“La seguridad es en buena medida una superstición… Evitar el peligro no es más seguro en el largo plazo que la abierta exposición. La vida es una atrevida aventura o no es nada”. Helen Keller
Una amiga yucateca me manda un correo electrónico en el que me cuenta las dificultades que ha tenido estos días para llegar a su trabajo. El trayecto entre su casa, en el centro de Mérida, y su trabajo, que se encuentra a una corta distancia de su casa, le toma normalmente unos cuantos minutos. Debido a los cortes de circulación efectuados por las fuerzas de seguridad de Estados Unidos y de México, su trayecto se ha convertido en una excursión absurda que la lleva a rodear buena parte del centro de la ciudad y que le toma cerca de una hora.
Todos podemos entender la necesidad de ofrecer protección a los gobernantes de otros países que se encuentren en nuestro país. Pero llega un momento en que esos esfuerzos rebasan toda medida razonable. Esto es lo que ha ocurrido ahora con la seguridad que se ha brindado al presidente estadounidense George W. Bush en su breve visita a Mérida.
La información disponible que tenemos señala que tan sólo el gobierno de los Estados Unidos ha llevado a cerca de 4 mil efectivos a Mérida para garantizar la seguridad del presidente estadounidense. Hemos visto también datos que sugieren que el Estado Mayor Presidencial mexicano ha aportado un número similar o superior de efectivos. A esto hay que añadir los contingentes de la policía municipal de Mérida y de la policía estatal yucateca.
No sorprendería que el número total de efectivos para cuidar de un solo hombre en esta visita se aproximara a los 20 mil. El cálculo podría ser incluso conservador. Un despacho de la Agence France-Presse señala que en Bogotá, Colombia, 21 mil militares y policías colombianos -no hay cálculo para los estadounidenses- custodiaron al presidente Bush durante su visita de unas cuantas horas.
Ni siquiera en estos tiempos de mayor transparencia en el gasto gubernamental hay cifras concretas sobre el costo a los contribuyentes de estos ejercicios de diplomacia cumbre salvaguardada por francotiradores. ¿Cuánto nos costará a los mexicanos esta visita del presidente de los Estados Unidos? La verdad es que no lo sabemos y probablemente nunca se nos dirá. Si lo supiéramos, difícilmente podríamos justificarlo ante los habitantes de un país hundido en la pobreza como el nuestro.
También los habitantes de los Estados Unidos tendrían derecho a saber y a cuestionar las cifras de las giras de su presidente. Si a México han venido 4 mil guardias para Bush, y si durante semanas los aviones Hércules han descargado vehículos blindados y equipo en el aeropuerto de Mérida, bien podemos imaginar el costo de enviar contingentes similares a Brasil, Uruguay, Colombia y Guatemala en esta gira latinoamericana.
Lo peor de todo es que no hay nada en las reuniones que se han celebrado hasta ahora que hubiese requerido la presencia indispensable del presidente de los Estados Unidos. Los acuerdos con Brasil en materia de etanol podrían haber sido firmados por los secretarios de comercio o incluso por subsecretarios. Ni en Uruguay ni en Colombia ni en Guatemala ha habido acuerdos o negociaciones que hubiesen precisado la presencia física de los mandatarios de los dos países. Y si el propósito era contrarrestar la creciente influencia de Hugo Chávez en la región latinoamericana, la consecuencia puede haber sido exactamente la opuesta. Lejos de llevar a un repudio entre los latinoamericanos del presidente venezolano, la gira del presidente Bush sólo ha servido para consolidar su imagen como el verdadero contrapeso de los Estados Unidos en un momento en que Fidel Castro y Cuba están profundamente debilitados.
Hubo un tiempo, sin duda, en que la diplomacia personal de un mandatario estadounidense era no sólo posible sino rentable. Vale la pena recordar las reuniones en Yalta, Crimea, de Franklin Delano Roosevelt con el británico Winston Churchill y el soviético Yosif Stalin para poner fin a la Segunda Guerra Mundial. No podemos olvidar tampoco los acuerdos de Camp David, en que Jimmy Carter impulsó el acuerdo de paz entre el Israel de Menajem Beguin y el Egipto de Anuar Sadat. Quizá algo similar pueda ocurrir nuevamente en el futuro. Pero para eso va a ser necesario reducir de una manera muy importante el gasto y el aparato de seguridad de las giras del presidente de los Estados Unidos. De lo contrario, más valdrá mantener al gobernante de la nación más poderosa del mundo recluido permanentemente en la Casa Blanca por su propio bien.
TARIFAS Y SERVICIOS
La OCDE señala que las tarifas telefónicas de México se encuentran entre las más altas del mundo. El empresario Carlos Slim, dueño de Teléfonos de México, afirma que eso no es cierto. No debería ser muy difícil, sin embargo, determinar quién tiene la razón. De lo que no hay ninguna duda es que México, para ser más competitivo y lograr un mayor desarrollo económico y prosperidad, necesitará tener tarifas y precios internos más competitivos así como servicios y productos de calidad no sólo en telefonía sino en electricidad, combustibles, transportes, Internet y otros campos. De otra manera, seguiremos condenados a competir a base de mano de obra barata y a exportar a nuestros trabajadores a otros países del mundo.