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Jaque mate/El aborto

Sergio Sarmiento

No conozco a ninguna mujer que festeje un aborto. Cuando alguna se ve empujada a tomar la decisión de practicarse uno es porque no tiene otra opción. La mayoría de las mujeres considera que el aborto no es “otra forma más” de control de la natalidad. No toman la práctica como algo casual. Por eso muchas están en contra de legalizar el aborto.

El mayor castigo que recibe una mujer al practicarse un aborto, de hecho, se lo da ella misma. Su conciencia se encarga de hacerla sentir mal con una intensidad que no puede tener un castigo externo. No entiendo por qué la Policía, los Ministerios Públicos y los jueces deben intervenir, además y cebarse sobre esa mujer. Hay en esto, de hecho, una profunda injusticia machista. Por el aborto se castiga a la mujer, pero no al hombre. Poco importa que juntos hayan concebido y que juntos hayan tomado la penosa decisión. Tampoco es significativo si el hombre presionó a la mujer para llevar a cabo el procedimiento.

Por eso, porque no entiendo qué gana la sociedad con castigar con cárcel a una mujer que ya sufrió la vejación de un aborto, estoy a favor de la iniciativa que busca despenalizar la práctica en el Distrito Federal. Aplaudo la decisión que han tomado Alternativa, el PRD y algunos priistas para buscar que la legislación capitalina permita el aborto por razones económicas o personales. Respaldo también la iniciativa de los perredistas de llevar este tema a una discusión nacional. Yo sé que el tema es penoso, pero es inevitable en las sociedades modernas.

No me siento a gusto, por otra parte, con la trivialización del aborto que hemos visto en esta discusión. Abortar es y será siempre una decisión penosa. Pero no puedo aceptar que tantas mujeres mueran en abortos clandestinos o que vean su vida convertida en un drama por tener un hijo no deseado. Ni que aquellas mujeres que han tenido que pasar por el trauma de practicarse un aborto deban enfrentar además la amenaza de ser encarceladas.

Los católicos que cuestionan el aborto afirman que esta práctica es una forma de homicidio y que, por lo tanto, no puede despenalizarse. Esto equivaldría a legalizar el asesinato. La premisa de toda su argumentación es que la vida humana empieza desde el momento de la concepción.

Pero esto es algo que nadie puede afirmar con certeza. Uno podrá debatir ad infinitum sobre el momento preciso del inicio de la vida, pero la verdad es que no hay información científica que permita definirlo. Tiene lógica la afirmación de la Iglesia Católica en el sentido de que la vida humana empieza desde la concepción, pero también los argumentos que consideran este inicio en el momento en que ya está formado el embrión y, en particular, el sistema nervioso.

No son necesariamente ateos los que mantienen esta última posición. Santo Tomás de Aquino, uno de los Padres de la Iglesia, sostenía precisamente que, mientras no estaba formado el embrión, Dios no le infundía alma. Hoy la posición de la Iglesia Católica es distinta. Y los jerarcas usualmente aclaran que esto se debe a que la ciencia ha avanzado mucho desde el siglo XIII. El propio santo Tomás, afirman, consideraría el inicio de la vida en la concepción si tuviera acceso a la información científica que hoy está disponible.

Pero yo no lo sé de cierto. Más bien considero que la ciencia es incapaz de responder a la pregunta de cuándo empieza la vida. Decretar un momento u otro no es otra cosa que acudir a un dogma de uno o del otro bando. Si la ciencia pudiera decidirlo, simplemente no habría polémica sobre el aborto.

A pesar de apoyar la iniciativa que despenaliza el aborto, coincido con la Iglesia en la importancia de evitar abortos. Y estoy convencido de que la institución puede ayudar mucho para lograr ese objetivo.

La mejor manera de evitar abortos es prevenir los embarazos no deseados. Por eso la Iglesia Católica debe realizar esfuerzos muy intensos para evitarlos. Una forma, por supuesto, es promover la abstinencia sexual entre los jóvenes, que son quienes con mayor frecuencia incurren en embarazos no deseados. Es correcto también fortalecer los esfuerzos para lograr que las embarazadas, en lugar de abortar, coloquen a sus niños no deseados en adopción. También sería bueno legislar apoyos a las madres solteras o a las parejas para evitar que el nacimiento de un niño no deseado se convierta en una tragedia financiera para una mujer o para una familia.

Pero todos sabemos que eso no es suficiente. La Iglesia puede ayudar también promoviendo el uso de anticonceptivos, y especialmente del condón, entre los jóvenes que decidan no mantener la abstinencia, que también es su derecho. Las prácticas anticonceptivas también deben promoverse entre las familias pobres, porque las mujeres casadas o con pareja estable también se preñan sin quererlo. Lo que la Iglesia no puede hacer es protestar ante el aborto, pero no hacer todo lo que esté a su alcance para impedir embarazos no deseados.

VETOS QUE NO SERÁN

Los grupos y sindicatos afines al PRD que se oponen a la nueva Ley del ISSSTE amenazan al presidente Felipe Calderón con poner al país de cabeza si no veta la legislación. En cambio el perredista Marcelo Ebrard acusa de fascistas a quienes le exigen que vete la despenalización del aborto. Una vez más, la doble moral.

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