?Usualmente los soldados ganan las batallas, pero se les da el crédito a los generales?.
Napoleón Bonaparte
El presidente de la República es, por mandato constitucional, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de nuestro país. En ese sentido no debería asombrarnos que ayer por la mañana Felipe Calderón se presentara ataviado con una chaqueta y una gorra militares en Apatzingán, Michoacán, para llevar a cabo una sesión de análisis del operativo contra el narco en la entidad.
El presidente no iba propiamente ?de uniforme?. La chaqueta verde, abierta y sin botonadura militar, simplemente cubría su vestimenta de civil. Ni la chaqueta ni la gorra llevaban insignias de ningún tipo.
Hubo un tiempo en que los presidentes se vestían de uniforme. Lázaro Cárdenas, por ejemplo, lo hacía con frecuencia. Pero él era militar de carrera. Desde los tiempos en que los militares dejaron de ocupar la Presidencia de la República, los uniformes desaparecieron de los guardarropas presidenciales.
Quizá haya una excepción. Javier Ibarrola, sin duda el periodista en México que más conoce sobre cuestiones militares, me dice que él recuerda un solo caso en que un presidente civil usó públicamente un uniforme militar. Fue José López Portillo, me dice, quien utilizó un uniforme completo, e incluso un casco de batalla, en un acto con miembros de las Fuerzas Armadas.
El propio Ibarrola explica que en actos militares el presidente utiliza con frecuencia un vehículo con el águila nacional y cinco estrellas. El presidente no tiene realmente una jerarquía militar, a pesar de ser constitucionalmente el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, por lo que las cinco estrellas no reflejan un rango específico. El secretario de la Defensa utiliza cuatro estrellas, para distinguirse de los demás generales, pero el máximo rango en el escalafón militar mexicano es el de general de división, el cual se identifica con tres estrellas.
La decisión del presidente Calderón de ataviarse con chaqueta y gorra militares busca mandar un mensaje al país y a los criminales que han tomado el control de diversas zonas del país. Es el mismo, aunque para otro público, que ha querido enviar el presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, quien ha aparecido también en algunas ocasiones con atuendo militar.
El mensaje principal es que el nuevo presidente mexicano es un hombre de voluntad férrea que no se dejará amedrentar por las bandas de narcotraficantes. Hay otro adicional, dirigido a los soldados mismos y es que el mandatario es alguien cercano a ellos. Éste es un mensaje que se ha visto reforzado por una inyección de dinero. En el presupuesto para 2006 el presidente buscó y obtuvo un aumento importante en el presupuesto de gasto para las secretarías de Defensa y Marina; y una parte significativa se destinó a un incremento en los salarios de soldados y marinos.
En el atuendo de aspecto militar, el presidente Calderón recibió el parte del Operativo Michoacán, en el que han participado, además de las fuerzas armadas, la Policía Federal Preventiva (PFP) y la Agencia Federal de Investigación (AFI). Ahí se rindió el parte que incluye la detención de 80 personas; la destrucción de 5,023 plantas de marihuana en 540 hectáreas, de 629 kilogramos de marihuana, de 151 kilogramos de semilla de marihuana y de cuatro kilos de semilla de amapola; así como el decomiso de 127 armas, 32,800 cartuchos, 41 granadas, 35 vehículos, 19,341 pesos y 2,321 dólares.
¿Es mucho o poco? Resulta difícil saberlo, porque no hay cifras comparativas ni una idea real de la magnitud del problema. Sabemos, sin embargo, que las ejecuciones en Michoacán, que disminuyeron durante los primeros días del operativo, han vuelto a aumentar.
A pesar de todo, los operativos de este tipo están generando un fuerte entusiasmo entre ciertos grupos de la sociedad. En otros estados se han hecho peticiones para su realización. Ya, por lo pronto, el Gobierno Federal ha anunciado el inicio de uno en la agobiada ciudad de Tijuana.
Me imagino que el presidente Calderón será objeto de cuestionamientos e incluso de burlas por su decisión de utilizar un atuendo militar en Apatzingán. Habrá quienes cuestionarán su aparente deseo de militarizar la lucha contra el narco. Otros más harán mofa del porte poco militar que el presidente tiene, aun cuando se viste de militar.
Habrá esta mañana más de una caricatura en los diarios que muestre al mandatario jugando a los soldaditos.
Pero independientemente de los símbolos, no hay duda de que el narco y la violencia que de él surge representan el reto más importante para el nuevo mandatario. Si a través del fortalecimiento de las instituciones de seguridad, y de operativos como el que se está llevando a cabo en Michoacán y el que está empezando en Tijuana, el Estado mexicano logra realmente recuperar el control sobre los territorios que han sido virtualmente conquistados por los grandes narcotraficantes, el presidente Calderón se habrá ganado con creces esas cinco estrellas con las que se adorna su vehículo en ceremonias militares.
CASTIGAR AL MENSAJERO
Lo absurdo es que el Gobierno de Irak haya dedicado tanto esfuerzo a identificar y detener al guardia que presuntamente grabó la ejecución de Saddam Hussein y difundió las imágenes. El problema no está en el video sino en lo que ocurrió en la cárcel en la que se ahorcó al ex presidente iraquí. No tiene sentido castigar al mensajero. Es el mensaje el que inquieta.