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Integración o desintegración| Hora Cero

Roberto Orozco Melo

Resultan ilustrativos los frecuentes encuentros entre intelectuales, personalidades políticas, escritores y otras figuras internacionales, que organizan las universidades, colegios y otras instituciones de educación superior con el objeto de ponderar y en su caso debatir, sobre nuestro país y sus eternos problemas.

Nada hay más útil para el conocimiento individual de las personas -o institucional de los países- que un enfrentamiento con la ambivalente certidumbre del colectivo social al cual pertenecemos. Útiles son los foros y ya es ganancia, aunque la mayoría de las ocasiones resulten incómodos y poco gratos ante quienes tienen la responsabilidad de pensar y encontrar las soluciones que esclarezcan y encaucen el devenir de la República.

En esos coloquios internacionales enfrentamos una verdad: la calidad política y el potencial económico y social del país y de sus instituciones no corresponde a la dimensión de nuestras aspiraciones y ensueños; es más: contrasta con la edad de nuestra geografía política. Al revisar la historia descubriremos que las preocupaciones de la sociedad actual son las mismas que quitaron el sueño a nuestros padres, abuelos y bisabuelos. Vale decir, hemos vivido estancados.

La nación se mueve, habla, discute y disputa, pero no avanza. En materia de economía y sociedad todo se construye con un déficit de inteligencia y conocimiento sobre la realidad económica y social del país, con una brutal diferencia entre el ingreso de unos cuantos ricos y el de los muchos pobres y miserables. Sólo una escasa parcela de la población es pensante mientras que una abigarrada multitud espera a ser conducida por una añeja y raída dirección política que arrastra el lastre de su creciente, sumisa y desorientada nómina de ciudadanos: electores que no eligen y causantes que no pagan impuestos.

De la disparidad nace la injusticia, crecen los rencores sociales, se engendra los grandes mitos de la democracia: ¿Somos o no somos liberales? ¿Qué clase de liberalismo ponemos en práctica? ¿Conocen los legisladores todo lo que el país se juega mientras ellos juegan a ser senadores y diputados? ¿Los mexicanos, encabezados por nuestro Gobierno, tenemos capacidad de liderazgo, organización y convencimiento para encabezar el proyecto de integración comercial de América del Norte con los países de América Central, los de América del Sur y los del Caribe?

Durante el seminario internacional “América Latina, ¿integración o fragmentación?” se pusieron los puntos sobre las “ies” que vagaban extraviadas en la insondable sima de la demagogia. Veamos: El politólogo Francis Fukuyama reconoce que actualmente existen posibilidades para que Estados Unidos y América Latina se unan, pero hay que ir más allá de visitas presidenciales o declaraciones políticas; ni más, ni menos, que nuestra especialidad.

Otra opinión fue la de Javier Solana, el secretario general de la Unión Europea: “Aunque exista mucha voluntad por la unión de los países, ésta no basta si se quiere ir más allá de una asociación entre Gobierno o un libre mercado sin fronteras”.

Mario Vargas Llosa, novelista al fin, afirmó que si los gobiernos de habla hispana quieren derrocar el hambre, la ignorancia, la pobreza y la explotación, necesitarán aplicar su gran voluntad y agregar la de los pueblos, a condición de renunciar de antemano a los cantos de las sirenas que entonan loas a la inexistente comunidad latinoamericana; mientras que Eric Hobsbsawn, historiador y teórico del marxismo, afirma que la globalización podría crear tensiones y nuevas guerras. “La ausencia de una autoridad global efectiva y de sistemas internacionales de poder han creado una situación de gran inestabilidad”, Enrique Krauze, nuestro historiador, planteó la disyuntiva entre “chilenismo o chavismo”, pero recomendó al primer sistema. Del fenómeno Chávez dijo que “es un régimen dogmático, mentiroso por sistema y envenenador del espíritu público”.

Como podemos ver en el mundo de la globalización y el libre comercio no existe mucha confianza en el “sueño bolivariano”, resucitado y recitado por el presidente de Venezuela y es que la unidad de los pueblos de América Latina, con tantos años de continuas divisiones entre los países, claras y cortantes diferencias ideológicas, abundancia de caudillismo, caciquismo y gobiernos dictatoriales de izquierda y de derecha, parece estar ubicado en la panza de una yegua desde el siglo XIX.

Muchos años habrán de transcurrir, quizá otro siglo, para que las naciones de América Latina enfrenten su realidad, se sacudan la polilla del pasado histórico y eliminen los caudillismos ideológicos. Si cada país viera por su propio desarrollo, todos podrían ver por el desarrollo de Iberoamérica. Mientras no cambien los políticos y las políticas actuales en el nuevo continente, esta tierra y estas naciones van a envejecer y a caducar en manos de los Estados Unidos.

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