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Humilde misiva de sus míseros vasallos a Sus Excelencias

Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

Sus Eminencias:

Entendemos que nuestro deber como siervos de la gleba es callar y obedeceros y es lo que acostumbramos hacer. Después de todo, a Sus ojos somos insectos pisoteables, seres prescindibles, materia sólo útil para manipular, saquear y acarrear de acuerdo a sus muy augustos designios. No somos dignos de que volteen a vernos siquiera, mucho menos de que hagan caso a esta epístola que, si se dignan leerla, rogamos no suscite su esperable y comprensible desagrado e inquina. Nos acogemos a su benevolencia y compresión, esperando entiendan nuestro pasmo y sorpresa, sin duda esperable en un populacho sin educación, derechos ni conocimiento sobre lo que ocurre más allá de los límites de este feudo.

Lo que causa nuestra perplejidad es la continua pugna entre Sus Excelencias por razones incomprensibles para el vulgo y con resultados que le afectan en sus oficios, decursos y ministerios. Entendemos que entre Sus Señorías existan diferencias, repudios y malquerencias. No podría ser de otra forma entre la nobleza feudal, que tiene por costumbre inmemorial discutirlo y resolverlo todo en torneos y campos de batalla, sin enderezar un solo argumento racional. Entendemos que Sus Eminencias tienen que hacer las cosas así debido a que son tan analfabetos y poco cultivados como sus vasallos. Pero en este caso consideramos que la manera en que sus enfrentamientos afectan a quienes viven fuera de las murallas del castillo, nos obligan a hacerles llegar estas míseras palabras y esperar nos iluminen con sus fúlgidos razonamientos, que por escasos y esporádicos, siempre son bienvenidos y aleccionadores.

Según colegimos de lo que juglares, trovadores y mistrales nos hacen saber en sus cantares y piececillas (sin mucho conocimiento ni luces tampoco, toda la verdad sea dicha), resulta que Su Majestad Betín I “El Moro”, Señor del Bolsón y la Carbonífera, Protector de los Enceguecidos, Camarlengo de la Autopromoción, Supremo Ejecutor de la Quebradita y Paladín Místico (Honorario) del Decrépito Tirano de la Isla Bella (entre muchos otros títulos) está enojado con Sir Baboon, señor feudal del condado de los Torreones y las Obras Inconclusas. De alguna manera que nadie alcanza a calibrar, en el pleito está metido un digno aristócrata de la corte, que de repente cayó en estos polvosos lares como portento o maravilla, sin que de su menester o aplicación existiera la menor traza anterior: Lord Elms, Virrey Designado de Su Majestad, Caballero de las Tristes Derrotas Electorales y Procónsul de la Caseta de La Cuchilla P’acá. Acaso haya algún otro noble gentilhombre metido en el entuerto; pero, barbajanes, estultos y botarates como somos todos sus vasallos, de ello no tenemos conocimiento. Admira y nos reconforta que en esta lid no esté mezclada la Gorgona Gordilla, que parece presentarse como ubicua pestilencia en todo el ámbito de la Cristiandad, creando pánico y espanto de Iberia a la Curlandia.

Insistimos en afirmar rodilla en tierra (o con las dos, si así les pluguiera a Vuestras Mercedes) que sus muy dignos pleitos son suyos y muy suyos y nuestra misión en este mundo es la de maravillarnos ante tanta sangre derramada inútilmente, tanto cascajo dejado a tostar al sol del desierto y rogar que en su infinita misericordia se nos perdone la vida y la escasa hacienda que nos deja Hacienda. Somos unos miserables a los que el destino les deparó el seguir Sus órdenes, reglas e instrucciones sin chistar. Después de todo, a Sus Señorías los escogió Dios para regir nuestros caminos y nosotros la plebe no tuvimos nada que ver en que ustedes detenten los poderes e ínfulas con que os bendijo la Providencia. No son responsables ante nosotros de absolutamente nada. A fin de cuentas, si bien los doblones con que sufragan los gastos de sus lizas, campañas y retrueques provienen de nuestros diezmos y contribuciones, vos podéis hacer con ellos lo que queráis, que en su uso y destino no tenemos ninguna voz; como Su Majestad pudo prometer, sin cumplir y para su muy particular regocijo, cien millones de florines a los agachones y sumisos siervos encargados de los Festejos del Ancho Paso de Rancho a Feudo. Esperamos que las carcajadas que la gracejada le ha provocado hayan resultado salutíferas para Su Majestad.

Como decíamos anteriormente (y esperamos no abusar del precioso tiempo de Sus Excelencias, que tan bien emplean en inauguraciones y discursos a asoleados feudatarios), lo que no alcanzamos a entender es por qué somos sus vasallos quienes hemos de resultar afectados por sus excelentes desavenencias, cuyos orígenes suponemos de enorme trascendencia y cuya resolución sin duda alterará el curso de la Alta Edad Media y quizá también la de la de Más Arribita. ¿Por qué hemos de ver cortados puentes, vados y caminos? ¿Por qué hemos de arriesgar el pellejo y la bolsa haciendo rodeos, debido a sus continuas ordalías? ¿Es necesario que nos quedemos sin cobijo ni protección por vuestras altísimas, dignísimas, inteligentísimas broncas personales?

A propósito de radicar y ver transcurrir nuestras míseras existencias en la Edad Media, época oscura y retardataria, sumida en el atraso y la ignorancia (a un paso de ser Oaxaca, pues), nos permitimos la siguiente reflexión:

Entendemos que, como habitantes del Medioevo, no tenemos la menor noción de eso que llaman Modernidad. De manera tal que los conceptos de ciudadano, democracia, rendición de cuentas, gobernantes electos, responsabilidad de los representantes populares, república, nos son ajenos, dado que no serán inventados sino hasta dentro de algunos siglos por empelucados y alucinados señorones de Gringoria y la Francia. Comprendemos, por tanto, que ustedes nos traten como súbditos despreciables, como siervos desechables y no como ciudadanos ante quienes responder por las supremas estupideces que dicen y hacen. Nos resignamos a esperar las décadas que sean necesarias para actuar y ser tratados como ciudadanos de una república de a de veras. Quizá tan luminoso destino lo lleguen a ver nuestros nietos. Pero eso sí: en esta contingencia, Sus Eminencias, osamos considerar que ya se pasaron de rosca.

Asumimos que, siendo su real gana la ley de la tierra y no teniendo forma de apelar a su atención con otra sustancia, os pedimos de la manera más humilde cesen sus públicas querellas y dejen de afectar a sus súbditos, seres inermes y castrados, que no tenemos otra manera que ésta de daros a conocer nuestro desconcierto, ni de apelar a vuestra bondad, que suponemos enorme y complaciente.

Poniéndonos a vuestros pies y besándolos con fruición,

Atentamente,

Los impotentes, inútiles, incapaces, serviles vasallos del Condado de los Torreones y las Obras Inconclusas. (Firman los cuatro que saben hacerlo).

Consejo no pedido para que no le ejerzan el derecho de pernada: Lea “Los pilares de la tierra”, de Ken Follet, sublime novela sobre la turbulenta Inglaterra del siglo XII. Al menos entonces uno sabía a qué atenerse: los poderosos se peleaban por tierras, mercedes y obispados ilustres; acababan con aldeas y poblaciones enteras por hacerse de la Corona. O sea, no hacían daño por las idioteces que aquí algunos piensan que es “hacer política”. Y allá los siervos de vez en cuando tomaban revancha. Sea por Dios. Provecho.

Correo:

anakin.amparan@yahoo.com.mx

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