Hemos sido testigos en los últimos días de la tragedia que vive el Sur de California ante los feroces incendios que se desplazan sin piedad por valles y poblados desde el pasado domingo.
Pareciera que en el mundo actual surgen cada día con mayor fuerza las contingencias de tal manera que el hombre contemporáneo debe acostumbrarse a enfrentar con creciente frecuencia las tragedias naturales y humanas.
San Diego y varios condados de Los Ángeles fueron afectados por una veintena de incendios con un saldo de cinco muertes, unas 1,500 construcciones destruidas por el fuego, cerca de un millón de personas evacuadas y daños superiores a los mil millones de dólares.
Se calcula que unos tres mil bomberos combaten cuerpo a cuerpo los cuatro incendios principales que afectan al Condado de San Diego.
Hay albergues y centros de atención por doquier. Gimnasios escolares, iglesias, centros sociales además del estadio Qualcomm han sido acondicionados para recibir a los miles y miles de damnificados.
Visitar estos lugares es como presenciar en vivo una película de largometraje en donde se combinan gritos, altavoces, cámaras, víveres, policías, paramédicos, ambulancias y personas y más personas que corren de un lado a otro.
Tanto en San Diego como en el Sur de California se vivió una experiencia similar en el año 2003 cuando el fuego arrasó más de dos mil viviendas y miles de hectáreas urbanas y rurales.
Hoy la diferencia es notable en cuanto a dos aspectos: la planeación y la solidaridad de la comunidad.
Hace cuatro años el fuego que inició al igual que en esta ocasión durante un fin de semana, tomó por sorpresa a las autoridades y a los cuerpos de bomberos.
En cuestión de horas las llamas arrasaron con ranchos, pastizales y zonas residenciales. Los bomberos apenas tuvieron tiempo para evacuar a los residentes de casas y edificios que minutos después eran pasto de las llamas.
Pero tuvieron que pasar varias tragedias mayúsculas, entre ellas, el huracán Katrina en Nueva Orleans para que el Gobierno de George W. Bush aprendiera a coordinarse con las autoridades locales a la hora de enfrentar una contingencia de esta naturaleza.
Por lo pronto el saldo rojo de estos incendios es menor a los ocurridos en 2003 y adicionalmente la ayuda hasta ayer fluía con una efectividad sorprendente.
El segundo ingrediente positivo es la solidaridad que han despertado estos siniestros entre la población californiana que combina todo tipo de grupos étnicos.
En la mayoría de los albergues han solicitado a la comunidad y a las empresas suspender el envío de ciertos líquidos y víveres ante la enorme cantidad de productos recibidos. Asimismo en pocas horas se logró registrar a un número suficiente de voluntarios que apoyan día y noche las labores de atención a los damnificados.
Al momento reportan decenas de familias afectadas de origen hispano recluidas en los albergues. Para ellas no será nada fácil su recuperación económica ni anímica.
Existe notoria inquietud entre la comunidad latina porque las autoridades podrían aprovechar este momento para detener a los indocumentados en los albergues, pero eso no había ocurrido al menos hasta el día de ayer.
Pero quizá la pregunta que todos nos hacemos es el porqué de estos gigantescos incendios que aumentan cada más en su dimensión y periodicidad.
El cambio climático que pregona Al Gore puede ser una razón, la otra se refiere a la intrusión del hombre en las zonas boscosas y una más tendría que ver con la intensa explotación del agua en perjuicio de ríos, lagos y la humedad del medio ambiente.
Porque no resulta lógico que ciudades tan modernas y con recursos sobrados como San Diego y Los Ángeles sufran cada cuatro años este tipo de devastación. Si usted tiene la respuesta por favor compártala con nuestros lectores y con este atribulado articulista.
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