Platicando con algunos catedráticos universitarios, tomamos el tema de los jóvenes y su necesidad de identificarse, integrando grupos, con personas afines en ideas, gustos, usos, costumbres y visiones al futuro; –“de ahí que debamos cuidar la influencia que reciben nuestros hijos”, comentó uno de ellos, refiriéndose a las malas compañías y la comunicación negativa que pudieran desviarles.
La plática derivó a lo que otro de los profesores universitarios definió como “identidad de mercado”, afectando principalmente a los adolescentes y adultos jóvenes, haciéndoles crear imágenes de referencia entre ellos, incluidas ropa y marcas de artículos diversos con altos costos, preferencias por cierto tipo de comportamientos, espectáculos y áreas para pasear. No descarte tiendas de moda –todo tipo- que ofrecen productos que igualmente los identifican.
La identidad de grupo forma parte de un sistema de organización social que ofrece seguridad a sus integrantes; todos ellos con valores sociales y humanos, más o menos iguales, propósitos comunes, alianzas materiales y hasta espirituales, que les dan cohesión y confianza en ellos mismos. Somos gregarios por naturaleza, desde la prehistoria en que formamos clanes y familias, hasta los más sofisticados grupos de interés del mundo actual, caso de clubes varios, algunos virtuales y de la Internet.
Para pertenecer a esos grupos debemos tener una identidad personal afín a los demás, construyendo un sentido y propósito comunitario de personas que soportan sus ideales y creencias en la fuerza del grupo.
La teoría habla de muchos tipos de identidades; entre ellas: “legitimadora”, que soporta el concepto de instituciones y las fortalece hasta hacerlas dominantes; de “proyecto”, creada con un fin específico, –ejemplo: la defensa de los derechos de la mujer–; de “nacionalismo”, para aquellos que nacieron y se reconocen de algún país; de “resistencia”, ideada para ofrecer oposición a lo dispuesto por la sociedad y sus organizaciones, caso de algunos partidos políticos o grupos guerrilleros, que se dedican a utilizar manifestaciones públicas o terrorismo como instrumentos de presión para ser escuchados y atendidos.
Todos nos identificamos con algún grupo, sea por trabajar en una organización comercial, industrial o de servicios específico, por ser miembros de algún club de servicio o participar en equipos deportivos, tener hobbies o las mismas creencias religiosas. Lo anterior es enunciativo, no limitativo; por ejemplo: ser trabajadores de Pemex y formar parte de algún Club de Leones y/o practicar futbol uruguayo con amigos del trabajo o vecindario. También podemos cambiar de identidad laboral, social y/ o deportiva.
El hecho de identificarnos con otros nos hace más seguros y confiados en nuestras propias posibilidades individuales y los grupos se enriquecen con la variedad de talentos poseídos en cada uno de los integrantes; ejemplo de ello son los Clubes Rotarios, donde sus integrantes se identifican por un mote que tiene que ver con su área de conocimiento, ofreciéndose apoyos y servicios, fortaleciéndose en su vida personal, familiar, social y hasta económica.
Lo triste del asunto es que toda esta propuesta la conocen y dominan técnicamente los masificadores del consumismo, aprovechándola para lograr mayores ventas, enfocando sus esfuerzos muy particularmente a los jóvenes que viven la adolescencia, cuando buscan respuesta a ¿quién soy?, con cambios psicológicos y fisiológicos muy marcados, que indudablemente les generan mayor inseguridad y los hacen más maleables.
Con esa influencia negativa han generado actitudes entre los consumidores denominadas del tipo “global”, que procuran ser aceptados por las mayorías e intentan comportarse como todos: usan vestuario de moda, cuyos estilos son cambiados frecuentemente para obligarlos a comprar de nuevo; mostrándoles imágenes en los medios, que les indican a qué tipo de centros de diversión asistir por ser “la onda”; definiéndoles la figura corporal de vanguardia e induciéndoles a dietas que son graves atentados contra la salud, favoreciendo patologías como la bulimia y la anorexia; les inculcan la idea de beber ciertos refrescos embotellados –con o sin alcohol– y los motivan a rechazar los tradicionales de sus países; consumir alimento chatarra con sabores sintéticos y sofisticados; y malgastar tiempo y dinero en equipos de comunicación.
Si los adultos difícilmente podemos resistir y rechazar las ofertas tentadoras, los jóvenes son fácil presa de ellas, más cuando logran distanciarlos de los familiares, por las muy diferentes y sofisticados métodos que ya hemos dialogado. Y …¿usted qué piensa hacer con los suyos?
Lo invito a reflexionar en el concepto de identidad y defender la familia –nuestra mayor fortaleza–; que busquemos la manera de tener reencuentro con los nuestros, utilizando el tiempo para comunicarnos y conocernos más. Le aseguro que conforme nos vayamos deshaciendo de las malas influencias, encontraremos una comunicación más fácil, franca, de jóvenes con adultos, ofreciéndonos unos a otros afecto, apoyo y soluciones a problemas frecuentes, entre ellos: la soledad o la ansiedad, hasta hallar más y mejores momentos de felicidad compartida. ¿Lo quiere intentar?
ydarwich@ual.mx