Veo el periódico y mi rostro cambia por completo. En primera plana aparece la fotografía de una cruda matanza. Siete elementos de la Procuraduría de Justicia de Guerrero, entre ellos dos secretarias, un agente del Ministerio Público y cuatro agentes investigadores ministeriales, fueron ejecutados por sicarios en Acapulco. Rodeados por su propia sangre, los cuerpos quedaron tendidos, mientras que los sicarios disfrazados de militares huyeron sin poder ser aprehendidos.
?¡Otra vez no!?. Fueron mis palabras al enterarme de este nuevo crimen perpetuado por narcotraficantes. Decir que en México existen los ajustes de cuentas por parte de la delincuencia no es ninguna novedad. Decir que en México los criminales pueden andar por las calles sin ser aprehendidos, tampoco lo es.
Cuando vi la película ?El Padrino?, no podía creer cómo un grupo de la mafia podía llegar a tener tanto poder, incluso hasta de decidir si las personas que los rodeaban merecían seguir viviendo o no.
Pero esta película se ha quedado corta con lo que está sucediendo actualmente en México. El motivo de la matanza aún no se sabe a ciencia cierta, pero las primeras investigaciones realizadas por las autoridades han hecho suponer que se trata de una respuesta del narco por los operativos realizados en distintas entidades. Lo más trágico es la muerte de seres humanos que nada tenían que ver con el mundo del tráfico de drogas. ¿Qué pudo haber hecho una secretaria para morir asesinada a quemarropa?
Es triste reconocerlo, pero nuestro país se está convirtiendo en el escenario perfecto en donde los miembros de las grandes bandas de narcotraficantes pueden actuar con entera libertad. Cada día salen a la luz los nombres de distintos funcionarios públicos íntimamente ligados al mundo de la mafia. Hay muchos narcotraficantes que en nuestro país gozan de una completa impunidad.
El nombre de algunos de ellos se ha convertido en una leyenda, e incluso hay quienes pueden disfrutar de un cierto prestigio popular por las obras de caridad que en ocasiones hacen a quienes los rodean. Ha llegado el momento de que las autoridades dejen de pasar por alto todos los crímenes y delitos cometidos por los miembros del narcotráfico, pues de lo contrario estaremos condenados a convertirnos en un país martirizado por la violencia, tal como lo ha estado Colombia.
En esta nación sudamericana, se cometieron mil 200 asesinatos durante los primeros dos meses de 1991, es decir, 20 crímenes diarios. Llegó un momento en que para los colombianos era más relevante el resultado de un partido de futbol, que la noticia de un asesinato.
En México las cosas son diferentes. Todavía nos conmovemos ante los crímenes cometidos a nuestro alrededor, sin embargo, el índice de actos delictivos crece día con día y la Policía poco ha podido hacer para frenar esta alarmante situación.
Por fortuna, el presidente Calderón ha mostrado una voluntad distinta al implementar operativos para enfrentar al narcotráfico. Quema de sembradíos, incautación de armas y cargamentos de estupefacientes, así como la aprehensión de algunas personas relacionadas con el narco, han sido los resultados hasta ahora. Queda mucho por hacer. La batalla apenas comienza. La clave para el combate al narcotráfico quizá pueda resumirse en una sola idea: combatir la impunidad.
Así como el Gobierno Federal ha mostrado una loable voluntad por atacar el problema, debería hacer uso de todos sus recursos para aprehender a los criminales y mostrar a los demás delincuentes que los tiempos en donde la impunidad reinaba, pertenecen ahora a un pasado gris.
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