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Jaque Mate| RETOS DE LA CORTE

Sergio Sarmiento

?La Ley es la conciencia de la humanidad?.

Concepción Arenal

Guillermo Ortiz Mayagoitia es el nuevo presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Fue elegido por el voto de siete de los once ministros. Se convierte así en el cuarto presidente en la nueva era de la Corte que comenzó en enero de 1995.

No hay duda que la Suprema Corte ha encontrado ya una notable estabilidad como institución 12 años después de la reforma de Ernesto Zedillo de diciembre de 1994. En esta ocasión hubo seis candidatos a la presidencia, pero el proceso se llevó a cabo con corrección y transparencia. Ante el número de candidatos, el que Ortiz Mayagoitia haya obtenido siete sufragios, contra tres de Juan Silva Meza y uno de Sergio Valls, representa un mandato claro.

Los ministros decidieron nombrar como presidente a un jurista al que muchos han calificado de tradicionalista. No han mostrado un gran apetito por una transformación radical del Tribunal (aunque vale la pena señalar que ni siquiera el ministro Meza, a quien algunos veían como el candidato con mayor ánimo de cambio, hubiera echado por la borda la tradición judicial).

De hecho, la Suprema Corte ha tenido avances muy significativos a lo largo de los últimos años. Sus miembros son más profesionales que en el pasado. El nuevo presidente es ejemplo de un ministro que ha hecho una carrera judicial paso a paso.

Lo anterior no significa, sin embargo, que no haya reformas importantes por hacer en el sistema de impartición de justicia, como el propio ministro presidente Ortiz Mayagoitia lo ha reconocido. La Corte ha preparado un Libro blanco de la reforma judicial que tendrá que ser considerado por el Poder Legislativo, ya que éste sería el encargado de hacer buena parte de las reformas necesarias. Sin embargo, el documento, producto de una amplia consulta organizada por la Corte, duerme el sueño de los (in)justos en el Congreso hace años.

La enorme carga de juicios que deben ver los ministros de la Corte dificulta la posibilidad de tener fallos de calidad. Es importante que se haga una reevaluación sobre qué tipos de casos debe llegar al máximo Tribunal de la nación. Muchos expedientes que hoy se resuelven en la Corte deberían quedar en tribunales inferiores. Si esto ocurriera, los ministros podrían realmente dedicarse, como ocurre en otros países, a decidir los casos que toquen temas constitucionales, que establezcan precedentes importantes o que tengan una real relevancia para la sociedad.

El nuevo ministro presidente ha planteado la necesidad de una ?profunda modificación del juicio de amparo?. Y no sorprende. Esta figura es, por una parte, demasiado poderosa: se utiliza con frecuencia para el simple propósito de evitar la aplicación de las Leyes. Por otra parte, el amparo tiene una debilidad fundamental, ya que no tiene aplicación general. Si un amparo determina que una acción de la autoridad es ilegal, por ejemplo, la decisión no beneficia más que al particular que haya promovido el proceso. El resto de los gobernados, aquellos que no tienen dinero o conocimiento legal para presentar y ganar un juicio de amparo, no pueden acogerse a esta decisión.

La carga de casos no es solamente un fenómeno que afecte a la Suprema Corte. Todos los tribunales del país, ya sean federales o estatales, se enfrentan al mismo problema. Es indispensable encontrar formas de aligerar esa carga. Y la solución no radica en seguir añadiendo gente a un sistema que tan sólo en la parte federal cuenta ya con 32 mil funcionarios, sino en encontrar formas de hacer más eficientes los procedimientos.

En este punto es importante considerar las experiencias positivas en nuestro país de los juicios orales, los cuales son más expeditos y transparentes que los tradicionales escritos. Su funcionamiento es todavía más eficaz cuando se combina con procedimientos para que los particulares lleguen a acuerdos que los tribunales simplemente deben ratificar. Estos acuerdos pueden y deben incluir, en algunos casos, la compensación en vez del castigo carcelario de los delincuentes. Mucho más le sirve a una víctima o a su familia que quien comete una falta en su agravio las indemnice y no que simplemente se prive de la libertad al infractor y se le permita vivir a cargo del erario.

Los retos a los que se enfrenta el Poder Judicial mexicano son enormes. El presidente Ortiz Mayagoitia, un hombre que ha obtenido el respeto de sus colegas y de una parte importante de la sociedad, puede cuando menos empezar el esfuerzo para enfrentarlos. No hay tiempo que perder. Cuatro años parece mucho, pero bien puede ser apenas un respiro.

BESAR SAPOS

¿Se imagina usted una película mexicana que no presume de intelectual y que no se sonroja por hacer pasar un buen momento a los espectadores? Cansada de besar sapos, la comedia romántica dirigida por Jorge Colón y producida por Inna Payán, sobre una historia de Joaquín Bissner, nos ofrece algo que hace mucha falta en la industria cinematográfica de nuestro país: una cinta que deja un agradable sabor de boca. La película tiene un mensaje, es cierto, que las mujeres pueden ser tan hombreriegas como los hombres son mujeriegos, aunque al final el amor las venza, pero no deja que el mensaje domine sobre una trama atractiva. Las actuaciones de Ana Serradilla, José María de Tavira, Ana Layevska y Mónica Huarte son memorables. Películas como ésta, que no tengan miedo de gustarle al público, es lo que necesita el cine mexicano antes que subsidios.

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