Catorce jóvenes náhuatls cambiaron la mochila con destino a la clandestinidad por un tractor con el que instalaron el primer invernadero de jitomate en la montaña guerrerense. (El Universal)
Todas sus esperanzas están puestas en el jitomate. Cultivándolo quieren mantener a sus padres y darles trabajo a sus amigos para que regresen de Estados Unidos.
Desde niños saben que en su comunidad la gente vive de dos cosas: cultivar o emigrar. A los que emigran sólo se les vuelve a ver en foto o muertos, durante la misa de cuerpo presente y los que cultivan envejecen pobres. Blanca decidió tomar el camino menos atractivo para los jóvenes náhuatls de la montaña guerrerense: trabajar la tierra. Lo hizo a lado de 13 jóvenes más que hoy están dispuestos a combatir la migración con jitomates.
Cambiaron la mochila con destino a la clandestinidad por un tractor con el que instalaron el primer invernadero de jitomate en la montaña. Pidieron prestado un millón y medio de pesos al Programa Joven Rural Emprendedor de la Secretaría de la Reforma Agraria y convencieron a los comuneros de prestarles un pedazo de tierra.
Se convirtieron en los agricultores más jóvenes de la comunidad, pues 79% de los comuneros tienen más de 50 años. Desde el año 2006 decidieron romper con la tradición y restarse de la cifra anual donde al menos 73 mil jóvenes guerrerenses emigran a Estados Unidos, según las estadísticas del Gobierno del Estado.
Todas sus esperanzas están puestas en el jitomate. Cultivándolo quieren ponerle piso a sus casas para dejar de comer alimentos con polvo, mantener a sus padres, darles trabajo a sus amigos para que regresen de Estados Unidos, enseñar técnicas modernas a los viejos para plantar con lo último en tecnología y sin perder sus costumbres, demostrar que las mujeres también pueden trabajar.
En el proyecto iniciaron 5 mujeres con Blanca. “A la gente le parecía imposible que siendo mujeres estuviéramos moviendo tractores en vez de hacer tortillas y cuidar a nuestros hijos”, dice Blanca quien ha cambiado las habladurías de las mujeres de la montaña por admiración.
El jitomate la sacó del anonimato en el que se puede vivir cuando se duerme cobijado por una de las comunidades más pobres del país. Sus ganas de salir adelante hicieron que Paul Wolfowitz, presidente del Banco Mundial, librara caminos desgajados para constatar el éxito de 14 jóvenes indígenas.
Son el orgullo del pueblo y lo más presumible de los programas del Gobierno Federal. Son ganadores del Premio Nacional de Juventud y hasta tuvieron la oportunidad de leer un discurso para Felipe Calderón, aunque fuera corregido por el Estado Mayor Presidencial.
El programa joven emprendedor les dio 150 mil pesos a cada uno para el proyecto, pero al ver que con esa cantidad no alcanzaba ni para los fertilizantes, decidieron juntar el dinero y hacer una sociedad de agricultores. Lo invirtieron de la forma más inteligente, pues después de recibir capacitación de tres meses formaron el primer invernadero de la comunidad que por ser techado se puede utilizar todo el año.
Las ganancias han sido lentas, pero confían que cuando termine la deuda el ingreso será mayor. En la última cosecha vendieron a cuatro pesos el kilo, dos pesos los ocuparon para pagar el préstamo y otros dos para pagar los insumos. Los dos invernaderos obtuvieron ingresos por 990 mil pesos, de los cuales más de 650 mil se han ocupado en gastos que se aplicaron en el pago de semilla, fertilizante, rafia, combustible, fumigación, crédito y otros gastos.
Han generado 67 empleos no sólo para jóvenes sino también para adultos en la comunidad a pesar de que las estadísticas los retan, pues según el Instituto Nacional Indigenista el 73.9% de los municipios con habitantes indígenas no tiene la capacidad de brindar alternativas de empleo a su población sobre todo los pueblos náhualts, al que pertenece Acatlán.
Quieren extender el negocio que hoy ya alcanzó niveles comerciales y se vende en los mercados de Chilapa de Álvarez, Chilpancingo y Acapulco, Guerrero.
No es casualidad que cuando se paran en la punta de la montaña y miran desde arriba su trabajo. Se quedan mudos, lo miran y lo miran y lo miran, no dicen una palabra. ¿Qué pasa por tu mente? “Se ve bien bonito desde aquí, pero cuesta mucho trabajo”, contesta Blanca.
Aunque al principio nadie creyó en ellos. “¿Jitomate? ¿Cómo van a vivir de eso? Yo no quiero ser campesina”, le decían sus amigas a Blanca. “Vámonos, aquí no hay animales ni parcelas para trabajar”. Blanca confiesa que llegó a tener el plan armado, partiría una mañana con dos de sus mejores amigas rumbo a Los Ángeles, pero su hermano la frenó.
Antonio Felipe Alberto, sí así, Felipe Alberto son sus apellidos, es el otro líder de los nuevos campesinos. Él tiene hijos y esposa y todos sus esfuerzos puestos en la cosecha. Él ya experimentó con la migración, lo cual no es extraño en Guerrero, pues el estado ocupa el primer lugar en migración en el país y el quinto en cuanto a la migración internacional.
Según las estadísticas del Gobierno del Estado hay más de 950 mil guerrerenses radicando en Estados Unidos, entre ilegales y nacionalizados. Cerca de 300 mil viven en Chicago, número que iguala en habitantes a la segunda ciudad de Guerrero: Acapulco.
“La labor es difícil, pero nosotros queremos demostrar que podemos hacerla sin salir de nuestros lugares de origen”, asegura Antonio, quien confía en que permaneciendo unidos lograrán un mejor aprovechamiento de los recursos.
Antes de este invernadero no hay antecedentes de proyectos exitosos en la región. Pero ellos tienen planes para largo: adquirir dos camiones más de carga para comercializar su producto en todo Guerrero, comprar un transformador, cubrir su deuda y conseguir crédito para la siembra de chile, flores de crisantemo y melón.
Tal vez por eso, en plena montaña suena el teléfono celular de Blanca mientras posa junto a sus compañeros para la foto. Del otro lado del auricular, una mujer que les ofrece dar una conferencia en Acapulco a agricultores. “Nos quieren poner de ejemplo”, les dice en náhuatl a sus compañeros. “Dile que nos hable luego”, se escucha una voz que les saca la carcajada más sincera que deja ver su dentadura perfecta y blanca. La imagen termina con el click de la cámara del fotógrafo. Al frente 14 jóvenes que quieren demostrar que tras las montañas hay futuro y detrás de ellos un sueño hecho invernadero que los respalda.