiguiente fueron siempre de dificultades y de arriscos.

En el siguiente mes de abril coincidimos en México González Lobo y yo, que había ido para ajustar unas cuentas con la agencia del señor Ignacio Lemus operador de la publicidad de Heraldo del Norte en la capital. “¿Qué le parece si comemos mañana a las dos de la tarde en la casa de Coahuila: lo invito” me dijo don Salvador. Las oficinas Lemus estaban en la Plaza de la República, así que me desplacé a pie hasta la entrañable casa de los coahuilenses en el Distrito Federal. Como era su costumbre, don Salvador había llegado cinco minutos antes de la hora citada. En el vestíbulo me sorprendió el arribo del senador por Coahuila Gustavo Cárdenas Huerta, quien también había sido requerido para la comida pues era activo integrante del patronato de la Universidad de Coahuila en el DF. Los tres pasamos al comedor, en una de cuyas mesas estaban los generales revolucionarios Raúl Madero, Arnulfo González y Jacinto B. Treviño, más don Pepe Aguirre Valdés, a la sazón tesorero de la Junta Local de Caminos.

Estos ya habían comido y no obstante hacían “la sopa” para otra ronda de su acostumbrada mesa de dominó de cada semana. Los cuatro señorones se pusieron de pie para saludarnos “No se levanten, por favor” exclamó Cárdenas Huerta, y el general Madero repuso, dando una palmada en el costado izquierdo de tórax senatorial: “Ándele, como no, si estamos ante el futuro gobernador de Coahuila” Claro, si, de acuerdo abundamos todos. Don Gustavo no le dio importancia al comentario, González Lobo se disculpó y nos retiramos a comer a la mesa que estaba reservada.

Quién lo diría: poco después, en la última semana del mes de Mayo de aquel 57, se estremecieron los políticos coahuilenses ante la virtual candidatura del general Madero, al que menos esperaban. No sólo estaba fuera de la muy larga lista de precandidatos manejada por el PRI de Coahuila, sino qué, además, militaba y era Tesorero en el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana.

Hubo entonces un alebreste transitorio de los grupos políticos que sugerían protestar el dedazo presidencial a favor del general Madero, e incluso se llegó a redactar un manifiesto de oposición para anunciar qué, de persistir la postulación de don Raúl, renunciaría el Congreso en pleno, el gobernador Román Cepeda y los magistrados del Superior Tribunal de Justicia en el Estado; además abdicarían funciones todos los Ayuntamientos y se declararía una huelga general de actividades. Don Román iba a llegar al día siguiente para conocer el plan subversivo y ponderar su viabilidad, pero los animadores del operativo se desanimaron d entrada al sólo escuchar las primeras palabras del gobernador, pronunciadas en su huerta de Los Lirios, en Arteaga: “Los coahuilenses no tenemos cómo agradecer la generosidad del presidente Adolfo Ruiz Cortines y de nuestro glorioso partido al postular al señor general Raúl Madero como sucesor de ésta administración política” Y cuando el líder cetemista Amador Robles Santibáñez quiso rescatar aquella infortunada rebelión, don Román enrojeció por la ira y aplacó cualquier otro intento de secundar la propuesta: “!Ya déjense de pentarugadas y vamos a preparar una recepción digna a nuestro candidato, el hermano del Apóstol de la Democracia!”

Seguimos el jueves. No se la pierdan...

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