La violencia desatada en la región, la escalada de secuestros, la huelga de la Policía de Torreón y el conflicto entre el Gobierno de Coahuila y el Ayuntamiento en torno a los recursos del Fideicomiso de Seguridad Pública, indican que las bandas del crimen organizado están haciendo su trabajo y en cambio, ni el gobernador Humberto Moreira ni el alcalde José Ángel Pérez están haciendo el suyo.
Es cierto que la seguridad pública también es responsabilidad de la sociedad y con mayor razón en un tema como el que implica el tráfico y consumo de drogas, en cuyo nombre se han erigido en nuestro país y en todo el mundo, estructuras perniciosas que amenazan desde la salud de las personas, hasta la gobernabilidad e independencia de los estados.
El consumo de drogas es un fenómeno de masas que además de los intereses económicos que implica, está soportado por una base contracultural que marca un estilo de vida asociado al desprecio a los valores y a la búsqueda ilimitada de bienes materiales, como respuesta al mal de nuestro tiempo: la pérdida del sentido de la vida que conduce al vacío existencial.
Bajo este enfoque la vida no constituye un valor en sí mismo y sólo vale la pena vivirla, en cuanto a que incluya la disposición y goce de tales bienes materiales aquí y ahora. A ello apunta la insistencia sobre la “calidad de vida” como concepto de moda en nuestros días y explica que legiones de jóvenes y adultos y hasta familias enteras de cualquier credo, ideología o clase social, se vean arrastrados por la vorágine del “tener” por encima del “ser” a riesgo de sus vidas.
El cáncer de las drogas afecta a la sociedad en su integridad, pues todos tenemos amigos, vecinos o conocidos asociados a la ilícita actividad del narcotráfico al menos como consumidores y la conveniencia, la permisividad o la indiferencia, nos convierte en cómplices por acción u omisión.
La riqueza fácil alcanzada al margen del esfuerzo que exigen el estudio, el trabajo y el ahorro, resulta efímera y lejos de dignificar a quien la posee, se convierte en elemento que deforma y envilece. De nada sirve cifrar la esperanza en la generación de empleo, si las ganancias que ofrece el narco sobrepasan toda remuneración que pueda esperarse de cualquier profesión, oficio o comercio lícitos.
Por eso es absurda la huelga de la Policía de Torreón. Sin perjuicio del derecho asiste a todo empleado para procurar un mayor ingreso, la suspensión de labores que priva a la comunidad de un servicio esencial como el de la protección ciudadana, es una vergüenza para la sociedad, el Gobierno, la corporación y para cada uno de los gendarmes participantes.
El hecho de que a los policías se les aumente el sueldo al doble o triple, no compensa los riesgos que corren en la lucha contra las fuerzas del crimen, porque a tales riesgos nos enfrentamos todos los mexicanos, policías o no. De hecho, los policías reciben como cualquier otra persona una remuneración económica en función de una realidad económica concreta y en ningún caso ni ellos, ni los periodistas, mineros, bomberos, médicos o ingenieros, reciben una retribución económica que compense la pérdida de la vida en los avatares del cumplimiento del deber.
La huelga de la Policía constituye un hecho sin precedentes en nuestra ciudad que ocurre en el momento más inoportuno, cuando la región se encuentra en estado de alerta. La huelga, revela de cuerpo entero una falta de vocación de servicio que mancha a la estructura municipal en su conjunto, desde el alcalde hasta el último genízaro.
Lo más increíble es que la huelga coincida con las declaraciones tronantes del director de Seguridad Pública del Estado en contra del Ayuntamiento de Torreón y con el depósito condicionado de la aportación del Gobierno del Estado al Fideicomiso de Seguridad Pública, de veinte millones de pesos que debieron entregarse desde principios de año y que se han estado escatimando en el marco de una lucha sorda entre ambos niveles de Gobierno que tiene evidentes tintes partidistas.
Mientras el crimen organizado plantea la peor amenaza de que se tenga memoria en nuestra región, nuestro gobernador y presidente municipal están distraídos picándose los ojos, haciendo futurismo político al interior de sus propios partidos y obsesionados con la promoción de su propia imagen, en lo cual no escatiman ni tiempo ni recursos públicos.
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