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Indocumentados| Jaque mate

Sergio Sarmiento

“Cuidado con los sueños, que son las sirenas del alma. Ellos cantan, los seguimos y jamás retornamos”.

Gustave Flaubert

Chicago, EUA.- En el primer semestre de este año se registraron 275 muertes de mexicanos que trataban de cruzar la frontera con Estados Unidos. Es la mayor cifra de la historia en un periodo de tan sólo seis meses. El cruce se vuelve cada vez más peligroso, conforme las autoridades estadounidenses erigen muros y aumentan la fuerza de la patrulla fronteriza. Pero ni siquiera la posibilidad de morir en el intento es un disuasivo suficiente para convencer a los emigrantes de abdicar de sus esfuerzos por llegar a la Unión Americana.

La economía estadounidense se ha vuelto adicta a los trabajadores indocumentados. Millones de mexicanos y de ciudadanos de otros países se han establecido legal o ilegalmente en casi todos los puntos de la Unión Americana. Llevan a cabo un sinnúmero de labores poco deseables, pero indispensables en cualquier economía. Son los trabajos más sucios, los más duros, los peor pagados, los que nadie más quiere.

Los políticos y periodistas que cuestionan la presencia de los mexicanos en el país, como Lou Dobbs de CNN y un gran número de locutores de la cada vez más populista radio hablada, afirman que éstos les roban empleos a los estadounidenses. Pero lo curioso del caso es que el desempleo en la Unión Americana es uno de los más bajos en los países en desarrollo. Registra ahora un nivel de 4.5 por ciento, en contraste con un 7.7 por ciento en promedio de los países europeos.

De hecho, cuando se habla con empresarios de distintas áreas de actividad, una queja común es la dificultad para encontrar trabajadores. Un ejecutivo hotelero me señalaba que la falta de personal es el principal obstáculo que tiene esta industria en Norteamérica, la cual ha registrado un gran auge en los últimos años. No hay ciertamente ninguna indicación de que los mexicanos que llegan a Estados Unidos les estén quitando empleos a los estadounidenses. Los mexicanos y otros inmigrantes recientes realmente toman los empleos que los locales desprecian.

Lo que sí está ocurriendo es que la ilegalidad está creando una enorme comunidad subterránea, resentida y con pocas perspectivas de integración a la sociedad estadounidense. Se estima que en la actualidad hay 12 millones de inmigrantes indocumentados en la Unión Americana, de los cuales unos seis millones son mexicanos. Estos inmigrantes están teniendo hijos en territorio estadounidense, lo cual los hace legalmente estadounidenses, pero sin darles a los padres, por lo menos no en un principio, la posibilidad legal de permanecer en el país. El resultado es que estos niños viven y crecen en un ambiente de precariedad y falta de respeto a la ley que con el paso del tiempo los hará distintos al resto de sus compatriotas. Cuando sean adultos, no podrán ser ya expulsados de Estados Unidos porque, a pesar de la ilegalidad de sus familias, sí pueden demostrar que han nacido en territorio estadounidense y podrán asumir esta nacionalidad. Pero cargarán toda la vida con un resentimiento importante.

No se puede negar el derecho e incluso la necesidad de los estadounidenses de controlar sus fronteras y de limitar el número de inmigrantes. Cualquier nación del mundo haría lo mismo. Los estadounidenses se sienten invadidos por un verdadero ejército de personas que no comparten su cultura, su idioma o sus usos y costumbres. En México, cuando hemos tenido comunidades de inmigrantes importantes, pero que en realidad han tenido números muy inferiores al de los mexicanos en Estados Unidos, la reacción de muchos mexicanos ha sido muy negativa.

¿Olvidamos la animosidad a los grupos de chilenos y argentinos que llegaron refugiados a México en los años setenta? ¿Olvidamos el trato que hasta la fecha damos a los centroamericanos que llegan a nuestro país?

Pero el problema no puede desaparecer como por arte de magia. El Senado de los Estados Unidos ha congelado, quizá de manera definitiva, la discusión de una reforma migratoria que, a pesar de sus limitaciones, ofrecía un camino –largo y sinuoso, pero un camino al fin— a la legalización. Hoy este camino se ha vuelto a cerrar.

La idea que tienen algunos activistas estadounidenses en contra de los inmigrantes de que puede encontrarse alguna forma de expulsar del país a los 12 millones de indocumentados es realmente ingenua. Si ello ocurriera súbitamente, se registraría una crisis mayúscula en muchas industrias y el Gobierno se vería obligado a tomar medidas rápidas para lograr el ingreso de nuevos trabajadores extranjeros.

Pero no hay que preocuparse: esto difícilmente ocurrirá. Lo más probable es que los 12 millones de indocumentados permanezcan de manera indefinida en territorio estadounidense y que vean multiplicado su número por nuevos arribos. Parece inevitable que generen una clase social marginada y resentida, como la que forman los intocables en la sociedad de castas de la India.

PEPE ESPINOSA

Con gran tristeza me entero a la distancia de la muerte de Pepe Espinosa. No sólo fue un gran cronista deportivo, con un conocimiento enciclopédico del futbol americano, sino un hombre de gran calidez personal y rectitud. Siempre tenía una sonrisa en los labios. Durante años estuvo luchando contra un cáncer, pero nunca quiso dejar de trabajar. Todavía este año, al concluir la temporada de futbol americano profesional 2006-2007, Fox Sports le rindió un merecido homenaje. Yo me uno a él con todo el corazón.

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