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¿Instruir o educar?| Diálogo

Yamil Darwich

José Saramago, premio Nobel de Literatura, en 1998, dice: “hoy la escuela no puede educar porque no tiene medios y para instruirlos le cuesta muchísimo. Pero instrucción es transmisión de conocimientos y educar es inculcar valores, por lo que ninguno puede suplir lo que compete a otro. Yo fui educado por una familia de analfabetos, que me inculcaron valores, sin muchas palabras, pero los aprendí”.

En tan sólo un párrafo Saramago ha resumido el grave problema de la educación en el mundo actual; hoy, como nunca, las alternativas para recibir instrucción se han multiplicado hasta ofrecerlas, prácticamente, a todos aquellos que quieran superarse. En cambio, la formación integral está cada vez más descuidada.

Vayamos por partes: La primera educación es la que recibimos en el hogar; son los padres, los profesores –aquellos que van en pos de lo que creen- quienes enseñan a los hijos cosas tales como comportamiento social y familiar; sobre todo, los valores que dan orden a las organizaciones sociales. Bien dice Saramago “yo fui educado por una familia de analfabetos, que me inculcaron valores sin muchas palabras”. Dicho de otra manera: “la buena sólo pueden darlas las buenas personas, con pocas palabras y congruencia del ejemplo”.

Actualmente, los que deciden ser padres, delegan mucha de la educación de sus hijos a terceras personas –guarderías y preprimarias diversas–; lo peor, en aparatos electrónicos y computacionales. A los papás ricos los suplen las nanas, computadoras o juegos electrónicos; a los pobres, la televisión es la cuidandera y educadora.

La segunda oportunidad de educarse, ordenadamente y con objetivos está en la escuela. La educación básica aporta los primeros elementos del conocimiento, luego el bachillerato “prepara” a los jóvenes para los estudios universitarios o la vida laboral. De nuevo encontramos serias deficiencias, aunque el sistema educativo mexicano cuente con buenos programas, ha sido secuestrado por un grupo reducido- alrededor del uno por ciento de la población- que lo utiliza como fuente de poder y para beneficiarse injustamente. Según la OCED, no sólo detuvimos nuestro desarrollo, sino que hemos involucionado y los profesores, comúnmente, no tienen intención ni preparación suficiente.

La tercera oportunidad se encuentra en las universidades, institutos, normales y otras organizaciones ideadas para educar. En México, incluida La Laguna, las hay diferentes y de muy variados servicios y calidad; desde las subsidiadas completamente por el Estado, que insisten en retomar el rumbo, caso de la Autónoma de Coahuila, que busca su superación con base a la certificación de programas y la mejoría en sus métodos de enseñanza; hasta las privadas que pueden ser de excelente calidad o verdaderos fraudes enmascarados con publicidad y “cara bonita”; cuando se trata de formar hombres y mujeres de bien, en serio, para hacer de sus egresados seres competitivos internacionalmente, el número se reduce.

Dice el principio de la sicología que: “nadie puede dar lo que no tiene”, tal es el caso de quienes no fueron verdaderamente educados –solamente instruidos–, sin trabajar con ellos para sacar a flote, hacer lucir a base de pulimento, sus virtudes, habilidades y destrezas. De nada vale saber –más o menos– si ese conocimiento no lleva la verdadera sabiduría; no de conocer y dominar un tema, sino saborear y entender el para qué.

Ésa es la gran diferencia entre unos y otros: hay seres humanos que fueron instruidos, inclusive brillantemente; los profesores ayudaron a crear “animales racionales tecnocientíficos” que únicamente buscan su beneficio personal.

Otros, han sido educados haciéndoles comprender que el conocimiento tiene que ver, no sólo con el saber cómo resolver problemas, sino con la sabiduría de saborear la aplicación de lo aprendido en la búsqueda del bien común y contribuir a crear un mundo mejor.

Tal vez muchos adultos fuimos instruidos por las universidades de los setenta y ochenta y poco educados. Quizá por eso haya personas que ahora ocupan puestos del poder político económico y social para producir bienestar material en unos cuantos; sin duda, hay otros comprometidos que cada día trabajan en contrarrestar los efectos negativos de esos “mal educados”.

Debemos evitar continuar cometiendo el mismo error y con nuestra tibieza seguir consecuentando a esos “mal educados” que no comprenden –por sólo haber sido instruidos– la dimensión del mal que hacen cuando roban, encarecen productos y hasta lucran ofreciendo servicios de instrucción “fáciles y atractivos”, despreciando educar porque tiene mayor costo y consecuentemente menores ganancias en dinero. A ellos se refiere Saramago cuando dice: “instrucción es transmisión de conocimientos y educar es inculcar valores”.

Le dejo con el mensaje de este diálogo basado en los pensamientos de José Saramago y le invito a que reflexione; si tiene hijos a los que debe educar a cualquier nivel, le insisto: piense dos veces qué está haciendo con ellos y cómo labran su futuro.

ydarwich@ual.mx

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