Hace unos días la Confederación Nacional Campesina (CNC), anunció la firma de un convenio con la empresa Asian Projects para importar nada menos que 25 mil tractores agrícolas de China. La internación a México se realizará, según la nota de El Universal publicada el pasado 5 de julio, a lo largo de los próximos cinco años.
La demanda actual en México de tractores se calcula en 11 mil cada año. En 2007 deberán llegar las primeras 2 mil 500 unidades. Se trata de mejorar la tecnificación y competitividad de nuestro campo. Si en Estados Unidos hay un tractor por cada 100 agricultores y en Canadá, el otro socio del TLCAN, uno por cada 50, la realidad mexicana es de solamente uno por cada mil.
El tema tiene muchas facetas. La primera de las cuales confirma el escaso promedio de progreso del agro mexicano y el sombrío futuro que de los 20 millones de mexicanos que se dedican a actividades rurales. Ello explica el porqué tantos de ellos emigran a Estados Unidos o se integran al lumpen urbano.
La segunda reflexión tiene que ver con el sorprendente hecho de que en lugar de fabricarse en México los 20 mil tractores que tan urgentemente ya se requieren, se opte por traer desde afuera lo que debiera producirse aquí.
La decisión de importar se hace conforme a los programas oficiales para la mecanización del campo. Así lo declaró al reportero el diputado Héctor Padilla Gutiérrez. No es por insuficiencias en nuestro panorama industrial. Las fábricas de equipos agrícolas establecidas hace años en, por ejemplo, Irolo, Querétaro o Saltillo, los tractores agrícolas hoy fabricados, incluso bajo marcas extranjeras, todo ello respalda un reclamo a favor de la industria y de la mano de obra nacional.
La CNC alega, sin embargo, lo caro del tractor mexicano debido a “la falta de competencia efectiva entre las tres grandes compañías fabricantes que dominan el mercado” y el remedio que consiste en traer unidades más baratas de fuera.
La lamentable propensión que tenemos de acudir a la importación haciendo a un lado al producto nacional se ejemplificó cuando hace unos años el ex gobernador de Yucatán, Víctor Cervera Pacheco, importó con fines electorales nada menos que 15 mil bicicletas chinas que, aún admitiendo la fechoría, bien hubieran podido ser mexicanas. Por cierto, aún denunciada la maniobra, ¡la asociación de quienes producen bicicletas no protestó!
Hay que respaldar la producción agrícola e industrial nacional para que surta las demandas de 106 millones de mexicanos. No lo haremos sin un sistema preferencial claro y moderno que abarque incluso las compras de Gobierno. Las obligaciones que hemos contraído en la Organización Mundial de Comercio (OMC), sin embargo, no lo autorizan. Nos encontramos en desventaja respecto a otros países como Estados Unidos y la Unión Europea que no tienen intención alguna de abandonar sus altos subsidios al campo. A su vez, otros países “emergentes” como el nuestro, mantienen aranceles y controles diseñados para proteger sus intereses nacionales y los de sus productores. Es el caso de China e India.
La suerte de la agricultura y de la industria está íntimamente imbricada a las políticas de comercio exterior. México requiere racionalizar sus importaciones a fin de no traer de fuera lo que el trabajador mexicano puede y además, necesita producir para que lleguemos a los sanos niveles de ocupación que sustentan el vigoroso crecimiento económico que otros países sí alcanzan.
El comercio exterior sirve para alentar no sólo actividades existentes sino la creación de nuevas. Es insuficiente el argumento que hemos escuchado en estos días, de defender la imposición de cuotas compensatorias únicamente para los productos que por el momento elaboramos. Más bien hay que proteger nuestras perspectivas de expansión.
Esto, desde luego, exige una comunidad empresarial que fuera altamente creativa y acometedora.
México D.F., agosto de 2007.
juliofelipefaesler@yahoo.com