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Información no es lo mismo que conocimiento

Las laguneras opinan...

Mussy Urow

Por estos días circula en la Red un mensaje cuya información puede causar inquietud y asombro o por el contrario, gran tranquilidad. Por ejemplo según este mensaje, en China hay mil 300 millones de personas. Los que tienen el coeficiente intelectual más alto (de entre toda su población) son más que todos los que vivimos actualmente en América del Norte (Canadá, Estados Unidos, México). También nos dice que de acuerdo a la secretaría de Educación de Estados Unidos, las ocho carreras que tendrán mayor demanda en el año 2012 (dentro de 5) todavía no se han creado. Habrá que estar preparados para trabajos que aún no existen, para usar tecnologías que todavía nadie inventa y resolver problemas que ni siquiera imaginamos. Son tiempos de cambios radicales y ocurren a tal velocidad que no hay manera de estar preparado para el futuro.

Actualmente a través de Google se hacen 300 millones de consultas diarias y se envían y reciben seis mil millones de mensajes de texto diarios: más que el número total de personas en el planeta. Se publican tres mil libros diariamente. El conocimiento se duplica cada dos años y se estima que en el año 2012 será cada tres días. La información que el periódico New York Times ofrece en una semana, es mayor a la que tenía una persona que vivió en el siglo XVIII. Hoy se genera más información que la creada en los cinco mil años anteriores.

Saber todo esto es interesante. Son datos, entre otros muchos, que alguien se tomó el trabajo de reunir. La tecnología, principalmente la que tiene que ver con información y comunicación, ha dado saltos exponenciales. Hoy se tiene acceso a más conocimientos que nunca antes en la historia. Sin embargo, vivimos en la época de mayor ignorancia y desconocimiento, en donde muchísimas personas con altos grados de escolaridad son analfabetos funcionales que manipulan la información únicamente para demostrar que saben algo, que conocen el tema, el caso o el asunto del momento. Pero este “conocimiento”, literalmente, se les queda en la punta de los dedos, es totalmente superficial porque no se ahonda ni se investiga. Con unos cuantos teclazos aparece en la pantalla justo el dato que se requiere, no importa si se saca de contexto, tampoco es necesario que pase por el filtro de la reflexión y la corroboración. Vamos, ni siquiera se consulta el origen de las palabras, sus acepciones más comunes. Eso es perder el tiempo en una época en la que lo importante es decirlo primero.

La semana pasada fue noticia en todos los medios que un magistrado del Tercer Tribunal Unitario, admitió que “en la matanza de estudiantes del dos de octubre de 1968 en Tlatelolco, sí hubo genocidio; (…) sin embargo, no hay pruebas que justifiquen, ni siquiera indiciariamente, al señor Luis Echeverría Álvarez como aquel que haya preparado, concedido, concertado o ejecutado el genocidio”. (El Siglo de Torreón, 13/07/07, Nacional, 3A.)

La palabra genocidio es un término acuñado por el abogado polaco Rafael Lemkin y apareció por primera vez durante la Segunda Guerra Mundial en la publicación Free World en abril de 1945- “Una revista no proselitista dedicada a las Naciones Unidas y a la Democracia”, publicada en cinco idiomas. (Free World, Vol. 4, Abril, 1945, pp. 39-43). El artículo resumía, para una audiencia popular, los conceptos que Lemkin presentó originalmente en el capítulo 9 de “Axis Rule in Occupied Europe”, publicado por la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, en noviembre de 1944: “…Destruir despiadada y deliberadamente a pueblos no es totalmente nuevo en el mundo. Lo que es nuevo en el mundo civilizado es la forma como lo hemos llegado a concebir. Es tan nuevo en las tradiciones del hombre civilizado, que éste no tiene un nombre para definirlo. Es por esta razón que me tomé la libertad de inventar la palabra ‘genocidio’. El término proviene de la palabra griega genes, que significa tribu o raza y del latín cide que significa matanza. (…) Más comúnmente se refiere a un plan coordinado y dirigido a la destrucción de los fundamentos esenciales de la vida de grupos nacionales, (…) a la desintegración forzada de instituciones políticas y sociales, de la cultura de un pueblo, su idioma, sentimientos nacionales y de su religión”.

A lo largo de la historia se han perpetrado muchos genocidios. Se consideran precursoras las matanzas de los primeros cristianos en la época del imperio romano; la de los Albigenses, secta religiosa del sur de Francia, que no acataba ciertos dogmas de la Iglesia, en los siglos XI y XII. En la Cruzada ordenada por el Papa Inocencio III, se inició una guerra contra ellos que se prolongó por 20 años. Se calcula que en una sola batalla murieron 20 mil personas.

Tan sólo en el siglo XX, en 1915 fueron masacrados un millón 500 mil Armenios en un proyecto planeado y administrado por el Estado de Turquía contra esta etnia. Durante el holocausto nazi, en un proyecto trazado como obra de ingeniería, se aniquiló a seis millones de judíos europeos; a cerca de 250 mil gitanos y otros miles de minorías a las que consideraban “razas inferiores”. Entre 1970 y 1975, el Khmer Rouge de Pol Pot acabó con una cuarta parte de la población total de Cambodia. En 1994 en Ruanda, murieron a manos del régimen Hutu, un millón de tutsis. Actualmente está ocurriendo un auténtico genocidio en Darfur, la región occidental de Sudán, en África.

Entonces ¿con qué derecho se trivializa en México el término de genocidio y se aplica indiscriminadamente a una situación que ni remotamente puede identificarse como tal? ¿Por qué se compara una acción política con los exterminios masivos de pueblos y etnias completas? ¿Por cuál perversa razón un magistrado y muchos periodistas y comunicadores continúan propalando y fomentando el uso de la palabra genocidio a una acción que, como atinadamente señala en su columna Sergio Sarmiento, no lo es?: “Luis González de Alba, uno de los líderes del movimiento estudiantil me decía que era absurdo siquiera pensar en un genocidio. ‘Todos los líderes detenidos el 2 de octubre estamos vivos.’ No hubo política de exterminio. ¿Homicidio? Quizá sí. ¿Abuso de autoridad? Probablemente. ¿Genocidio? Ciertamente no”. (El Siglo de Torreón, 13/07/07).

La única razón por la que casi nadie hace este tipo de aclaraciones es por ignorancia. Por eso es importante señalar que información puede haber mucha, pero si no está fundamentada en una mínima investigación y peor aún, se utiliza para sacar de proporción o politizar en forma amarillista, es solamente basura y una muestra de desconocimiento e irresponsabilidad. Tal y como ha sido durante los últimos diez años gastar recursos y tiempo para demostrar lo que no fue y salir con la simpleza de que “Admiten genocidio, pero exoneran a Echeverría”.

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