Joan Carrera, doctor en teología, catedrático de la Universidad de Cataluña, en sus análisis de la vida en sociedad del mundo actual, considera que hay “fracturas” que alteran las formas de vida.
Fracturas sociales, que tienen efectos negativos en la solidaridad, conduciendo a la competencia feroz para asegurar consumibles de las sociedades, como pueden ser los energéticos o la misma agua, aún cuando haya que “hacerse de la vista gorda” y dejar de lado los daños que provoquemos en otros.
La fractura del sentido de la vida, donde producir se ha vuelto el objetivo final, por encima del ser. Actualmente, confundimos el valor dignificante del trabajo, transformándolo en “nuevas formas de esclavitud”, alterando la frase “trabajo para el ser humano”, por la de “seres humanos para el trabajo”.
Esas fracturas han llegado hasta la familia, donde cada vez es más difícil encontrar tiempos para la reunión entre consanguíneos y cuando éstos llegan, aparecen largos vacíos de comunicación que crean silencios prolongados y/o somos absorbidos por la televisión con programación de mal entretenimiento o la computadora y su servicio de Internet, que en algunos casos llegan a hacerse enajenantes.
Una fractura más se da en el medio laboral, donde existe una gran diferenciación entre los que están capacitados y quienes no tuvieron la posibilidad de prepararse, particularmente con los jóvenes, que tienen muy limitadas las oportunidades de ejercer su derecho al empleo. Hoy día, empezamos a ver un nuevo fenómeno en los adultos mayores, que son descartados, porque no fueron actualizados o simplemente quedaron fuera del sistema debido a enfermedad o ausencias prolongadas por causas fuera de su control; ellos, al intentar reingresar al aparato productivo, simplemente no pueden hacerlo: están fracturados socialmente.
Los derechos de las personas han ocupado mayores espacios y generado leyes complementarias que ocasionalmente debilitan los ordenamientos de vida en común y reglas sociales de interés general. Las luchas de género nos han llevado a reflexionar sobre la justicia individual, buena por sí misma, pero también han propiciado la agresión a usos y costumbres de las mayorías, inclusive desplazándolas de áreas públicas, anteriormente comunes, limitando horarios de tránsito social, particularmente en las noches. Piense en nuestros centros comerciales envueltos en prostitución, alcohol e inseguridad.
Fracturas en política, con pérdida de confianza en los administradores públicos y los profesionales que forman parte del sistema. También de fe religiosa: algunos cuestionan seriamente la existencia de Dios, intentando suplirlo con la mala interpretación y aplicación de la ciencia y la técnica. El humano pareciera haber perdido el equilibrio entre las fuerzas positivas y negativas que lo influyen.
El forcejeo se da entre el comunitarismo e individualismo, siendo orillados a vivir en soledad, completamente dedicados a satisfacer necesidades materiales –muchas creadas artificialmente– dejando poco tiempo para convivir con otros.
La vida acelerada nos obliga a utilizar muchas horas del día en trabajar, desplazarnos entre distintos puntos de la ciudad y atender necesidades físicas; el desgaste es grande y el agotamiento ingrediente común en las vidas de los habitantes de megaciudades y poblaciones medianas.
La creciente postura individualista es promovida para el consumo. El ser en soledad requiere de mayor alimento afectivo, que al sumarse a las necesidades despertadas de tener para poseer poder, le llevan a confundir el sentido de otras actividades humanas, como la relación social o romántica.
Sorprende confirmar que, a pesar del aparente confort generado con la ciencia y la técnica, cada día somos menos felices y debemos convivir con pesadas responsabilidades de trabajo y productividad, si acaso queremos formar parte de la minoría definida como “exitosa”.
Hasta hace pocos años existían actividades de relación como platicar con los vecinos, en las noches calurosas, sentados en sillas sacadas a la acera de la calle; ahora se han olvidado. Las reuniones familiares de fines de semana, cada vez más esporádicas, suplidas por paseos en centros comerciales de moda, –“malls”– donde recibimos intensos y frecuentes estímulos para el consumo, envolviéndonos en el sistema y alejados del afecto familiar. Más débiles en soledad.
Las alegres fiestas caseras, por cumpleaños y aniversarios, ya son obsoletas; ahora es conveniente y práctico buscar profesionales con presupuestos encarecidos que se encarguen de detalles y seleccionen salones; ellos definen nuestros gustos.
Innegable que algo anda mal y cada día es peor. El remedio es simple, pero a la vez difícil de tomar: regresar al comunitarismo y promover actividades sociales y familiares que nos mantengan en contacto estrecho; participar en organizaciones intermedias, clubes de servicio, ONG´s, colegios diversos, hasta partidos políticos, buscando crear nuevas reglas y actividades de bien común; promover el cambio de actitud de la sociedad. Claro que eso representa trabajo extra: hacernos cargo de nuestras vidas, especialmente en los preparativos y ejecuciones, pero… ¿piensa que vale la pena?
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